Catorce.

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Me desperté con la agradable sensación de tener el estómago vacío. A pesar del cansancio propio de la falta de alimentos, me sentía fuerte, como si esto fuera un videojuego en el que vas ganando puntos cada vez que logras superar la tentación de comer. Mi mente me chillaba que necesitaba energía para trabajar, mi barriga que si no lo llenaba con algo se iba a romper de tanto rugir. Si me podía engañar a mi y a mis padres, también podía engañar a mi cuerpo; un vaso de agua y un chicle de menta sin azúcar. 

Me cogí una manzana aún a pesar de sus 'no puedes desayunar tan poco, el desayuno es la comida más importante del día'. Pero vamos a ver, ¿a quién le entra comida en el estómago a las ocho de la mañana? El mío al menos parece estar cerrado con un candado cuya llave ha sido tirada al fondo del océano. Salí de casa a la hora exacta para que me diera tiempo a llegar al instituto, pero que no me podía permitir desayunar tranquilamente en la mesa de la cocina mientras mi padre ojeaba un periódico con no mucho interés y mi madre hablaba consigo misma porque nadie más le hacía caso. 

No sabía qué hacer, Dreic me odiaba, Elly estaría con él intentando arreglar las cosas y no quería ver a Sic. Mis pies caminaban por mi, me llevaban a donde yo quería, aunque no les hubiese mandado nada. Iba en dirección contraria a todo, a la ciudad y al instituto; por ese camino, solo encontrabas amplias praderas y fincas donde la gente plantaba sus cultivos o dejaban a sus animales pastar. Al fondo, el prado se confundía con un espeso bosque, partido en dos por un sendero que caminaba al lado del río. Saqué un cigarro del mismo bolso donde guardaba la manzana que no había comido, y me senté apoyándome en un árbol que acogía una familia de ardillas. El viento fresco entraba agradablemente en mis fosas nasales, y el paisaje alegraba mi vista. Es increíble que algo tan básico como era este bosque me hiciera sentir tan bien. Me pusé los auriculares, buscando la música perfecta para ese momento, y dejé que las horas pasaran mientras dibujaba en un bloc todo lo que mis ojos captaban. Además de ardillas, también había conejos y algo que no supe distinguir entre un zorro o un lobo porque se encontraba demasiado lejos.

Las horas pasaban mientras mis manos se movían cada vez más ágilmente mientras retocaban algo o dibujaban algún detalle en el que antes no me había fijado. El sol se colaba por los pocos huecos que había entre las ramas y las hojas de los árboles, creando una imagen perfecta mágicamente plasmada en mi cuaderno. Mi barriga reclamaba comida cada vez más escandalosamente, haciendo que mi mente no pudiera concentrarse en otra cosa que no fuera el dolor que provocaba estar tanto tiempo en ayunas. Cogí la manzana y me la llevé a la boca, dos mordiscos y vuelta al bolso. No podía permitirme más y ahora era mi mente la que me gritaba que parase de tragar. Volví a concetrarme en mi dibujo.

Me desperté a las siete, me había desmayado y ahora mi cabeza me dolía como si hubiera un ejército lanzándome flechas que llegaban hasta mi cerebro. Me comí el resto de la manzana dejando la zona que ya se pusiera marrón por el culpa del oxígeno y el corazón con sus correspondientes cinco pepitas a la luz, quería llegar a casa sin que nadie pudiese sospechar nada de lo que había pasado en aquel lugar escondido. Por suerte, bajar aquella colina tan empinada era fácil y el camino a casa se hizo más corto que el de ida.

Un olor a galletas recién hechas y pollo al horno me saludó cuando abrí la puerta de aquel número 32 de tres plantas. Al parecer teníamos visita o mis padres querían decirme algo importante; fuese lo que fuese no podía escapar de aquella grasa hecha durante treinta minutos a 200º. Dejé el bolso en un sofá uniplaza del salón antes de ir a junto mi madre a felicitarla por aquellas calorías que olían tan asquerosamente bien que me provocaban arcadas. Se encontraba preparando una ensalada con demasiado aceite y exceso de vinagre que naturalmente yo no comería. 

- Reunión con un importante diseñador, ya sabes, hay que dar una buena imagen e igual consigue que mis diseños vayan a la New York Fashion Week. Anda, pelame unas pocas patatas y fríelas. 

Maravilloso, son de esas cenas en las que tienes que interpretar un papel de hija perfecta con una familia perfectamente unida, no demasiado perfecto todo para que sea perfectamente creíble. Perfecta. Perfecta. Has de ser perfecta. Perfecta.

El aceite friéndose llegaba hasta mi mente, abriendo un agujero en mi estómago como si éste supiera que las patatas que estaba echando en ese momento acabarían entrando por mi boca para después permanecer durante años en mis caderas. 

Me sorprendí cuando al abrir la puerta con un vestido perfecto pero no demasiado perfecto, vi a un chico joven, veintipocos, acercándose a mi cara para plantarme dos besos. 'Breit, encantado'. Dos palabras y ya me caía bien. Pasó al salón después de darle otros dos besos a mi madre y un apretón de manos a mi padre mientras repetía las mismas dos palabras que me había dicho a mi.

La cena, demasiado informal como para ser llamada 'reunión de trabajo', pero demasiado distante como para ser una reunión con un viejo amigo, acabó dos horas y media después con los halagos de ambos hombres hacia la comida que por supuesto no había preparado mi madre a excepción de la ensalada y las patatas que había hecho yo. Que para algo tenemos un asistenta, ¿no? Acompañé al diseñador hasta la puerta de casa, indicándole que me esperase media hora a que se acostaran mis padres. Como adelantándose a algo que pasaría esa noche, me besó agarrándome por la cintura, el tiempo justo para que nadie sospechase que no habíamos tenido nada más que una conversación amable de despedida.

Pasaron exactamente cuarenta y tres minutos hasta que escuché la puerta de la habitación de mis padres cerrarse y vi como la luz de la misma estaba apagada. Salí a buscar a Breit, que había aparcado en otro lugar más alejado su coche por si acaso mis padres se despertaban temprano y decidían mirar en dirección a donde no debía encontrarse su coche porque él se había ido la noche anterior después de que yo le deseara buen viaje. Subí las escaleras con sus manos apoyadas en mi cadera, que se metieron dentro de mis bragas cuando cerré la puerta. Lo empujé contra la cama, sentándome sobre él a la vez que le quitaba la camiseta. Me quité mi propia camiseta y fui besándole desde el cuello hasta la V de sus oblícuos. Le quité el pantalón y el boxer, dejando al aire una erección con la que me puse a jugar. Me obligó a ponerme de pie y me empujó contra la pared para penetrarme hasta el fondo, con una mano tapándome la boca para que nadie me escuchara. Tres orgasmos míos y uno suyo después nos acostamos en cama, arropándonos mútuamente con los brazos y las piernas para no coger frío.

Y allí, entre el calor de un hombre que no conocía apenas, el olor de una colonia que no reconocía y unos besos que hasta esa noche no probara, me quedé dormida sin ninguna voz que me molestara o me gritara que eso estaba mal.

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