CLARISSA, UNA JOVEN LA CUAL QUIERE LLEGAR A SER UNA GRAN ESCRITORA.PERO, EL PASADO ES SU PEOR ENEMIGO. SIN EMBARGO, SE VERÁ OBLIGADA A DESMANTELAR LOS GRANDES MISTERIOS QUE ESCONDE SU FAMILIA Y VENGAR LA MUERTE DE SU PADRE.
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Golpee la puerta más de dos veces, esperaba a que alguien la abriese pero no aparecía el vigilante. En aquel momento vislumbre a una mujer, ella iba a salir, así que me abrí paso y aproveche a entrar.
Ya dentro, me encontré con un gran jardín, el cual me dirigía a 4 torres. Al entrar en la torre 2, me encontré con un gran vestíbulo, el cual conducía a dos lugares totalmente distintos, el parqueadero que se encontraba a la izquierda bajando unas escaleras y la derecha, unas escaleras medianas, las paredes poseían ladrillos, así que no poseían color... me dirigí a subir, hasta el tercer piso.
Gire mi cabeza, mire una puerta que llamo mi atención, la puerta era de un color totalmente blanco, con una cerradura de color Bronce. Presione el timbre. A los pocos instantes la puerta se abrió. Mi madre apareció tras ella.
Después de que yo pasara cerró la puerta con suma delicadeza a mis espaldas.
— ¡Hola hija!, ¿cómo estuvo la universidad? — dijo mi madre, sentándose en el sofá, el cual poseía unos colores avellana con un café oscuro.
— Bien, madre, — afirme.
Mi madre era rubia, de unos ojos cafés, con una cara pequeña y un cuerpo hermoso.
Al principio me hizo gracia la forma con la que me fulmino con la mirada. Aunque he de admitir que mi madre me acordaba de siempre ofrecerle lo mejor. Los últimos tres meses habían sido completamente normales hasta que llego el día que fuimos a la librería.
— ¿No es ese un nombre de chica? — Le pregunte sabiendo que se molestaría—Sin ofender, claro—agregue al ver que sus ojos color celestes se abría más.
—Pues sí, pero también es de chico—me contesto un segundo después. Observe como sus ojos pasaban de mí.
—Seguramente en tu corto vocabulario no existe la palabra unisex. — agrego esta vez soltando una carcajada.
— No te preocupes, tengo un vocabulario extenso — dije yo cerrando la nevera y encarando de verdad a aquel chico.
Él era alto, seguramente uno sesenta y ocho o uno setenta, no estaba segura. También era delgado, y no le faltaba de nada, había que admitirlo, pero su rostro era tan aniñado que cualquier pensamiento lujurioso hacia el quedaba descalificado. Él y yo estudiábamos en la misma Universidad, y eso se reflejaba claramente. Llevaba puesta una sudadera, su camiseta blanca y sus converse negras. Le hubiese faltado estar algo despeinado para que se pudiera ver como el típico adolecente hípster.
Justo entonces escuche un ruido a mis espaldas. Me gire y me encontré de cara con mi madre.
— ¿Quieren algo de comer? — dijo mi madre entrando a la cocina con una sonrisa de oreja a oreja. Hacia muchísimo tiempo que no le veía sonreír de aquella manera y en el fondo me alegraba verle así.