Diecinueve: Sueños y secretos

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Otro día llegaba a su fin en la isla y Beryl regresó a la casa, para controlar por las cámaras desde su ordenador que todo estuviese en orden

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Otro día llegaba a su fin en la isla y Beryl regresó a la casa, para controlar por las cámaras desde su ordenador que todo estuviese en orden. Sabía que Diecisiete no necesitaba de ese mecanismo para mantener vigilado todo el lugar, pero ella prefería seguir manteniendo sus costumbres durante el tiempo que le quedara allí.

Entró al comedor y avanzó hasta la mesa, con pesadez. El enterizo color verde claro que llevaba puesto era de la tela más liviana que había conseguido, pero el clima húmedo no lo hacía muy soportable. Su enorme barriga no le permitía vestir otra cosa, por el momento.

Se sentó y observó, a través de la pantalla, los distintos ángulos del paisaje que había custodiado por años. Cierta nostalgia la invadió y las lágrimas no tardaron en aparecer. Estaba a punto de cerrar esa etapa de su vida, para comenzar otra. Seguiría ligada a su deber como ecologista, el minotauro tendría un lugar en su corazón para siempre, junto con los recuerdos dulces y dolorosos de aquella experiencia. Pero había llegado la hora de encargarse de otro aspecto del mismo problema.

La asignación a los centros educativos del FEU para formación de voluntarios y el recorrido por escuelas para concientización del público general, no se sentía como un castigo para ella. Se consideraba bien preparada para la tarea. Habría mucho con lo que luchar en ese campo también. Sería su próximo desafío lograr que las generaciones venideras ya no quisieran tomar un fusil para apuntarlo a un elefante, o colgar la cabeza de un antílope en sus casas. Que las jovencitas ya no usaran abrigos de piel y que prefiriesen cosméticos no testeados en animales.

Esperaba que hubiese muchos más como ella en esta tarea.

En eso estaba, cuando la notificación de una llamada en línea apareció en la pantalla. La bióloga se limpió las mejillas con el dorso de la mano y aceptó la comunicación. Frente a ella, surgió la imagen de un joven de cabello castaño, piel blanca y ojos oscuros. Era Tommy.

—Hermanita, ¿qué es ese llanto? —preguntó el joven, risueño.

—Ah, las hormonas —contestó ella, sin poder controlar el río que caía de nuevo por sus lagrimales—. No me dejan en paz. Río, lloro y me enojo por nada.

—¿Y la panza, sigue creciendo? Vas a convertirte en un globo y saldrás volando en cualquier momento.

—Cállate. Si vas a burlarte, llama después. No estoy de humor.

Y, en un arranque, la bióloga casi corta la llamada. El periodista la detuvo, con las manos en alto.

—¡Espera, no quise decir eso! Lo siento. Estás preciosa.

Ella evaluó el nivel del halago y decidió seguir con la charla.

—No es verdad, pero gracias.

Thomas se rascó la cabeza, algo ofendido por la nueva incapacidad para tomar bromas de su hermana.

—Tonta. Llamo para avisarte que ya tengo el permiso para viajar hasta Viridis.

—¿De verdad? Míster Patán resultó ser mejor jefe de lo que esperábamos —afirmó la joven, sorprendida.

El corazón del minotauro [17 - Dragon Ball]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora