Veintiuno.

531 24 0
                                    

Tenía el corazón en un puño, es la primera vez en mi vida que estaba castigada y no sabía si mis padres iban a ir a comprobar que lo estuviera cumpliendo. Decidí subir por la ventana, sin hacer ruido como si fuera un ladrón entrando en mi propia casa. Me quité la ropa y me metí en cama, fingiendo que estaba dormida. Estaba casi segura de que no iba a colar, eran las cuatro de la tarde, a ver quien está dormido a esa hora. Pero podía colar como que estaba enfadada con ellos. La espernza es lo último que se pierde, ¿no? Y ahí estaba yo, acostada en cama rezándole a un dios en el que no creía. La puerta se abrió y la colcha que me cubría fue lanzada con furia al suelo.

- Vas a ir a un correccional, no vamos a soportar más tu actitud, te damos de todo ¿y así nos lo pagas? Pensábamos que con el castigo aprenderías, pero parece que no es suficiente. Vas a acabar este curso y más te vale aprobar todas, después de selectividad pasarás todo el verano en el internado.

Mi padre dijo todo eso sin pararse a coger aire ni esperando una respuesta o un gesto por mi parte antes de salir dando un portazo de mi habitación. Me dejaron demasiado sola con un miedo indescriptible en el cuerpo, internado, cárcel. No había hecho nada tan malo, bueno, me había escapado a una fiesta, pero eso no era nada comparado con todo lo que no sabían. Y temí que lo descubrieran, porque entonces estaba segura de que me iban a matar sin pensárselo dos veces. 

Por mi mente pasó toda la droga consumida, el dinero que le había robado a mis padres para pillar o comprar alcohol, cuando había hecho que la primera asistenta se fuera de la casa casi llorando. Sabía que le había jodido la existencia a varias personas, pero no era algo de lo que estuviera orgullosa aunque eso a poca gente le importaba. No es que me arrepintiera, pero cuando estaba mal me sentía como si estuviera en su piel y me lo estuvieran haciendo a mi, y entonces me odiaba aún más.

Llamé a Sic, y ya que rezar antes no me había servido para nada, esta vez solo supliqué que me lo cogiera. Y él pareció escucharme a mi tercer toque. No podía hablar muy alto ya que también estaba castigada sin mçovil aunque mis padres se habían olvidado de quitármelo. 

- Sic, por favor, ven. Necesito hablar contigo. 

- ¿Para qué voy a ir? ¿Porque tú me necesitas? ¿Y que pasa conmigo, con todos nosotros? ¿Acaso pensaste en si yo te necesitaba cuando estabas por ahí perdida? ¿O en si estaba tan preocupado que me quería morir antes de pasar un día más sin saber de ti? Que te den, Cein, para ti solo existes tú. Y no lo voy a soportar más, no puedo, esta vez si que te has superado. 

- Sic, eso no es así, no puedes decirme eso cuando sabes perfectamente todo, no es justo. No, de hecho, si que es justo, pero no es verdad. Y yo, joder, Sic.

Me había colgado, ni siquiera se despidió, solo el pitido final me había avisado de que por mucho que me disculpara, él no iba a perdonar por lo menos fácilmente. Me dolían sus palabras, verme tan egoísta y no saber si en realidad era así o no. Vale que esos días no me había preocupado por los demás, pero necesitaba mi tiempo, alejarme de mis problemas. Si, mi tiempo y mis problemas. ¿Acaso era algo malo? Todo el mundo se aleja para despejarse, no entiendo por qué yo era la mala de la historia. O sea, no había hecho bien, pero tampoco era un monstruo que iba por ahí matando a la gente.  

Me tumbé en cama, las lágrimas mojaban mis mejillas y caían empapando la almohada. Tampoco tenía claro si me dolía más perder a Sic o sus palabras. Me dolía tanto todo que no era capaz de diferenciar un dolor de otro, era como si los dos se mezclaran en uno, destruyéndome aún más. Y para dejar de sentir ese dolor emocional, hice lo único que sabía hacer. Abrí el cajón escondido y saqué una cuchilla que pasó repetidamente por mi muñeca izquierda, haciendo que la sangre cayera en la sábana. Cerré los ojos, profundizando el dolor, la sangre era más fluída, más. 

La camisa del pijama se levantó por el lado derecho y mi mano llevó hasta allí la cuchilla. Tres cortes, desordenados, profundos. Ni siquiera sentía el dolor del hierro clavándose en mi, lo único que había en mi mente eran las palabras de Sic repitiéndose una y otra vez, chillándome, acusándome como a una asesina. 'Esta vez si que te has superado'. Corte. '¿Acaso pensaste en si yo te necesitaba cuando estabas por ahí perdida?'. Otro corte, esta vez más profundo. 'Que te den, Cein, para ti solo existes tú'. Corte. Corte. Corte. Furia. Corte. 

Temblaba tanto por las lágrimas que no era capaz ni de seguir marcándome la piel, a pesar de que mi cuerpo y mi mente pidieran más y más. No solo me aliviaba el dolor emocional, además me lo merecía. Por haberle hecho daño, por no haber pensado en él, por haberle defraudado, por haberle preocupado. Me quedé en la cama hecha un ovillo, abrazándome a mi misma ya que era visto que nadie más lo haría. Y me dio igual que aún fueran las nueve de la tarde de un sábado, me quedé dormida, con el cuerpo desgastado después de haberme quemado tanto con mi piel. 

Pero mis sueños no eran un lugar mejor. Constantemente mis sueños cambiaban. Unas veces aparecía Sic abrazándome, como antes, divirtiéndonos. Otros eran Sic clavándome una estaca, diciendo que yo le había matado primero. Me despertaba cada diez minutos para luego volver a dormirme y seguir soñando. Después aparecía Sic en una cama, acostándose con una que al principio parecía que era yo, pero después la vista cambiaba y yo era la chica que estaba en la puerta horrorizada contemplando la escena; como si él fuera mi novio y me hubiese puesto los cuernos. Cada sueño era más raro y tenía menos sentido que el anterior, pero el cansancio extremo que tenía encima me impedía quedarme despierta.

Dime quién soy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora