Los días hasta ese primero de mes, mi tan temido primero de mes, se me hicieron eternos. Me pasaba la mayoría del día escribiendo y cuando no lo hacía, hablábamos con mi tía sobre como llevaríamos a cabo nuestro plan. Y os preguntareis, ¿qué plan?, pues un plan de conquista, que podía salir terriblemente bien o terriblemente mal.
Os podría decir ahora mismo cómo salió, pero le quitaría gracia al asunto y gracia tiene, y mucha.
Total, que llegó ese esperado 1 de julio y tranquilamente me bajé a tomar un café en pijama y sin peinar.
Mentira.
Me desperté casi dos horas antes, busqué mi vestido favorito y tras colocármelo me hice una trenza. No me maquillé, nunca me suelo maquillar y menos para estar en un pueblo en medio de la nada.
Cuando bajé a la cocina mi tía me lanzó una mirada aprobatoria y me acercó un café. Siempre me prepara el desayuno, desde que tengo memoria y eso que siempre intento ser yo la que se lo prepare a ella para que no se canse.
—No estés nerviosa muchacha, todo irá bien.
—¿En qué lío nos hemos metido tía? — inquirí nerviosa mirando el café.
—En uno muy grande, pero eso es algo que nos viene de familia.
El resto del desayuno me lo tomé en silencio y cuando estuve lista bajé al patio que tenemos a esperar. No es muy grande, pero tampoco pequeño, perfecto para escribir a la sombra en verano. Hay una especie de techo de piedra sobre una mesa del mismo material y una escalinata que dirige al exterior de la casa.
Bajé con el portátil intentando que la espera se me hiciera más corta, pero los nervios me impidieron siquiera poder abrir el archivo de mi manuscrito.
Cuando oí el sonido inconfundible del motor de su coche, sí, lo recordaba después de tres años y creo que es algo que jamás voy a olvidar; me levanté y entré corriendo por la puerta de abajo a la casa.
Subí las escaleras de dos en dos y me metí en la cocina ante la atenta mirada de mi tía, que tenía una sonrisa burlona en su rostro.—Ni una palabra —ordené antes de atusarme el cabello. En ese momento, escuchamos la puerta delantera cerrarse tras el paso de alguien, no nos molestamos en echar la llave nunca, acostumbrados ya a la entrada y salida de los vecinos de las casas de los demás.
Las pisadas de, como ya he dicho antes, por aquel entonces mi mayor pesadilla, resonaban en mi cabeza como martillazos.
Es broma, estaba tan nerviosa que no era ni capaz de escuchar nada que no fuesen los propios latidos de mi corazón, así que cuando entró por la puerta tan guapo como lo recordaba, casi me da un infarto del susto. Bueno, del susto y de los nervios.
La camiseta del equipo de fútbol de un pueblo cercano donde todos los de la zona hemos jugado de pequeños, que ambos tenemos, unos vaqueros que habían pasado tiempos mejores y el pelo rapado en los laterales le hacían verse igual, pero a la vez muy distinto. Sí, el chico que siempre había jurado no raparse, que siempre llevaba una pequeña coleta, había hecho justo lo contrario.
Nuestras caras debían ser un poema porque se pasó la mano por el pelo casi tan nervioso como yo mientras apartaba la mirada.
—Ven aquí.
La primera en reaccionar fue mi tía que se acercó con los brazos abiertos y se tiró a su cuello haciéndole agachar para darle dos sonoros, muy sonoros, besos.
Enzo la abrazó con verdadero cariño y eso me alegró, porque a pesar de lo que habíamos pasado su relación no había cambiado.Dispuesta a pasar cuanto antes por eso, me acerqué torpemente a él y le pasé los brazos por el cuello igual que había hecho ella, pero esta vez él me enganchó por la cintura y me apretó fuertemente contra su cuerpo.
Podría decir que no nos soltamos durante unos maravillosos instantes o que solo lo hicimos ante un carraspeo de mi tía, pero ni se acercó a eso, fue tan raro abrazarle de nuevo que nos soltamos en seguida.
***
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¿Quieres casarte conmigo?
RomanceHay historias destinadas a ser, la nuestra era una de ellas. Me llamo Celia y desde niña sabía que Enzo sería el hombre de mi vida. El tiempo se encarga de situar cada cosa en su lugar y nosotros eramos uno más en ese juego donde, aunque lo negásem...