Palais Cardinal

97 4 2
                                    


Paris – 1643

Aquel hombre de espalda ancha y pelo azabache caminaba con paso firme por el camino principal de los jardines del Palais Cardinal.

En una de sus manos llevaba nuevos papeles que debían ser firmados por su capitán. Odiaba ser un simple cadete, él no estaba para ello cuando del otro lado de la reja de entrada la gente se amotinaba para exigir a la regente que renunciara y cediera su lugar a monseñor, el hermano del difunto rey Luis XIII.

El mosquetero sabía que en las calles comenzaba aquella guerra civil entre los mazaristas y los que querían un francés sentado en el trono de su amada patria. No podía culparlos, claro que no, si fuera por él, el nuevo cardenal estaría lejos de la corte, aquel italiano no merecía ser el sucesor de Richelieu como tampoco debía estar al lado de la reina regente. No lo quería admitir pero aquel hombre por primera vez en la vida sentía punzadas en el pecho al pensar en aquella cercanía. Si no fuera por algunos asuntos de estado, con gusto estaría del otro lado de la verja junto al duque de Beaufort, el verdadero rey que Francia y ella se merecían.

Las risas infantiles lo sacaron de su propio monologo interno.

Sus pies se quedaron pegados al cemento y su vista azul recayó sobre aquellos pequeños niños que jugaban con palos que simulaban ser espadas; Luis XIV, futuro rey de Francia y Felipe, futuro duque de Orleans.

Debajo de aquel bigote se formó una sonrisa amplia, aquella que solo un padre orgulloso forma al ver a sus hijos siguiendo sus mismos pasos.

Se acercó con paso lento para poder ver mejor las habilidades de combate de los niños pero teniendo cuidado de no interrumpir, simplemente estaba allí para ser un espectador más.

-Ha sido suficiente por hoy – habló La Porte aplaudiendo para llamar la atención de los infantes - su majestad debe ir a clase de guitarra.

-Pero...

-Nada de peros Luis debes ir, no querrás hacer esperar a madeimoselle Sylvie – agrego Ana de Austria tomando la mano de Felipe.

El mosquetero espero un segundo, un eterno segundo para que su vista pudiese cruzarse con la princesa española, pero aquello no paso y su corazón dolido sabía perfectamente el porqué, el italiano estaba cerca por lo tanto debía volver a su trabajo.

Otra punzada en la boca del estómago del gascón, D'artagnan tarde o temprano tendría que admitir que aquel dolor no era nada más ni nada menos que celos. Pero no iba a ser hoy, hoy tenía que seguir con su trabajo de simple cadete porque tal vez mañana o pasado mañana tendría la oportunidad de librarse del italiano. O por lo menos eso quería pensar aquel hombre mientras se alejaba con la mirada al frente fingiendo que nada más le importaba en la vida que cumplir con su deber.

Dartagnan LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora