XXIV

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Penny despertó con el horrible sonido del despertador. Extendió la mano hacia su mesa de noche sin abrir los ojos, pero no dió con el condenado trasto, entonces recordó que no estaba en casa de su madre, ni en su departamento; estaba en casa de Jason. Había ido para hablar con él y lo último que recordaba era haberse sentado en el sillón a esperar por su vestido. Evidentemente se había quedado dormida, aunque no tenía ni idea de cómo llegó hasta su cama.

La respuesta la alcanzó cuando intentó moverse y un pesado brazo sobre su cuerpo se lo impidió. Sabía que era Jason sin necesidad de girarse a mirarlo; su tacto y el aroma que desprendía su cuerpo era suficiente para ella. El sonido del despertador no cesaba y Penny intentó levantarse para buscarlo y apagarlo, donde quiera que estuviera, pero no pudo, el brazo de Jason sobre su pecho y su pierna rodeando su cadera parecían más una forma de evitar que se fuera que un gesto cariñoso.

¿En qué momento de la noche había aparecido? Penny no recordaba nada más luego de sentarse en aquel sillón, se preguntó cuál había sido la reacción de Jason al llegar a su casa y encontrarla seguramente desparramada en su salón, pero su cerebro no pudo darle esa respuesta, porque el maldito sonido de la alarma, que parecía estar diseñado en específico para enloquecerla, comenzó a sonar otra vez.

Se quitó su brazo de encima como pudo, ya sin importarle si despertaba a Jason o no, y se levantó de la cama. Él se removió un poco, pero a los pocos segundos volvió a estar profundamente dormido.

El sonido seguía taladrando en su cerebro, caminó hasta la mesilla de noche en la que estaba el teléfono de Jason, desde donde salía el ruido. ¿A quién carajo se le ocurría poner una alarma para un sábado a las 7:30? Una alarma con la que, además, no se despertaba.

Apago la cosa antes de que su cabeza reventara y se giró para salir de la habitación, pero entonces se dió cuenta de algo: estaba desnuda. Bueno, no desnuda, desnuda; pero estaba en ropa interior y ni siquiera podía recordar cómo ni por qué.

Por suerte no tuvo que hacer mucho esfuerzo para encontrar el albornoz sobre el respaldo de una silla. Al menos sabía que no había pasado la noche, como diría Allyson, teniendo sexo loco y desenfrenado. Hubiera sido muy triste no recordar eso.

Tomó el albornoz y salió de la habitación recogiéndose el pelo en una desordenada coleta que no logró hacer mucho por su aspecto. Fue hasta la cocina y encontró un bote de café instantáneo, necesitaba algo que la despertara un poco y la ayudara a pensar. Dentro de poco Jason despertaría y tenían una conversación pendiente que llevarían a cabo fuera como fuera.

No pasó mucho antes de que escuchara sus pasos a sus espaldas mientras le echaba a su café una cantidad insana de azúcar. Se dió la vuelta y se lo encontró apoyado en el marco de la puerta, no se había molestado en vestirse así que Penny se distrajo unos segundos... Bueno, tal vez un poco más de unos segundos. Supo que Jason había notado su mirada embobada cuando una sonrisa se extendió en su rostro.

Hizo un esfuerzo por desviar la vista de su pecho desnudo y mirarlo a la cara. Alguien debería darle un premio por lograrlo.

—Hola —le saludó y quiso golpearse la frente cuando su voz sonó como si se derritiera.

—Hola —respondió él, su voz dejaba ver que estaba tan inquieto como ella, pero aun así encontraba la manera de burlarse—. Esa cosa te queda enorme, pensé que la había quemado después de quitártelo anoche.

Penny fue consciente de que como sonaban esas palabras, y al parecer él también, porque de repente su sonrisa desapareció y fue sustituida por una expresión que Penny no pudo describir, pero que le causó mucha gracia.

Y Ahora ¿Qué digo?   (YAQH 1.5) (Disponible en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora