Capítulo 9

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Al despertar vi a mi lado, sobre la almohada, una rosa del jardín de mi tía y no pude nada más reír al imaginar su cara si supiese que Enzo la había cortado para darme una sorpresa.

Estoy segura de que le echaría la bronca y le diría que para eso comprase semillas y plantase un nuevo rosal, que es un detalle mucho mejor. No sé qué tiene mi tía con las flores que las cuida muchísimo, pero a la vez odia los ramos de flores y todo lo que tenga que ver con cortarlas.

Cogí con cariño la rosa y me la acerqué para olerla, al hacerlo vi junto a ella una nota, que abrí con la misma emoción con la que lo niños abren sus regalos de Navidad.

<<Te veo luego, caprichosa. Enzo>>

Guardé la notita entre la funda del móvil y este, y me fui a cambiar de ropa con mucha energía y con unas ganas terribles de verlo.

Al bajar a la cocina solo estaba Edelweiss que al verme acercarme se restregó contra mi pierna para recibir su dosis de mimos. Mi tía le había acabado poniendo un pañal y lucía de lo más graciosa.

Después de un rato le abrí la puerta de abajo para que pudiese estar por el jardín y no en casa sola todo el rato.

Abrí la nevera buscando el cartón de la leche, pero no quedaba. Miré la lista de la compra que siempre tenemos pegada a una de las baldosas y apunté la leche de almendra, que personalmente recomiendo encarecidamente porque está buenísima.

Sin poderme tomar mi café matutino, busqué algo de fruta y al fin encontré cerezas. 

Vale, puede que no hubiese café, pero había algo mil veces mejor. En serio, en verano me paso el día comiéndolas.

Viendo que nadie aparecía por la cocina decidí salir al exterior y allí me encontré a mi tía con el señor Vicente. Les di a cada uno un beso y un abrazo antes de sentarme a su lado.

—¿No está con Enzo?

—No muchacha, ahora iré. Primero quería preguntarte como llevas lo de la fiesta.

Mal. Mentira. Fatal, esa definición sería más correcta. No había vuelto a mirar nada desde que le había dado la lista a la señora Carmen.

—Genial, tengo un montón de ideas.

Ahí estaba yo, mintiendo como una bellaca, pero ¿qué le iba a decir?

—Me alegro jovencita, porque ya queda poco y no queremos que haya ningún fallo.

Estuvimos un rato más hablando hasta que decidimos irnos cada uno a nuestras cosas. Con mi tía cogimos el coche y nos fuimos hasta el ayuntamiento, pero antes dejamos al señor Vicente con Enzo, evitando así que tuviese que ir él a buscarle.

Fuimos al ayuntamiento, sí, pero también aprovechamos para pasar un mañana de tía y sobrina, que no teníamos uno desde que Enzo había llegado. Nos sentamos en la terraza de uno de los bares y pedimos un par de zumos.

Estábamos en el pueblo principal de la zona al que pertenecen el resto de pequeñas aldeas que hay en el lugar. La zona está rodeada de montañas, escarpadas algunas y con profundos bosques otras, y por el centro del valle baja un río que suministra agua para todos los pueblos.

Para mí es el lugar más mágico que podré conocer nunca. En invierno la niebla domina el lugar durante prácticamente todo el día, dándole un aspecto de cuento de hadas al lugar; además casi todos los años las cumbres permanecen nevadas. En cambio, en primavera y verano, las flores dominan el lugar, siendo los miles de colores diferentes los protagonistas. En otoño, por el contrario, todo se tiñe de marrones, amarillos y naranjas dando sensación de calidez.

Sin lugar a dudas, mis estaciones favoritas siempre serán el invierno y el otoño, mi tía, por otro lado, adora la primavera y el verano.

—¿Cómo va todo, pequeña?, ¿vas a contarme que pasó ayer?

—Te diste cuenta.

—Yo me doy cuenta de todo, aunque no lo parezca. Ahora cuéntame.

—Hablamos. Me dijo que lo había dejado con Victoria y que había venido aquí por mí.

—Eso es genial, mi niña.

—Sí, sobre todo porque tú sabías todo desde el principio y no me dijiste nada —le eché un poco en cara.

—Pero así ha sido mucho más divertido — se quejó —. ¿Cómo llevas el libro?

—Bien, tita, le mandé a Andrea parte del manuscrito y le expuse lo que queríamos hacer, pero todavía no me ha contestado.

—Lo hará tranquila, ya verás como todo va bien. ¿Cuánto te queda para llegar al final?

—Mucho, tita, mucho y no te pienso desvelar nada.

—Venga, solo algún detalle.

—¡De eso nada! Mejor dime, ¿estás nerviosa por la llegada de los animales?

—Sí y no, por un lado, estoy feliz de que vayan a tener la vida que se merecen, pero por otra me entristece todo lo que han tenido que pasar. Además, esto es algo que le habría encantado a tu tío. Utilizar así su campo, para él habría sido un sueño hecho realidad.

—Estaría muy orgulloso de ti —dije con lágrimas en los ojos. Las suyas hacía rato que caían, todavía lo echábamos todos mucho de menos, había sido muy importante para todos, siempre fue el que nos mantuvo unidos. Era él quien tapaba mis chiquilladas, el que sacaba a su mujer a bailar con más orgullo y el que trabajaba más duro con mi padre para sacar todo adelante. También fue el primero que supo de mi relación con Enzo y quien nos mostró su apoyo incondicional.

—Y de ti, nunca lo dudes.

Al mediodía fuimos al campo donde habían juntado varias mesas y estaban casi todos nuestros vecinos comiendo.

Nos acercamos a la punta de la mesa donde Enzo nos había guardado dos huecos y nos sentamos con él.

—Más os vale ayudar esta tarde, no penséis que os vais a escaquear —nos dijo con una sonrisa.

—Ni pienses que me voy a poner a trabajar, jovencito, tengo que ir con Carmen a hacer unos recados.

—Tienes mucho morro, Pilar, me da a mí que lo no quieres es trabajar.

—Pero que listo eres —dije tomándole un poco el pelo a mi tía.

—Vosotros dos a trabajar que sois jóvenes, yo a mi edad ya no tengo fuerzas.

—Lo que yo decía que tienes mucho morro, Pilar —le contestó Enzo mientras la acercaba a él y le daba un beso en la mejilla.

Los tres sabemos que nunca la habríamos dejado ponerse a hacer nada, pero nos gusta meternos un poco con ella. Solo un poco y con mucho amor.

—Por cierto, mirad quién ha venido a hacerme compañía esta mañana.

Enzo señalaba hacia un montón de tablas donde se había subido Edelweiss. La miramos sorprendidas admirando lo lista que es, había conseguido llegar ella sola hasta allí abajo buscándolo a él.

Después de comer ayudé con todo lo que pidieron que fue bastante teniendo en cuenta que la mitad del pueblo se fue en mi coche con la excusa de llevar a mi tía que no sabe conducir. Literalmente mi coche de cinco plazas acabó saturado, eso sí, se fueron los más mayores que ni siquiera sé que hacían trabajando en el campo cuando lo que deberían hacer es descansar o preparar la fiesta, que oye, yo les hubiese dejado prepararla encantada.

Vamos, que como se suele decir nos quedamos cuatro gatos, bueno cuatro no, ocho.

Al final del día habíamos avanzado bastante, pero si queríamos acabar para la semana siguiente debíamos darnos bastante prisa.   


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