Capítulo 15

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Cogí su mano y tiré provocando su risa al ser incapaz de levantarlo.

Sus tíos habían desaparecido unos minutos antes en el interior de la casa con ganas de irse ya a la cama. Hacía rato que la medianoche se había echado encima y el frío a pesar de las capas que llevábamos encima invitaba a acurrucarse bajo las sábanas.

A nuestro alrededor se podían escuchar los grillos cantando y una suave brisa movía las rosas de nuestro alrededor.

Cuando iba a soltar su mano me agarró más fuerte pegándome a él y pasando las manos por mi cintura me sujetó en el sitio. Miré hacia abajo esperando a que hablara sabiendo lo que iba a venir a continuación.

—Vamos a dormir juntos.

—Ya sabes lo que han dicho —dije haciéndome la loca —. Habitaciones separadas.

—Solo si no estamos juntos, pero no es el caso.

Exacto, interiormente estaba haciendo piruetas, pero intentando mostrarme tranquila lo observé esperando que continuase.

—Venga, caprichosa, no me hagas decirlo.

—¿Decir qué?

—Luego preguntas por qué te llamo así — dijo suspirando, pero pude ver la burla en su mirada. Al igual que yo estaba disfrutando del momento —. Eres mi novia, yo lo sé, tú lo sabes, para qué darle más vueltas al asunto.

—Porque quiero una declaración como es debido, idiota.

—¿Con flores, bombones, una canción y bajo la lluvia? Ya sabes que no se me dan bien estás cosas.

—Solo habla. Enzo, aquí y ahora, pídemelo.

—Celia, ¿quieres ser mi novia por segunda vez en nuestra vida y esperemos que última?

Y ahí está mi Enzo, yo no necesito grandes palabras, le necesito a él y a su forma nada romántica de decirme que me quiere.

—Vale —contesté acercando mi boca a la suya y besándole—. Pero quiero esos bombones.

Fue en ese momento, cuando me hizo sentarme en sus piernas y profundizó el beso sin dejar que me alejase ni un centímetro.

Como os podréis imaginar nada de habitaciones separadas esa noche, ni ninguna otra ya que estamos.


A la mañana siguiente bajé a las seis de la mañana a la cocina donde una medio dormida Ana estaba tomándose una taza de café. Por increíble que parezca, los hombres hacía al menos media hora que se habían ido a buscar unos materiales para arreglar la valla del patio. 

Después Enzo iría a trabajar por lo que no nos veríamos hasta la tarde y ya contaba las horas para hacerlo.

Al despertarme había encontrado una rosa en su lado de la almohada, como todos los días desde que lo había hecho aquella primera vez en casa de la tía, y a su lado una nota prometiéndome bombones.

Como he dicho, Enzo no es muy dado a las palabras, pero a mí me basta y me sobra con sus detalles que me muestran lo importante que soy en su vida.

—Hola.

—Hola, cariño, ¿una taza? —preguntó levantándose.

—No te preocupes, ya me lo preparo yo.

Si de normal ya me tomo el café bien cargado, ese día me tomé dos tazas. Desde luego, con eso ya podría aguantar hasta mínimo al mediodía.

—¿Qué ocurrió al final? —inquirió con la taza entre sus manos.

—Nada —dije con una sonrisa en mi rostro dejándome caer en una silla frente a ella —. Que vuelvo a ser tu sobrina.

—Este niño mío sí que sabe amarrar lo que quiere.

Mis carcajadas se debieron escuchar por toda la casa, pero solo a ella se le ocurre comparar ser pareja con amarrarme como a una vaca.

Al acabar el café nos dirigimos al pequeño huerto que tienen a unos metros de la casa. Está muy cuidado y oculto a la vista de los demás por unas enredaderas qué le dan un toque mágico al lugar que me encanta.

—Empezaremos por allí.

—De acuerdo.

Nos dirigimos hacia el fondo y Ana me acercó unos guantes con los que protegerme.

—Entregué el manuscrito la semana pasada.

—¿El qué, muchacha?

—El libro, Ana.

No me extraño que no lo supiera, al fin y al cabo, la primera vez que le dije la palabra a mi tía creyó que era un mapa.

—¿Y qué te han dicho?

—Pues de momento, nada. Andrea está leyéndolo y cuando acabé me dirá como proseguimos, pero espero que salga a la venta para Navidad.

—Entonces ya queda poco, y si todo va bien pronto nos haréis abuelas a tu tía y a mí.

Uf, niños. No es que no quiera, en realidad quiero tres o cuatro y sé que Enzo también los quiere, pero ya si eso de aquí a unos años, ahora es demasiado pronto.

—¿Has hablado con la tía? No quiere decirme nada, más bien no me coge las llamadas —dije un poco molesta con la tía. Se había tomado muy en serio que fuese una sorpresa para ambos. Si sabía algo de ella era porque Ana me mandaba sus saludos.

—Ayer me comentó que un par de semanas podríais volver.

—¿Vosotros también vendréis verdad?

—No, cariño. Nos vamos de crucero esa misma semana.

—¿De crucero?, ¿José?

—Sí —afirmó con una risilla —. Después de muchos años he conseguido convencerlo para que me acompañe.

—Me alegro mucho Ana, sé que siempre has querido ir.

—Gracias. Y ahora, arranca esas hierbas de ahí.

Y ahí se acababa nuestra charla, cuando se pone en plan mandona no hay quien le lleve la contraria.

Agotada, así estaba cuando vi aparecer a José casi a la hora de comer. Me lancé a sus brazos y me escondí tras su espalda antes de que a su mujer se le ocurriese mandarme algo más. 


***

Pues ya queda poco para el final, espero no ser la única que no está preparada.

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