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—Pero, ¿Qué rayos con tu look? —Pregunta horrorizada Adele.

—¿Qué? ¿No te gusta?

—Tu cabello, tus ojos y tu piel. ¿Qué rayos?

—Me puse un tratamiento en la piel, como Michel Jackson. Me he pintado el cabello. Y por alguna razón, mis ojos han aclarado. —miente, sabiendo que su amiga no le creerá.

—Uh... tú estás muy rara. Esto no es normal en ti.

Aubrey había tenido una excelente noche con su mejor amiga, pero era momento de regresar a la realidad. Está indecisa, ordenando su ropa cuando Adele entra a la habitación. Siente una energia5tan potente dentro de su cuerpo, tan exuberante, tan gigante, que no lograba entender el por qué se siente así. Como si pudiera correr miles de maratones y no se cansaría, como si tuviera electricidad en sus venas.

—¿Te parece si desayunas conmigo antes de que te vayas?

—Ah, vale. —termina de ordenar su maleta y sigue a su amiga, dando un leve brinco.

—Creo que te iré a dejar a tu apartamento.

—¿Ah, sí? ¿Y desde cuándo tú tienes permiso para salir de esta bonita prisión? —Ambas toman asiento, mirando el desayuno frente a ellas.

—Papá ya no es tan estricto. —se encoge de hombros.

—Vaya... —abre los ojos— Eso es sorprendente, ¿no?

—¡SI! —chilla de emoción— Hasta ya tengo un coche, ¡solo para mí!

—Me alegro por ti. —sonríe, llevándose un trozo de tocino a la boca. — ¿Vas a visitarme seguido, entonces?

—Si, ahora no podrás escaparte de mí. —le guiña un ojo.

—Nunca puedo.—hace un puchero, fingiendo— Desgraciadamente.

—Mentirosa. —dice Adele entre risas, metiendo un trozo de pan a su boca.

Terminan su desayuno hablando sobre las clases de Adele, cuando es hora de salir. Con su bolso al hombro, Aubrey sale de la mansión y siente un gran escalofrío cuando el sol toca su piel.

—Igh... —exclama, viendo su brazo con piel de gallina.

—¿Todo bien? —pregunta Adele, metiéndose al auto.

—Ajá... —su vista recorre su brazo hasta llegar a sus nudillos y es cuando lo nota. Como si todos sus dedos tuvieran un anillo grues, dorado y brillante.— ¿Qué demonios? —susurra para sí misma.

—Tonta, súbete.

—Sí, sí. —frunce el ceño y abre la puerta, rozando sus nudillos con la puerta y quemandole, dejando los anillos marcados. Aubrey abre sus ojos con sorpresa, ya que nunca había hecho eso y porque acaba de arruinar la pintura del coche de su amiga.

Se sube, metiendo sus manos en las bolsas de sus pantalones y actúa normal. Aunque le es imposible. Empieza a oler a ropa quemada. Y los anillos pegados de sus nudillos están rompiendo la tela.

—¿Sientes ese olor? ¡ESTOY QUEMANDO LAS LLANTAS! —Grita Adele.

—¡No! No, seguro es otra cosa... —miente— Conduce, Adele, rápido.

—¿Segura que no estoy gastando las llantas? —dice, conduciendo lentamente.

—Que no, mujer, ya deja de conducir como mi abuela.

Adele pone los ojos en blanco y enciende la radio. Sale disparada a la carretera, mientras que Aubrey se pregunta por qué se siente así y por qué tiene eso en los nudillos. Aún se siente cargada de energía y por dentro, sentimentalmente, se siente mal. ¿Qué se supone que tiene que hacer? ¿Vivir sola... otra vez? Ella no quiere regresara a la vida que tenía... porque ella se sentía tan sola. Ella va tan metida en sus pensamientos, ignorando totalmente la música.

—¡Aubrey! —grita Adele.

Aubrey voltea a verla, mirando su cara de terror y por la ventana, un auto... que está a punto de impactar contra ellas. Aubrey sin pensarlo dos veces, no sabe cómo lo hace, pero empieza a manejar Espacio-tiempo. Un círculo amarillo, (como un anillo) aparece alrededor de Adele, el anillo se intensifica y Adele desaparece. Aubrey grita al no ver a Adele y es cuando el auto impacta contra ella.

Todo se vuelve silencio para Aubrey.

Su cuerpo está contraminado en la puerta y el auto tiene una gran abolladura. Sin despertar, su subconsciente vibra en cada parte de ella hasta llenarla de energía y abre sus ojos lentamente.

Esto está mal... van a descubrir lo que soy... ¿Qué mierda hago? —piensa, mientras levanta una lámina de encima.

Y el anillo aparece nuevamente, pero esta vez a su alrededor. Cierra sus ojos, asustada, cuando cae de culo en el suelo duro y abre sus ojos.

—¿Qué mierda...? ¿Y Adele?—hace una mueca de dolor.

Mira su alrededor y se encuentra en la esquina de la avenida del accidente. Cojeando, camina a los autos. Por suerte no hay muchas personas viendo el espectáculo. Y mira a Adele sentada al lado del auto, con sus piernas pegadas al pecho y llorando.

—¿Cómo pasó todo? Aubrey... Aubrey... Aubrey... —susurra entre llanto.

Aubrey se acerca, toma su mano y la levanta. Adele esta tan conmocionada que ni siquiera mira quién le dio la mano, está en shock. Aubrey ignora la gente que las ve mal y jala a Adele, metiendola en una tienda de donas.

—¡Adele, reacciona! —y le da una bofetada.

—¿Uh? —levanta la mirada y sus pupilas se dilatan— ¿Aubrey?

—Sí, todo está bien, ¿Ok?

—¿Cómo pasó? ¡Pensé que estabas muerta y no sé como llegue a la calle! —susurra exasperada, sentándose en unas mesas.

Llega una camarera y Aubrey pide dos vasos de agua grande. La camarera las ve como si fueran locas. Quizás eso sean.

—Yo... yo te empuje. —miente.

—¿Cómo me vas a empujar, idiota? ¡Vi t-todo amarillo! ¡Y después no sé qué pasó! ¿Cómo mierda se supone que voy a salir ilesa? ¡Solo aparecí afuera! Oh, Dios mío, ¿esto es obra tuya, verdad? Debemos ir a la iglesia, Aubrey. Debemos.

La camarera deja los vasos en la mesa y Adele se empina el suyo, dejándolo hasta la mitad.

—No, no hay explicación para esto, esto fue acción divina.

—Ya cállate, Adele. —de pronto, Aubrey se siente un poco cansada y reposa su cabeza en la mesa.— No sé qué pasó, pero no debes contarle a nadie.

—¡¿Cómo que no?! ¡Debemos dar el testimonio!

—No seas estúpida. Sabes que si entro a una iglesia, me cae un rayo en seco.

—Bueno, después hablaremos de esto. —saca su teléfono y llama.— ¿Hola? Si, soy yo. ¿Puedes venir a traerme?... Ah, vale... si, te envío la dirección en un texto. Adiós.

—Vas a regresar a casa, vas a dormir toda la tarde y vas a estar bien.

—¿Pero que hay de ti?

—Tengo cosas que hacer. —suspira, sin levantar su cabeza.

—¡Debes regresar conmigo! Debes descansar.

—No tengas duda que lo haré. Pero en mi casa.

—Agh, vale. ¡Pero debes llamarme!

—Sí, sí. —dice Aubrey sin ganas— Debes prometerme algo, Adele.

Aubrey levanta su cabeza y la ve directamente a los ojos.

—¿El qué?

—No debes decirle a absolutamente nadie lo que pasó ahora. A nadie.

—Bueno... lo p-prometo.

Son Of The MoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora