Capítulo Setenta y cuatro

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Y la escuela se había terminado. Ya no se lo podía decir. Y nuevamente las vacaciones de verano vinieron con su aire habitual de problemas... porque durante dicho prolongado lapso de tiempo nadie tiene nada que hacer. En especial yo. Mi verano fue haber terminado la saga de divergente. (Gabriel me prestó el segundo libro). Y el final me deprimió. Luego fui a visitar a mi prima Luna en Ibarra. Yo le conté que m iba a ir. Lloramos. Fui a visitar a mi tía hippie Adriana en Quito y me sacó a conocer lugares de esos que nunca lucen bien por afuera y en lo que las sectas secretas se reúnen confidencialmente por las noches. Fue muy interesante conocer a muchos de sus amigos. Todos tenían el mismo estilo de vida, invertían en viajes, invertían en educación y compartían todos una casa. Admiré mucho ese aspecto de la convivencia, yo misma no sería una persona muy buena para convivir. Los teatros callejeros, los viajes en trolebús, ir de museo en museo y esas huecas de comida de mala muerte. Aquellas semanas con mi tía Adriana fueron memorables.

De memoria en memoria sin dudarlo hay una. Nunca lo podré olvidar, nunca lo podré superar y marcó mi vida para siempre. Son pedacitos de tan solo instantes que te hacen cuestionarte cosas que no deberías. ¿Por qué pensar en alguien a quien no conoces? ¿Por qué pensar en los motivos cuando definitivamente no alteraría una decisión definitiva?

Centro de Quito posiblemente a eso de las tres de la tarde. Y el sol quemaba. Porque mi tía Adriana odia la idea de gastar su dinero en pertenencias terrenales que la aten a un lugar; no tiene carro, tampoco un departamento propio. Y estábamos caminando cerca de las fronteras de la universidad Central (a la cual sólo los genios pueden entrar). Mi tía estudió allí... algunos de mis tíos y padres también lo hicieron, pero en ése tiempo no era tan difícil ingresar. La topografía de Quito es fregada. Lo digo porque estando a 2800 metros sobre el nivel del mar, (y siendo la segunda capital más alta del mundo) hay unas cuestas de esas que te sacan la madre. Y en una de esas condenadas cuestas íbamos caminando mi tía y yo.

Mi tía tiene una de esos perfiles perfectos. (No tanto como el de Gabriel). Usa ropa descomplicada y viste como una adolescente no tan reveladora. Usa zapatos de caña baja y chaquetas jean con uno que otro broche de organizaciones revolucionarias. Su cabello colgando en sus hombros y dos brillantes luces cafés iluminan su rostro.

A lo lejos se veía una silueta borrosa bajar la condenada cuesta bordando la universidad. Se fue convirtiendo en una persona muy bien vestida. Un chico con cabello negro, alto y sonriente. Muy simpático, me quedé observándolo.

Y la miraba fijamente, Adri lo miraba a él también. Ese pequeño hilo invisible de reconocerse que tenían los dos me hizo armar teorías. Finalmente cuando ya estuvieron los bastante cerca para saludarse como Dios manda, sus rodillas vacilaron, bajaron el ritmo de su caminar y por una fracción de milisegundo hasta pude jurar que querían abrazarse y no soltarse nunca. Fue bello contemplar cómo es que dos personas no son lo suficientemente fuertes para hacer lo que quieren. Pero el chico apuesto y alto sólo dijo "Hola Adriana" y mi tía sólo dijo "Hola Gabriel". El aire murió, la tierra murió y muchas cosas en mi mente también murieron.

Naturalmente como buena sobrina curiosa, le pregunté quién era. Ella dijo que fue su mejor amigo. Vivieron juntos. Lloraron juntos y finalmente pelearon porque él era una persona muy difícil. Con un carácter fuerte que no se dejaba ayudar. Una persona muy rara, una persona muy especial para tratar. Y sobretodo, una persona muy orgullosa que guardaba rencor. Me contó que aveces pensaba que estaba un poco demente, un poco más en sus pensamientos que el mundo. Aquel Gabriel podía tornarse impulsivo, y finalmente decidió alejarse de todo aquel quien le rodeaba. Pero ella también dijo que muchas de aquellas personas decidieron alejarse de él porque tenían la impresión de que él estaba tomando actitudes extrañas. Y créanme que siendo mi tía una persona muy extraña, ella no se refiere por "extrañas" a cualquier rareza convencional.

Aquel mismo día miramos un documental, y me dijo que me quería mucho y que eso hay que decírselo a las personas porque las personas tienden a olvidarlo.

Sin embargo por muchas razones imprecisas no olvidaré aquella vez que mi tía Adriana me dijo eso. Fue bello.

Al mero día siguiente regresé a la casa de mis abuelo maternos a casi media hora de Quito y me despedí de Adri.

Y ese día por la noche me fui a Ibarra, a tres horas al norte. Mi abuelo paterno vive allí, solo. Y esa casa está llena de ella. Llena de May. Es tan dulce que duele.

Me paseé como nunca, conocí lugares hermosos que me puso a pensar en lo bello que es mi país y en lo mucho que lo iba a extrañar. Con tantos y tantos pensamientos trascendentales en mi mente no podía imaginarme viviendo en otro país que no fuera Ecuador. Mi alma se quedaría allí, mi mente se quedaría allí y me iría vacía. No importa si es en la mitad de la selva amazónica, yo me siento en casa. Es un sentimiento muy difícil de entender y por ende es inexplicable.

Volví a mi casa una semana después con el corazón un poco más dolido y la semana siguiente Adri me vino a visitar. Trajo consigo una cara de pena, nos sentamos a contemplar el atardecer sentadas en la área cubierta de picnic y luego rompió a llorar. Lloró y lloró, porque yo soy la persona más sentimental y sensible de este mundo me dio tristeza verla llorar y lloré también. Pasé mucho tiempo sin saber precisamente por qué estábamos llorando.

-Se suicidó.

No comprendía.

-Ese chico alto del que te hablé, los dos somos tan necios. Tan orgullosos que no nos quisimos parar un momentito a preguntarnos si estábamos bien.

Y comenzó a llorar más fuerte, y luego supe por qué lloraba. Era culpa.

-El orgullo te mata Emi... -me dijo -el orgullo es uno de los peores sentimientos que el ser humano puede sentir.

Y sus lágrimas caían.

-Pero estoy muy triste, me pone muy triste pensar en qué carajos pudo haber estado pensando cuando decidió que ya no valía la pena seguir. Que tan oscuro se debe uno sentir para matarse, que tan cansado. Quiero dejar de pensar así, pero me sigue pareciendo valiente, sin embargo al mismo tiempo muy cobarde. Y si la cobardía pudiese sobrepasar tan solo un poquito a la valentía talvez seguiría vivo, pero talvez solo hubiese hecho que lo decidiese más pronto. Desde que Gabriel se mató todo se ha vuelto relativo.

Y su pequeña nariz se tornaba roja. Pero ella era bonita hasta cuando lloraba.

El aire se puso violento. Y el viento avivó su llanto, luego vino la tormenta.

-Estoy enojada con él. Pero también estoy muy enojada conmigo misma. Sabes qué es lo peor? -(no esperó a que se lo preguntara) -lo peor es que se mató mientras estaba borracho. Ni siquiera mientras estaba sobrio. Unas copas con su hermano, se puso tarde y éste se fue a dormir. Gabriel se quedó, se puso a pensar en cosas que yo no quiero pensar. Se quedó solo y me pregunto si de pronto se dio cuenta de que en cuanto a las personas que lo rodeaban... sí lo estaba. Sí estaba solo. - y los sollozos apenas si se escuchaban por la lluvia- Lo abandonamos, lo dejamos matarse. Lo dejamos atar esa cuerda a su cuello con lunares. Gabriel...

Pero luego paró, y con ella la lluvia. De pronto se dio cuenta de que no era su culpa, de pronto se dio cuenta de que fue una mala decisión de Gabriel, de pronto hasta se cansó de llorar. La razón será por siempre un misterio. Sólo sé que luego se pudo ver un perfecto sol naranja en el horizonte, las nubes se aclararon. El viento dejó de soplar. Y Adri tenía esa sonrisa pasiva en la cara.

••¥¥••
Pienso en aquel Gabriel por lo menos una vez al mes. Creo que no debe ser olvidado, pero no podría olvidar su rostro ni aunque quisiera hacerlo.

Ps. Me estoy dando por vencida con ésta historia

Ps. 2) Nadie la lee de todas formas.

Bajo la misma pendejadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora