Veintidós.

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Me desperté finalmente a las nueve de la mañana entre sudor y sangre seca. Me dolía la cabeza y deseé que me estallara de una vez para no tener que enfrentarme al mundo en un domingo que prometía ser peor todavía de lo normal. Pero tenía que ducharme y tirar las sábanas por si mi plan de ver mi cabeza volando no funcionaba. Guardé las sábanas en el cajón escondido mientras no pudiera tirarlas. El mundo se me cayó aún más encima cuando vi mi reflejo desnudo en el espejo del baño. Además de los cortes aún rojos y sin cicatrizar, mi tripa y mis muslos eran terriblemente grandes, solo se veía eso de mi, sobresalían por encima de cualquier cosa. Qué asco daba, no podía ser cierto. Temía subirme a la báscula y ver el número. Pero aún así lo hice, porque sabía que peor no podía ir mi día y que si alguna alegría, que lo dudaba, podía llevarme, iba a ser gracias a ese cacharro con números. 48 kilos. 1.73. IMC:16.04. 

Dejé que el agua se llevara la sangre y mis pensamientos. Dejé que el agua me cubriera la cabeza intentando ahogarme, pero cuando me quedaba sin aire, por mucho que no quisiera algo me obligaba a sacar la cabeza del agua. Ni me iba a explotar la cabeza ni me iba a ahogar. Aún con el pelo mojado, bajé a desayunar. Mis padres no me miraron ni me dirigieron la palabra, y en parte lo agradecía, ya tenía bastante conmigo como para enfrentarme también a mis padres. Me hice un té y cogí tres magdalenas que tiré en el cajón cuando subí a mi habitación. No tenía nada que hacer, ni tenía móvil ni ordenador, ni siquiera podía salir de casa para ir a dar una vuelta 'por si acaso te vas de fiesta, has perdido toda nuestra confianza'. Cogí un libro y me puse a leer. El tiempo pasaba extremadamente lento y cuando mi madre me avisó para ir a comer, ni siquiera hice ademán de levantarme, como si no la hubiera escuchado. Ni quería verles la cara, ni quería meterme ni una caloría más en mi cuerpo. 

Después subió mi padre, llamó a la puerta hecho una furia. 

- Así no vas a conseguir nada, Cein. Tú verás lo que haces. 

Claro que iba a conseguir algo, no convertirme en una morsa. No quería hacer nada, solo tirarme en cama y dejar que el tiempo pasara hasta que llegara el momento de mi muerte. Me puse los cascos del iPod pensando que así podría aislarme del mundo. Mentira. No era capaz de dejar de pensar en cómo había estropeado todo, lo único que me quedaba era que no empeorara todavía más, y sabía que era muy posible. Pasaron los minutos, lentos como horas. Y yo seguía en la misma posición, haciendo lo mismo. Pensé en ir al gimnasio, pero me encontraba muy débil. Y decidí ir a la piscina, tenía un bañador que me tapaba los cortes de la cadera, por lo que era perfecto. Me recosté en la parte menos profunda, dejando que el sol entrara en mi piel. Mis padres seguían dentro, por lo que no tuve ni que intercambiar una mirada con ellos. Las horas no pasaban, el reloj se había estancado en la misma hora. Alguien timbró en la puerta y yo seguía en mi mundo porque no esperaba a nadie. Sabía que ni  Elly ni Dreic, y mucho menos Sic, iban a venir, y si no eran ellos poco me importaba quién había venido. Hasta que escuché esa voz. Mierda, no podía ser. ¿Qué hacía aquí? Después de todo lo que había pasado, no entendía como aún se atrevía a venir. Si cada vez que nos veíamos, intentaba escapar, alejarse de mi, y no era para menos. 

- Cein, ven aquí ya. Ha venido tu prima, dígnate a comportarte bien por una vez en tu vida.- gruñó mi padre. 

Genial, mi peor pesadilla. Aunque no estaba segura de si la odiaba o le tenía miedo. Seguramente era una mezcla de las dos. Tenía muchas cosas en mi contra, que no creo que contara nunca en su vida por la vergüenza, pero aún así todo era posible. 

- Hola primita, cuanto tiempo ¿no?

Su sonrisa era más falsa que las monedas de tres euros, me dieron ganas de partirle los dientes. Se sentó a mi lado, como si nada. ¿Pero qué se creía?

- Lárgate de aquí. 

- ¿Estás segura? Sabes que puedo arruinarte la vida en apenas minutos. 

Me rendí, no podía arriesgarme a eso. Aún recordaba aquel día, estábamos en el recreo y yo estaba rodeada de chicos y alguna chica intentando caerme bien. Pasó por delante mi prima, que era algo así como la pardilla de la escuela aunque luego en las comidas familiares era la que más se quemaba conmigo. Decidí devolvérsela, nadie se ríe de mi sin tener después sus consecuencias. Me levanté de mi sitio y acercándome a ella le subí la falda y le bajé las bragas; la falda se le quedó enganchada y se le vio absolutamente todo. Ni siquiera tenía sus partes depiladas. Era un día lluvioso, así que la empujé y  cayó contra el lodo. El instituto se convirtió en risas durante varios días, se había ganado a pulso el apodo de Oso-lodo. Pero no me había quedado ahí, y puede que me pasara, no me sabía controlar y aprovechaba cualquier oportunidad porque estaba segura de que ella haría algo contra mi. Aunque en eso estaba equivocada, sabía el poder que tenía en la escuela y a partir de ese día no volvió a hacerme nada. Al cabo de una semana, había puesto kepchut en su silla, haciendo que todo el mundo creyera que le había venido la regla. Era una gilipollez, pero a ella la había humillado y eso me servía. 

A partir de ese día se convirtió en la payasa del instituto, todos se reían de ella y yo me regodeaba en público de ello, aunque interiormente a veces me sentía culpable. Pero solo a veces, solo en mis días muy malos. 

En fin, tendría que aguantar toda la tarde con ella, cumpliendo sus caprichos para que se callara la boca y no soltara nada. Parecía su chacha, desde traerle un vaso de agua hasta darle un masaje. Estaba claro que se estaba vengando y eso solo era el principio, ni quería saber qué me esperaría mañana en el instituto. Intentaría no ir, aunque eso supusiese que mis padres se enterasen, total, qué más me podían quitar. Y aún por encima se quedó a cenar. Fingí encontrarme mal para no cenar, hasta que esa voz que tanto me irritaba y tanto odiaba apareció.

- ¿Estás segura de que no quieres cenar conmigo? Hace mucho que no estamos juntas.

Mierda, su mirada decía algo. Algo como que sabía todo, que sabía que tiraba comida, que me saltaba otras y que vomitaba. Pero no dejé que mi miedo se presentara en mi cara, y comí como si no supiera que esa grasa me perseguiría hasta el fin de mis días. Por suerte, después de la cena, me libré de ella y me fui a dormir.

Dime quién soy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora