Siempre me ha gustado dormir, eso es algo que todo el mundo sabe, así que no es de extrañar cuando al despertarme al día siguiente al otro lado de la cama no había nadie.
No había huido. Enzo no huye de las cosas, si hace algo luego nunca se arrepiente solo tira hacia delante con las consecuencias, simplemente es que duermo demasiado.
Miré el móvil que había dejado sobre la mesilla, y vi que ya pasaban de las ocho y media de la mañana. Conociéndolos a los dos, mi tía ya haría al menos dos horas que andaba por la casa haciendo cosas y él estaría en la cocina trabajando.
No sé por qué todos acabamos siempre en la cocina, es como si no tuviésemos más casa para estar, supongo que es la costumbre, pero si algún día vienes a mi casa, sin duda, es ahí donde nos encontrarás.
Por suerte, Enzo anoche a oscuras no había visto mi pijama, aunque otro cantar había sido por la mañana, lo que pude comprobar al bajar ya arreglada con los demás.
No pude más que sonreír al escuchar la primera broma del día.
—Me gustas más con el pijama, tienes una inocencia que ahora no veo.
—Deberías mirarte eso de la inocencia, no está bien que te vayan las niñas —repliqué mordaz.
—La cuestión es que a mí solo me gusta una chica y la prefiero diabla que ángel — afirmó bajando de nuevo la vista hacia su portátil.
Conforme las palabras salían de su boca mi tía se giraba hacia mí preocupada. Le hice un gesto con la mano para que no se preocupase, pero no la pude engañar y sin cortarse, se giró hacia él y le dio una colleja antes de arrastrarme furiosa al patio con un café para cada una.
—Toma pequeña.
—Gracias.
Nos sentamos en el banco de piedra cuando vimos al señor Vicente aparecer por la puerta. No sé por qué les digo señor y señora si no son de la familia, aunque los conozca de toda la vida, supongo que es una cuestión de respeto.
Rápidamente me eché a un lado para dejarle sentar, en cuanto lo hizo deposité un beso en su mejilla y él paso su brazo por mis hombros.
—¿Qué tal pequeña?
—Muy bien —afirmé con una sonrisa sin querer preocuparlo.
—No, no lo está. Vicente, ¿quieres un poco de bizcocho? —expuso mi tía.
—Te diría que no, pero justo hoy no he almorzado.
—Ahora vengo.
Eso de que no había almorzado no se lo cree nadie, siempre almuerza y más de una vez si soy sincera. Aquí hay una costumbre y es que si viene visita automáticamente tienes que sacar comida y no hablo de un poco de jamón y algo para beber, no. Yo hablo de comida suficiente para alimentar un regimiento y por supuesto, los visitantes no pueden declinar la oferta.
—¿Cómo está? —pregunté ya sabiendo la respuesta.
—Ahí vamos hija mía, tirando pa' alante.
Le miré y le di un cariñoso abrazo, desde que su mujer había fallecido no era el mismo. La señora Marta se había ido un año antes por un cáncer que la había consumido en muy poco tiempo. Poco a poco él había conseguido seguir con su vida, pero todos sabíamos que nunca le sería fácil.
La puerta se abrió y ambos nos giramos esperando ver a mi tía, pero esta vez no venía sola.
Enzo se acercó al hombre y tras saludarlo le dio sus condolencias. Por lo que pude saber él sí pudo venir al funeral, aunque desde entonces ya no había vuelto. Yo por aquel entonces no estaba en España y me fue imposible ir, lo que en cierta forma siempre me recriminaré.
Nos sentamos todos fuera, Enzo me miraba con cara de disculpa y es que por lo que pude averiguar mi tía le había echado la bronca. Y es una mujer que nunca se enfada, por lo que, si lo hace, hay que temerla.
Le sonreí intentando que no descubriese mi malestar, al fin y al cabo, yo no podía reclamarle nada.
—Bueno, zagala, he venido porque tengo algo que proponerte.
En ese momento sí sonreí de verdad, me encanta que la gente me llame así y hacía mucho que no se los oía a nadie excepto a mi padre.
—Sabes que por ti hago lo que sea.
—Mira que eres zalamera muchacha, ¿me lo prometes?
—Claro que sí.
Escuchadme bien, si algún día, por lo que sea, alguien os hace prometer algo sin deciros primero qué es, decid no. En serio, un no es lo mejor que podéis hacer, o acabaréis en un lío como en el que me metí yo.
—La señora Carmen ha decidido que este año será tu año en la Fiesta de San Martín.
—No, no, no, no, no, no. Por favor no.
—Muchacha, se lo has prometido —me regañó mi tía. Sí, me regañó, como si tuviese cinco años. Pero en algo tenía razón ya no podía echarme para atrás, se lo había prometido.
—De acuerdo —dije cruzándome de brazos, mientras ellos dos sonreían satisfechos.
Ahora estoy segura de que se habían unido ellos con la señora Carmen para hacerme participar, pero en el momento solo me pareció una casualidad desafortunada. Claro que, si tenemos en cuenta que la tía no se opuso, debería haber adivinado mucho antes que ella estaba en el ajo.
En frente de mí, Enzo, tenía sus ojos puestos en mí y yo, dejando a un lado la incomodidad que sentía desde que había vuelto, le devolví la mirada dejándole claro quién iba a ser mi elección como ayudante.
No os equivoquéis, adoro la Fiesta, es muy especial para todos aquí. Pero exige un montón de trabajo prepararla y ese año era el primero en la que la prepararía yo sola. Bueno sola no, porque pensaba poner a trabajar a todo el mundo.
***
¡Buenísimos días! Decidme, ¿qué os parece la tía de Celia?
Y ya sabéis si os ha gustado dadle a la estrellita y comentad.
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¿Quieres casarte conmigo?
RomantizmHay historias destinadas a ser, la nuestra era una de ellas. Me llamo Celia y desde niña sabía que Enzo sería el hombre de mi vida. El tiempo se encarga de situar cada cosa en su lugar y nosotros eramos uno más en ese juego donde, aunque lo negásem...