Capítulo 1

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Dicen que el amor es para siempre, que si dos personas se quieren nada puede destruir esa relación y yo solo puedo decir que mienten, mienten como bellacos. Y lo peor es que cuando nos damos cuenta de que eso no es cierto, ya es demasiado tarde.

Llevaba más de dos horas conduciendo por aquella carretera teniendo el destino tatuado a fuego en mi mente.

Mi padre suele decir que no debemos huir, sino afrontar nuestros problemas, pero en ese momento que poca razón tenía.

Eran las cuatro de la mañana del ocho de junio del año pasado. Ni siquiera sé por qué ese fue el primer sitio al que se me ocurrió ir, solo sé que antes de poder darme cuenta ya tenía las maletas en el coche y estaba saliendo de la ciudad.

Unas horas antes había tenido una discusión con el que se podría decir que era hasta entonces mi pareja, pero no os creáis que, por cualquier tontería, no. Es que se le ocurrió acusarme de seguir enamorada de mi ex, algo obviamente cierto, pero que en ese momento no quise reconocer. 

Total, que ahí estaba yo, indignada con él y con el mundo.

Recuerdo cuando llegué a la puerta de mi tía y comencé a llamar al timbre. La pobre mujer salió con un camisón de esos del año la polca y unos rulos en la cabeza. Ahora se ríe, pero entonces le di un susto de muerte.

Me dejó pasar y me hizo ir hasta la cocina donde me preparó un vaso de leche. Se lo agradecí en el alma y entonces fue la primera vez de muchas que vendrían que me derrumbé. Y no porque el idiota de mi ex me hubiese echado de casa o porque hubiese cortado conmigo, no. Me derrumbé porque mi cabeza comenzó a aceptar eso que todos llevaban más de tres años diciéndome, que seguía enamorada de Enzo. 

—Ay mi niña, pues ve a por él.

Cuando dijo eso, se me escapó un sollozó y la mujer sin saber muy bien qué hacer me abrazó.

—No es tan fácil tía, tiene pareja. Además, han pasado tres años, ya ni se acordará de mí.

—Cariño nadie se puede olvidar de ti —me contestó con una sonrisa cálida.

Después de un rato consiguió tranquilizarme y me mandó a la cama. Por suerte su casa es grande y siempre hay camas listas para invitados inoportunos como yo.

Antes de acostarme deshice la maleta y colgué las cosas en el armario, tía Pilar me había dado permiso para quedarme una temporada y yo pensaba aprovecharla.

Al despertarme la hora del móvil marcaba las tres y media del mediodía, había dormido casi nueve horas seguidas.

Me levanté y fui hasta el baño con mi pequeño neceser de viaje. Asustarme, eso fue lo que hice al verme en el espejo, mi pelo castaño que normalmente caía suelto por los hombros, ese día parecía haber decidido quedarse como si una manada de pájaros hubiesen estando peleando dentro y a eso había que añadir mi pijama de Winnie the Pooh y que me había olvidado desmaquillarme el día anterior.

Como pude me adecenté y bajé a la pequeña salita que está junto a la cocina, separadas solo por una mesa donde comemos casi siempre. El comedor, que aparte de tener una mesa donde cabemos hasta veinte personas, tiene un pequeño sofá y dos butacones, solo lo utilizamos en ocasiones muy especiales, por eso me imaginé que mi tía no estaría allí.

Al verme sonrió y me señaló un plato que había encima la mesa. Lo puse en el microondas y me senté con ella mientras se calentaba, en sus manos tenía mi último libro y parecía muy entretenida leyéndolo. Me quise morir de vergüenza y es que digamos que el género en el que me muevo no es algo que te gustaría ver leyendo a tu tía de casi ochenta años.

¿Quieres casarte conmigo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora