Ocho: El siguiente nivel - Parte II

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Acostumbrada a racionar el agua, Beryl cerró el grifo de la ducha a los pocos minutos de haber entrado a bañarse

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Acostumbrada a racionar el agua, Beryl cerró el grifo de la ducha a los pocos minutos de haber entrado a bañarse. Diecisiete la tenía aprisionada contra los azulejos del costado, por lo que había debido alargar un brazo para poder hacerlo. Pero lo más difícil había sido encontrar la concentración necesaria para no dejar que el agua corriese hasta vaciar el tanque de la casa.

Su pierna derecha estaba apoyada en la alfombra del baño, con firmeza, y sostenida por la mano de su acompañante. Su pierna izquierda era otra historia. Estaba flexionada, con la rodilla sostenida por el hombro del joven arrodillado frente a ella. El mismo que lamía su clítoris, en círculos rítmicos.

Ahogada por los gemidos, casi había olvidado la incomodidad por la posición, cuando él aventuró uno de sus dedos en ella. Una brisa suave entró, por la ventana pequeña de la otra pared, y la hizo sentir escalofríos. No era molesto, al menos no lo suficiente como para interrumpirse. Sin embargo, los ojos azules la interrogaron, desde abajo, mientras la exploraba un segundo dedo.

Beryl abrió la boca para pedirle que continuara en esa dirección, pero se vio sorprendida por el estallido de mil estrellas en su cabeza. Cerró los ojos, entregada al orgasmo, dejó que su boca expresara lo bien que se sentía y olvidó que no debía confiar en quien estaba con ella.

Lo había obviado, desde la primera vez que lo había visto sacar de la isla a los cazadores que venían en busca del minotauro.

No importaban las mil preguntas que surgieran en cada uno de esos encuentros. Los indicios de que él no era un ser humano común y corriente se acumulaban como las pilas de platos sucios en su cocina. Pero, ¿a quién le interesaba lo corriente?

Una vez que el pico de placer la abandonó, volvió a mirar a su nuevo amante. No había signo en aquel rostro hermoso de la clase de intención que tenía con ella. Era imposible leer algo en él. Y eso la excitaba todavía más. Al menos, por el momento.

—Estás temblando —avisó él, ayudándola a bajar su pierna con cuidado.

—¿De quién será la culpa? —bromeó la bióloga, sosteniéndose de la pileta para manos mientras se acostumbraba a recuperar el punto de equilibrio.

Diecisiete se puso de pie, mojado y desnudo como ella. Las gotitas de agua sobre su pecho eran tentadoras. Más lo eran las que permanecían sobre aquella erección que apuntaba a ella.

Con gusto, se arrodilló y las secó con su propia lengua, una por una. Entonces fue el turno de su compañero de sostenerse de la pared, porque ella metió el miembro en su boca, sin demoras.

—Espera —jadeó él, desde arriba—. Quiero hacerlo de otra forma.

Ella succionó con fuerza y le acarició los testículos con una mano, mientras seguía hacia sus nalgas con la otra. No iba a quedarse con las ganas de hacerlo acabar así.

Pronto sintió el cambio de opinión, cuando él se apoyó del todo en los azulejos y movió sus caderas para aumentar el ritmo de la succión. Beryl levantó la mirada y notó que él parecía contenerse para no tocarla con sus manos en ese instante. Dejó pasar el detalle, decidida a disfrutar el momento.

El corazón del minotauro [17 - Dragon Ball]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora