CLARISSA, UNA JOVEN LA CUAL QUIERE LLEGAR A SER UNA GRAN ESCRITORA.PERO, EL PASADO ES SU PEOR ENEMIGO. SIN EMBARGO, SE VERÁ OBLIGADA A DESMANTELAR LOS GRANDES MISTERIOS QUE ESCONDE SU FAMILIA Y VENGAR LA MUERTE DE SU PADRE.
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Al llegar a aquel lugar me levante del piso, ya que al atravesar aquel portal caí en el. Sabía que me encontraba en la casa de mi tía, pero nunca había estado allí así que no sabía dónde me encontraba, todo estaba oscuro. Avance un poco, me pegue en el estómago con algo parecido a una baranda. Me devolví donde se encontraba mi maleta y la agarre.
Deduje que si allí se encontraba una baranda debía haber unas escaleras, y así fue al encontrarlas subí. Al parecer me encontraba en un sótano, me dirigí a las habitaciones las cuales se encontraban un piso más arriba. No sabía cuánto tiempo duraría allí solo que me hospedaría hasta cierta fecha.
Las montañas, la vista y escuchar música con mis audífonos hacia que el estar en aquella casa resultara de la mejor manera. Pero aun no podía olvidar el ataque que paso antes de llegar aquí.
Al llegar al dormitorio pude ver que no estaba sola, habían dos camas, ambas totalmente tendidas, en una se encontraba Azriel con su sonrisa de oreja a oreja.
—Hola, veo que llegaste bien.
—Que haces aquí, acaso no sabes que esto es propiedad de mi tía.
—Lo sé, fue ella la que me dio permiso de venir aquí.
—¿Como?
—No te lo voy a decir, Clarissa Evans. -una pequeña sonrisa se asomó en su boca, al parecer le estaba gustando verme molesta.
—¿Porque?
Él se levantó de la cama y se dirigió a la puerta, antes de irse devolvió la mirada, nuestras miradas se cruzaron y el sonrió.
Estaba molesta, así que sin dudarlo lo seguí, él ya estaba en la puerta principal cuando baje las escaleras.
— ¿ Adónde vas?
—iré a tomar algo.
—Quiero ir contigo.—él sonrió y se apresuró para abrir la puerta.
—Entonces vamos.
Al salir una fuerte ráfaga de viento hizo que mi cabello tapara toda mi cara, pude oír a Azriel riéndose. Hacía mucho frio esa noche, por suerte estaba preparada y me coloque mi chaqueta. El pueblo se encontraba lejos, se podía apreciar como una pequeña mancha blanca desde la carretera donde nos encontrábamos.
—Siempre está lejos—dije al ver la lejanía que nos esperaba.
—No te preocupes, no vamos a caminar—dijo Azriel, llevándose las manos a su chaqueta de cuero, y de ellas sacando un juego de llaves.
—¿Nos vamos a ir en moto?.
—No, en auto—se apresuró a decir presionando un botón. Más adelante de nosotros, las luces de un auto alumbraron.—Vamos, sube.
