Quince.

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Me despierto sola, y no solo porque a mi lado no hay nadie. En el aire se respira la necesidad de alguien que te abrace por las mañanas y te diga que ese va a ser un buen día; pero también el miedo y la inseguridad de que te pueda abandonar o te haga daño. Es sábado, las doce de la mañana. La asistenta me despierta indicándome que mis padres me esperan para llenar mi cuerpo de calorías desde primera hora de la mañana. Bajo las escaleras con una cara que delata que me acabo de despertar, y me siento en la mesa de la cocina entre mi madre y mi padre. 

- ¿Café o un cola cao?

- Hoy me apetece mejor un té.

Intercambian una mirada que no sé si descifrar como que las cosas van mal o como que se preocupan por mi, pero no dicen nada. Sus miradas me obligan a llevarme 130 calorías con forma de magdalena a la boca, a la que le siguen cinco galletas y una tostada con mermelada. 371 calorías, 371 gritos de mi mente pidiéndome que no le haga eso. Una vez que dejo todo limpio para asegurarles que todo va bien y que no tengo ningún problema con la comida, voy al salón a ver la tele. No puedo irme a mi habitación a hacer ejercicio ni al gimnasio porque eso seguramente encendería unas alarmas totalmente falsas. 

Decido continuar mi tortura de ver como el desayuno se convierte en grasa viendo un programa sobre música que no es demasiado entretenido, pero es lo único que echan. Mi madre se sienta a mi lado. Peligro. Vete de aquí. Algo malo va a pasar. Mi madre dedica todos sus sábados por la mañana a ir a pasear o retocar algo de su trabajo, el hecho de que haya decidido apartarlo por estar conmigo me asusta porque no sé qué esperarme. Su pregunta cae como un jarro de agua fría sobre mí.

- Hace mucho que Elly no se pasa por aquí, ¿os ha pasado algo,cielo?

Un simple 'no' sale de mi boca. Demasiado ronco y soso como para que mi madre no me mire con su cara de 'te conozco como si te hubiera parido y sé que te pasa algo'. Pongo los ojos en blanco y le explico que está intentando arreglar las cosas con un chico. Me vuelvo a centrar en la tele, poniendo demasiada atención para que mi madre se entere de que no quiero continuar esa conversación. La soledad me vuelve a abrazar cuando mi madre se va del salón. Siento que realmente no tengo amigos, Dreic no está, Elly me dejaría si él me lo pidiese, y Sic probablemente solo quiera follar. Estoy sola, sin nadie que me entienda o con quien poder hablar de cualquier cosa sin que me juzgue. Soy como ese juguete que utilizas cuando eres pequeño y quieres mucho, hasta que aparece algo mejor y te das cuenta de que yo no era nada. Nada. Nadie. 

Las imágenes de un concierto entran en mi mente sin que yo les preste atención. Un olor a pizza entra por mi nariz y se mete hasta mi estómago que aún protesta por el desayuno. Después de comerme un trozo para que no me digan nada, aparece un helado delante mía que ya es demasiado como para que lo pueda soportar. Me dirijo a mi habitación porque al parecer tengo que hacer bastantes ejercicios y así adelanto mientras tomo el postre. Me meto en el baño y subo la tapa del váter, el helado cae por él justo antes de que lo haga la pizza que tenía en la barriga. Cuando me levanto del frío suelo del baño, me siento vacía y con los ojos llenos de lágrimas por el esfuerzo. No hay dolor, no hay remordimientos. Me sentía mal y por eso tuve que vomitar. La pizza era demasiado pesada y por eso me dolía la barriga.

Se enciende una luz amarilla en mi móvil que me indica que algún contacto de Whats App me ha hablado. Decido ignorarle por un rato y enciendo el ordenador. Me meto en Google y escribo thinspo en el buscador. Abro otra pestaña y tecleo el nombre de mi tumblr. Ahí solo hay mujeres perfectas, con cuerpos de escandalo que seguro que  no se comieron una pizza y un helado en su vida. Empiezo a descargarme fotos de Google y las subo al Tumblr. Es una tortura ver esos cuerpos que nunca tendré, pero me motivan a esforzarme un poco más, a hacer más ejercicio o a rechazar una taza de chocolate. La luz amarilla del móvil vuelve a brillar como si quisiera meterme prisa porque alguien que ahora mismo no me importa está esperando mi contestación. Decido cogerlo, más que nada porque su luz me está empezando a incordiar y abro la conversación. Es Sic, dice que está preocupado porque hace mucho que no me ve y que si me apetece ir a tomar algo. Lanzo mi móvil con furia sobre la cama, ¿es que nadie es capaz de quedar con otra persona sin tener que poner comida de por medio? Algo se apodera de mi cuerpo, que se pone en pie y pasa el pestillo por la puerta de mi habitación. Después se agacha delado de mi cama y abriendo el cajón oculto saca una cuchilla. Uno. Dos. Tres. Cuatro cortes. Todos profundos y paralelos. La sangre sale de mis muñecas como si fueran presos que por fin ven la libertad, saltan de mi brazo cayendo sobre el suelo, impregnándolo todo de color rojo. Ahora la habitación da vueltas y a mi todo me da igual. Solo pienso que ojalá mi mano derecha hubiese decidido hacer cortes verticales en vez de horizontales. Esa misma mano, la derecha, está ahora sacando un cigarro mientras la mano izquierda enciende un mechero que acerca hasta el pitillo que ahora está en mi boca. Suelto el humo como si con él se fuesen todas mis dudas, o como si una parte de mi escapara a través de mis pulmones intóxicada con la nicotina. Cada vez todo da más vueltas y me tumbo en cama esperando a desmayarme, algo que nunca ocurre. 

Oigo el portal cerrarse y el ruido de un coche alejándose. Deduzco que mis padres se han ido y que ahora estoy más sola que nunca. El gimnasio me está esperando, al igual que todas esas galletas y el chocolate de la alacena. Mi mente está dividida entre el meterme 5000 calorías de golpe al cuerpo o quemarlas. Estoy demasiado cansada, no creo que sea buena idea que mis padres me encuentren desmayada en el gimnasio y piensen que soy anoréxica, algo que por supuesto no soy. Decido comer, aunque más que decidir es una voz que me dice que solo la voy a callar cuando me coma todas las existencias de dulces que están escondidas por toda la cocina. Me paso una hora engullendo, sin ni siquiera apreciar el sabor de la comida que me estoy metiendo entre pecho y espalda; y otra media hora vomitando todo. Las pocas fuerzas que me quedan las gasto en el gimnasio, y en subir las escaleras que me llevan a mi habitación, donde está la cama sobre la que caigo dormida completamente.

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