Dieciocho.

578 24 0
                                    

Me desperté en una cama que olía a una colonia que ninguno de mis conocidos usaba, en una casa que olía demasiado a café como para que hubiera estado ahí antes. Abrí los ojos y me encontré con una nota a mi lado, con una caligrafía apurada, como las que dejan los novios antes de huir. 'A diferencia de ti, tengo que ir a clase, esperáme, no te vayas por favor'. Las últimas palabras me hicieron gracia, ni siquiera sabía mi nombre, no sabíamos casi nada el uno del otro y me pedía eso. De todas formas, no quería irme, aún tenía algo pendiente con él y no me iba a ir sin conseguirlo.A decir verdad, no sabía que hacer, en principio ese día me iba a ir a otra ciudad, pero cuando lo conocí cambié de opinión y decidí pasarme todo el día con él; ahora todo había cambiado y yo estaba sin planes. Si salía de casa no sabría cómo volver, y si salía de la habitación tenía miedo a encontrarme con alguien que hiciera demasiadas preguntas. A todo esto, ¿con quien vivía? Creo recordar que me había dicho con la abuela, o que su abuela había muerto y ahora vivía solo; eso me llevó a preguntarme cuantos años tenía, pero iba al instituto tenía que ser joven. Un momento, el dijo que iba a clases, en ningún lugar especificó si iba a la universidad o al instituto. Mierda, ¿dónde me había metido? De todas formas, era un buen chaval, no me preocupaba, si hubiese querido hacerme algo había tenido toda la noche, y yo seguía viva e intacta. Empecé a investigar un poco su habitación, quería saber algo de él, lo justo para que siguiera siendo un misterio. 

En la mesita de noche solo guardaba la ropa interior, con algún sobre de maria o hachis escondidos por el medio. Me dirigí al escritorio y cuando abrí el primer cajón, vi que estaba lleno de fotos y de álbumes. Había fotos de cuando era un crío con sus padres, de cuando tenía unos cinco años con sus padres. A partir de sus seis años, sus padres no volvieron a aparecer en ninguna foto, de hecho, no había ninguna foto de él hasta pasados unos años. Deduje que habían muerto en un accidente de coche, de ahí que él acabara viviendo con su abuela. Las siguientes fotos eran de adolescentes, de fiesta, de camping, besándose. Llegué hasta una de varios días atrás, lo supe porque en un calendario que había colgado en la pared del bar de la foto se veía la fecha. Me sorprendió que revelara esas fotos, la gente a estas alturas suele guardalas en el ordenador u otro soporte tecnológico. Aunque fuera raro, me encantó esa idea, era como poder tocar los recuerdos, como si estuvieran más cerca. 

En el siguiente cajón había fotos de paisajes, de distintas ciudades. Parecían sacadas por un fotógrafo profesional y en seguida se me vino a la mente que teníamos bastanteen común. Me pasé horas mirando las fotos, fijándome en cada detalle, enamorándome de cada parte del mundo que aún no conocía. Pasé tanto tiempo absorvida, que él llegó antes de que pudiera acabar el último ábum.

Aún estaba con su camiseta, estaba perdida en su mirada, tenía algo mágico, algo que enamoraba. Me acerqué a él y le besé mientras le acariciaba el pelo. Metió sus manos por debajo de mi camiseta, hasta llegar a mis pechos que no tenían sujetador. Me acostó en su cama y se sentó encima mía, me besó en el cuello, me quitó la camiseta y me mordió los pezones, siguió bajando. Llegó a mi ombligo y la piel se me erizó, le quité la camiseta en apenas un segundo. Él siguió bajando hasta quitarme las bragas y besarme en mi sexo. Después de correrme, volvió a subir hasta mis labios, mordiéndolos con el mismo deseo que un preso devorando su última cena. Y se introdujo completamente en mi, llegando hasta lo más fondo, arrancandonos mútuamente gemidos de placer.

Nos quedamos abrazados un rato, diciéndonos que habíamos disfrutado solo con caricias, sin necesidad de abrir la boca más que para besarnos de vez en cuando. Me sentía cómoda a su lado, no cocía nada de mi, no podía juzgarme. Podría pasarme horas así, escribiendo mapas en nuestro cuerpo. 

Pero él tenía otros planes para mi, quería llevarme a la playa para enseñarme a hacer surf. Preparó dos bocadillos demasiado calóricos. Media barra para cada una, qué barbaridad. Por cada mordisco que le daba tiraba tres al suelo. No sé si él se dio cuenta pero al menos no dijo nada. Era el día perfecto para surfear, olas de tres metros que amenazaban con comerse todo lo que se metía en ellas. Pero miedo era lo último que yo sentía, la muerte, por desgracia, me atraía más que alejarme. Nos pusimos nuestros trajes de neopreno y empezamos con las cosas más básicas. En poco ya lo dominaba, según él tenía un talento natural. Me hacía sentir genial, como si estuviera en armonía con el mar.

Cuando me quise dar cuenta estaba anocheciendo. Mierda, quería irme hoy a casa, pero estaba claro que no podría irme siendo tan de noche, me iría mañana temprano. A pesar de ser martes, hoy había una fiesta en la playa. Había grupos alrededor de hogueras, gente bebiendo, fumando, pasándoselo bien. Buscó a sus amigos y los encontró en una de las foguetas que estaban en el medio de la playa. Eran unos veinte chicos de entre dieciséis y veinticuatro años, todos parecían surferos y eran bastante guapos. Después de varias copas me sentía como si fueran mis amigos de toda la vida. Nos fuimos quedando dormidos poco a poco, unos encima de otros. Estaba abrazada a él, calentada por la hoguera. 

Dime quién soy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora