Doce.

712 24 0
                                    

Volvió a irse por la ventana y me volvió a dejar sola en una cama que olía demasiado a él. Quise aspirar ese olor hasta que se quedara el resto de mi vida en mi mente. Era otro día, otro domingo, y la misma rutina de siempre. y mi rutina de los domingos comenzaba por pesarse. Me subí a la báscula y 

Calculando...

Calculando...

el tiempo que tardó la báscula en mostrarme el número, fue el suficiente como para que me diera un infarto. 51 kg, 1.73. IMC: 17.04. No era suficiente. Todo lo que podía ver en el espejo eran excesos. Demasiada tripa, demasiada cadera, demasiados brazos. Mi segunda rutina después de enfrentarme al monstruo de los números era hacer ejercicio hasta que esa cifra demasiado alta para mi gusto dejara de atormentarme. Luego venía la comida, la que no me podía saltar y la que hacía que sintiera que estaba tirando a la basud¡ra esas dos horas de ejercicio. Por lo cual me decidía a ir a pasear, lo que aprovechaba para esconderme y vomitar todas esas calorías de un domingo que, a pesar de ser como los otros días, mis padres consideraban el día de la familia y por lo que teníamos que comer todos juntos. Comer todos juntos, eso significa miradas de águila sobrevolando tu cabeza, controlándote lo que comes y ofreciéndote más comida aunque estés a punto de explotar porque 'últimamente estás adelgazando mucho, tienes que recuperar un par de kilos'. Já, antes me muero. ¿Es que acaso mentirme de esa forma les hace sentirse mejor consigo mismos o como va este rollo?

Después de vaciar completamente mi estómago corría. Y corría no sé si por deshacerme de las calorías que ya se habían apoderado de mi cuerpo o para alejarme del lugar del crimen. Cuanto más lejos estaba menos me asaltaba el sentimiento de culpa, los problemas quedaban atrás; ahora para mi solo existía ese maravilloso paisaje. Era el paseo del río, un lugar que solo los ciclistas y algunos vecinos del pueblo conocían. Se oía como caía el río en una cascada próxima, el murmuro de algunos animales del bosque y el viento moviendo los árboles. Quise estar ahí parada, contemplando el paisaje, pero acompañada, por él. Alejé esos pensamientos y seguí corriendo, hasta que no pude más, hasta que mis piernas fallaron y yo caí al suelo. Por suerte no habá nadie a esa hora por ahí, nadie que se empeñase en ayudarme a ir a casa o al médico, o que le contase a cualquiera que 'Cein se ha caído al suelo de tanto ejercicio y últimamente está demasiado delgada, no sé si estará haciendo alguna tontería'. Con las pocas fuerzas que me quedaban llegué a mi casa y me dejé caer todo sudada en el sofá. Una ducha, masaje de aceite y me tiré en cama. Eran las siete de la tarde, mis padres probablemente estaban en la casa de algún amigo tomándose un café que se alargaría hasta que ya hubieran cenado, bebido y bailado lo suficiente. Y a esas horas no había nada mejor que hacer que estar en el parque. 

Estaban todos, pasándoselo bien, disfrutando. Nos pasábamos un porro de mariachi entre nosotros, que estábamos sentados en círculo alrededor de un equipo de música que emitía música demasiado alta como para poder establecer una conversación. Mierda. No esperaba que vinieran, y al parecer nadie. Maka y el tío con quien hiciéramos la foto en la que se besaban se acercaban a mi, a su ya habitual cara de chulos con mala hostia se unía un cabreo de verdad y unas ganas de ver mi cuello cortado. 

El chico, Robs, me agarro del cuello obligándome a poner de pie. Me quedó claro que él no me quería hacer nada cuando dijo 'toda tuya', con una sonrisa en la cara mirando a Maka. Me tiró del pelo y empezó a insultarme. Eran como mis voces solo que está vez no salian de mi cabeza sino de su boca. Zorra. Patética. Egoísta. Puta. Cerda anoréxica. Esta vez se había pasado. Y de repente mi puño chocó contra su cara, haciendo que su nariza sangrase. Ella nunca había estado en una pelea y al ver la sangre se volvió loca, daba arañazos y patadas al aire. La agarraron ante mi cara de suficiencia y se la llevaron de ahí. Ahora si que parecía que podría pasar la noche tranquila. Pero yo no lo estaba, y al no poder atracarme con comida para llenar la angustía interior que tenía, elegé fumar hasta que todo se acabó. 

Estaba demasiado fumada, creo que nunca lo había estado tanto. No os miento si os digo que es la primera vez que no recuerdo nada de lo que hice e¡una noche. De lo único que me acuerdo es de despertarme en cama de Dreic. Me chocó mucho, se suponía que él me odiaba, que haría todo lo posible por joderme. Bajé las escaleras buscando una explicación y antes de que pudiera expresar en alto la pregunta, la voz de Dreic me sorprendió. 

- Estabas demasiado fumada, no querían que te fueras a casa, mis padres no están así que solo podías venir aquí. No lo hice por ti, lo hice por Sic. Por mi te hubieses quedado en tu casa o como si te quedabas en la calle y alguien te secuestraba.

Vale, estaba claro que estaba muy enfadado conmigo. Supongo que me lo merecía. Me fui de su casa sin decírle nada, no me despedí ni le pedí por milésima vez perdón. Agarré el pomo de la puerta y salí de aquella cárcel que me acusaba. Fuero el aire pesaba como si fuera mi culpabilidad cayendo sobre mi conciencia. Haber perdido a uno de mis mejores amigo me impedía respirar con normalidad. No quería que Dreic me viera así, no podía permitirlo. Llamé a Sic. Un toque. Dos toques. Trestoque. Joder, cógelo de una vez. Cuatro toques. Descuelga. A pesar de ser lunes, su voz delataba que aún estaba durmiendo. Me pasé por su casa y me abrió con solo la parte del pantalón de pijama puesto. 

Pasaron dos horas, dos horas desahogándome y él consolándome. Dos horas llorando y él abrazándome. No hubo besos, ni polvos, solo cariño, amistad. Y se sentía muy bien poder confiar en alguien de esa forma. Él era como mi escape, como la libertad cuando llevas demasiado tiempo en la cárcel. Comimos, y por primera vez en mucho tiempo no sentía una voz gritándome que toda esa comida se iba a acumular en el cuerpo, que toda su grasa estaría mañana encima de la báscula. Bueno, ya lo recompensaría de alguna forma. Además, ya lo había comida y Sic me vigilaría si iba al baño, ya no había nada que hacerle y mejor no rayarse por algo que no tiene solución. 

Dime quién soy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora