Dieciséis: La única víctima - Parte II

356 46 15
                                    

Diecisiete no tenía sueño

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Diecisiete no tenía sueño. No necesitaba dormir. Lo hacía por costumbre, por sentir que no le habían robado esa capacidad con su transformación. Ahora, después de admitir el sentimiento más orgánico de todo el espectro, se dio cuenta de que ya no importaba la respuesta de Beryl. Podía amarla sin esperar nada a cambio. La decisión era de ella. Tampoco estaría repitiéndoselo una y otra vez. Con un rechazo había tenido suficiente.

Ahora, mientras la bióloga dormía luego de llorar por casi una hora, él sentía que estaba listo para comenzar a pagar su deuda. Equilibraría la balanza. Si había algo parecido a un Más Allá para las creaciones retorcidas de la Red Ribbon, no pretendía ir al mismo infierno que Cell. Esperaba que su amigo Dieciséis, su hermano mecánico, se reencontrase con él. Aunque no muy pronto.

Iba a abrir los barrotes, con cuidado de no hacer ruido, cuando el sonido de un portón deslizándose a pocos metros lo hizo retroceder. Sabía quién era el dueño de las pisadas que ya se acercaban, con calculada lentitud, por el pasillo entre las jaulas.

Quería matarlo. Quería golpearlo hasta sacarle un pedido de perdón hacia Beryl. Pero nada de eso volvería el tiempo atrás. Y él ya había quedado bastante mal parado con ella, como para convertirse en otro matón barato de los que caminaban allí afuera.

El bastonazo del hombre-perro sonó como un estallido en las barras metálicas que mantenían prisionera a la muchacha. Ella despertó de un sobresalto.

Diecisiete apretó los dientes, sentado en la oscuridad. De haber sido antes, su reacción hubiese sido muy distinta. Ahora, tenía demasiadas cosas en qué pensar antes de entregarse al baño de sangre que su ira le exigía. Necesitaba confirmar una sospecha. Si era posible, sin hacer una sola pregunta sobre el asunto.

Así fue como se limitó a escuchar, mientras sus puños temblaban de ganas de estamparse en las paredes.

—Mi estimada señorita Stone —exclamó Mohs, con su falsa simpatía y su sonrisa chispeante—. ¿Cómo ha amanecido? Lamento mucho el lugar que han elegido los inútiles de mis subordinados para hacerla pasar la primera noche como invitada del señor Mirk. Le ofrezco nuestras más sentidas disculpas.

La bióloga exhaló una risa cansada y llena de sarcasmo.

—¿Solo por eso? —contestó, con la voz reseca por tanto tiempo en silencio—. ¿Ni siquiera van a mostrar arrepentimiento por la invasión de un territorio que es Patrimonio de la Humanidad? ¿Por disparar con sus armas contra especies protegidas por la Ley?

El androide se tensó, alerta, a la espera de una mala reacción del esbirro de Zarqun Mirk a aquella respuesta. Pero el hombre-perro sonrió, condescendiente, y se acercó más a la jaula donde la joven estaba encerrada.

—Hemos tenido un ligero malentendido, preciosa. Las leyes ambientales del actual Gobierno Mundial son anticuadas y poco orientadas al progreso humano, como habrá escuchado en anteriores debates sobre el tema. La tecnología lo es todo hoy en día. El hombre debe vivir de algo.

El corazón del minotauro [17 - Dragon Ball]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora