Nueve: Fragmentos de conciencia

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Diecisiete despertó y la confusión lo asaltó, junto con una leve alarma

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Diecisiete despertó y la confusión lo asaltó, junto con una leve alarma. No solía darse el lujo de dormir cuando estaba detrás de algún objetivo. Tampoco es que como androide necesitara las horas de sueño. Pero allí estaba, en aquella habitación limpia y ordenada, con muebles pequeños y apenas espacio para caminar.

Cuando vio venir a la muchacha en camisón, cargando una bandeja, la situación volvió a desplegarse en su cabeza como un mapa. Llevaba casi una semana allí.

«Está bien. No es distracción, es fingir por la recompensa del minotauro» se tranquilizó, en silencio.

Apoyó la cabeza en la almohada y, mientras Beryl improvisaba una mesita para el desayuno junto a la cama, notó que había algo más junto a él. Un bloc de hojas y un lápiz. Sobre el blanco, había un boceto de su cara con los ojos cerrados y el cabello esparcido por la sábana.

—Me has dibujado —apuntó, sin poner ninguna nota extra en su voz.

En realidad, no estaba seguro de si le agradaba o le molestaba.

La bióloga se sentó en el colchón y le quitó el papel y el lápiz. Cuando se permitía sonreírle, era como el sol entrando por la ventana.

—No pude resistirme. Te veías distinto —dijo, extendiendo una mano para acariciarle la frente—. Casi inofensivo.

Diecisiete tuvo que apartarse. Un hormigueo extraño se había instalado en su estómago.

«Inofensivo. Sí, claro» pensó, con la mirada fija en aquella versión de él que dormía con tranquilidad en el papel.

De pronto, se sintió raro y no quiso más que salir huyendo. Volar a través del techo, dejar un agujero, a la mierda con todo. Pero no pudo moverse. Incluso, alejarse del intento de caricia de la muchacha había sido un esfuerzo.

—No debería dormir —explicó, en un intento de desviar su atención—. Suelo tener pesadillas cuando lo hago. Menos contigo a mi lado, podría hacerte daño.

Ella no pareció entender. No del todo. Se limitó a sonreír y a alcanzarle una taza de café humeante de la bandeja.

—Pero si no te has movido siquiera. Y mira que yo tengo el sueño ligero.

Tomaron el desayuno sin decir nada más.

El androide la observó con disimulo, por encima de su bebida. Era bonita. El cabello castaño caía en ondas, sobre sus hombros, cuando no llevaba la trenza. Durante la jornada, siempre estaba sudada o tenía alguna crema asquerosa encima, por los insectos y el sol de la isla. Era desordenada, tenía mal carácter y apenas cocinaba. Llevaba una vida austera y sacrificada, que él no entendía. Pero estaba fascinado con ella. Le divertía.

Cuando había tomado el desafío en la mansión de Zarqun Mirk, todo era enorme, resplandeciente. Cada uno de los sirvientes del viejo loco iba por el lugar impecablemente vestido y perfumado, aunque con la cabeza inclinada, los hombros en una depresión suave y redonda.

El corazón del minotauro [17 - Dragon Ball]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora