Capítulo 11

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Nueve en punto de la noche y yo me encontraba todavía en mi habitación mirándome en el espejo.

Me había puesto un vestido que sé que le encanta. Blanco con vuelo y la espalda al aire.

Había recogido mi pelo en una trenza que caía por mi hombro izquierdo, además había desempolvado un antiguo anillo que él me había regalado, uno que nunca me quitaba cuando estábamos juntos, y ahora lucía en mi dedo anular de la mano derecha.

Respiré profundamente una vez más antes de coger la chaqueta vaquera y abrir con cuidado la puerta viendo si había alguien en el pasillo. Quería una entrada triunfal y estaba más que decidida a conseguirla.

Y por supuesto que la conseguí.

Todos se giraron al abrir la puerta principal de la casa y bajar los cuatro escalones que la separaban de la calle. Dentro de la casa me encontré todo a oscuras, así que me encaminé hacia allí imaginando que ya estaría en el coche. Lo que no esperaba era ver a todo el pueblo con una sonrisa en la cara.

Me puse roja, ¿por qué tenían que mirarme todos como si fuese un esperpento?

Me acerque tímida hasta él, que al lado de su coche esperaba sonriente a que llegara.

—Caprichosa, estás preciosa —dijo haciéndome girar sobre mí misma.

Abrió la puerta del coche para mí y me hizo entrar. Arrancó con rapidez posando su mano sobre mi pierna y dejando atrás a los vecinos que nos saludaban con la mano. 

—Te juro que yo no he tenido nada que ver.

—Estoy segura de que han aparecido por su propia cuenta, tranquilo.

En realidad estoy segura de que mi tía les avisó, pero no me molestaba, me daba vergüenza, pero al fin y al cabo hace tiempo que los considero familia.

Enzo condujo alrededor de veinte minutos hasta llegar a un bonito restaurante, nuestro restaurante. En él se me declaró hace tanto tiempo que ya no soy ni capaz de decir cuándo, solo puedo decir que fue perfecto.

Todo seguía igual, las enredaderas cubrían las paredes de piedra de la terraza y pequeñas luces la iluminaban dando sensación de privacidad.

El camarero nos dirigió hacia una mesa para dos situada en el centro de la terraza, vi a Enzo quitarse la chaqueta y dejarla en su respaldo después de hacer lo propio con la mía y sonreí. Llevaba el collar del lobo de madera que le había regalado cinco años antes. El collar que siempre ha dicho que es su favorito.

Íbamos a pedir cuando mi móvil comenzó a sonar y sí, ya lo sé, nunca se debe coger el móvil en una cita, pero nosotros somos adultos, nos conocemos hace tiempo y podía ser importante.

—¿Diga?

—Celia, soy Manu.

Miré hacia donde estaba Enzo y agradecí estar lo suficiente lejos como para que él no pudiese escuchar la conversación.

¿Por qué cogería la llamada? Vale, ya me acuerdo, había borrado su contacto y no reconocí el número.

—¿Qué quieres?

—Tenemos que hablar.

—Por lo que sé llamaste a mi tía contando mentiras, así que yo contigo no tengo nada que hablar.

Estaba a punto de colgar cuando volví a escuchar su voz.

—Estoy en el Pirineo y he pensado que podríamos vernos.

—No. —Y ahí sí que colgué, no quería saber nada él.

Queriendo evitar futuras conversaciones volví a grabar su número y además puse el móvil en silencio, nada ni nadie evitaría que disfrutara esa cena, había esperado demasiado por ella.

¿Quieres casarte conmigo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora