Capítulo 14

364 21 0
                                    

Bueno, pues había conseguido llegar a la cena sin que él notase nada extraño. Sabía que no duraría mucho, además que me sentía fatal mintiéndole. Vamos a ver, técnicamente no era una mentira, era una sorpresa, pero es que yo se la quería contar en ese mismo momento, no tener que esperar semanas y si a eso le sumas que no sé mentir ya os podéis imaginar el resultado.

—Toma —dijo Ana extendiéndome una botella con té de menta frío dentro. 

No sé cómo se podía acordar después de años de lo que me gustaba. Pero cuando le pregunté a Enzo me juró que él no le había dicho nada.

Salimos juntos al exterior sentándonos en un pequeño banco que hay a la entrada de la casa. Los silencios con Enzo nunca son incómodos, excepto aquellos primeros días donde nos reencontramos, pero cómo para no serlos. A ver quién tiene narices a decir que él ha pasado por eso y no lo han sido.

Estar allí me recordaba mucho a mi tía. Ana también tiene los alrededores de la casa llenos de rosas, y si a eso le sumas el olor a menta que desprendía mi té, me daban ganas de girarme a hablar con Pilar como si estuviésemos en una de nuestras reuniones de chicas.

Aunque no estuviese conmigo, por suerte, me sentía igual de querida en aquel lugar.

—¿Has hablado con Miguel?

—Esta mañana, manda saludos —contesté pensando en mi padre. En verdad tenemos una relación muy cercana, pero él no puede venir tanto como quisiese, algo que sé que le duele.

Es lo malo de ser cirujano, que siempre tiene urgencias y esas sí que no se pueden posponer. Nunca ha estado mucho en casa, por eso la mayoría de mi vida la he pasado con los tíos, aunque nunca me ha importado, siempre que lo he necesitado él ha estado ahí sin importar qué. Cada vez que tenía fiesta nos íbamos de excursión o nos quedamos en el sofá viendo películas y hablando durante horas, pero eso sí, pasando tiempo juntos.

Noté como Enzo intentaba ponerme una manta alrededor y acercándome un poco más a él le facilité la tarea. Como he dicho, no es que hiciese demasiado frío, pero en ese tiempo, a pesar mi sudadera, notaba un poco de fresco. Me pegué a él y pasó su brazo por mis hombros, dándome ese calor que necesitaba.

Ana y José se habían sentado en el banco frente al nuestro, y él había sujetado a su mujer de la misma forma. Me emociona que matrimonios que han estado juntos tantos años sigan demostrándose ese cariño, porque cómo no creer en el amor al verlos.

—Hemos preparado tu habitación, Celia.

—¿Su habitación? —inquirió Enzo confundido.

Y ahí estaba nuestra tercera parte del plan. Plan que constaba de cinco partes, por cierto y del que Ana estaba más que enterada, consecuencias de que nuestras tías se lleven tan bien que hablen todas las semanas y se vean al menos una vez al mes.

—Por supuesto, ya no estáis juntos, así que nada de dormir en la misma habitación — intervino José.

—¿Cómo qué no?

—Sobrino, antes os dejábamos dormir juntos porque sabíamos que os ibais a casar y porque ya habíais hecho todo lo que se habría podido evitar, pero ahora no tenéis excusa para no dormir en cuartos separados.

Pobrecito, cada vez estaba más confundido. Para nosotros sería extraño volver a dormir separados después de meses, pero ellos tenían razón o eso queríamos hacerle creer al menos. A su lado intentaba contener mi risa mientras Ana me miraba con advertencia para que no echara a perder nuestro plan.

Que digo nuestro plan, pero era idea absoluta de nuestras tías, que cuando se lo proponen actúan como verdaderas celestinas.

—Ellos tienen razón.

Teníais que haber visto su cara en aquel momento. Me miraba como un pequeño cachorro al que han abandonado mientras me agarraba fuertemente a su costado.

Desde luego no le hacía ni pizca gracia eso de tener que dormir solo.

Si os lo preguntáis, no, no me daba pena dejarlo a merced de los planes de nuestras tías, al fin y al cabo, era por nuestro bien.

Además, mientras no fuese yo a la que engañaran con sus trucos, por mí parte todo estaba bien con ellas.

—¿De verdad crees que vas a conseguir dormir algo sin mí al lado?

No, claro que no, me había acostumbrado a tenerle junto a mí.

—Por supuesto que sí, además ni que pudiésemos hacer algo para cambiarlo.

Y ahí estaba, indirecta echada, ahora solo faltaba que la entendiese y actuase en consecuencia.

—Celia, ¿me acompañarás mañana a coger unas cosas del huerto?

—Claro, solo dime la hora y estaré lista.

—No lo estarás. —Miré a Enzo sin entender que quería decir hasta que vi su sonrisa y me giré rápidamente hacia Ana poniendo mi mejor cara de pena.

—A las siete, nos llevaremos algo para almorzar allí.

¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? Ya sé que lo he dicho demasiadas veces, pero madrugar no es lo mío y menos para hacer cualquier cosa que implique una actividad física como esa.

—Deja a la muchacha, ya iremos nosotros.

—No, no. Iremos nosotras. —Teníamos que hablar unas cosas con Ana y ese sería un buen momento, además por mucho que me doliese en el alma, sabía que había elegido esas horas porque ellos tenían otros asuntos y no podrían escucharnos. 


***

Si te ha gustado vota y comenta:)

Pau

¿Quieres casarte conmigo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora