Capítulo 5

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Seguíamos todos  hablando  cuando  mi  móvil comenzó  a  sonar.  Desde  que  había llegado  lo tenía bastante  abandonado, siempre  me pasa, es llegar a  casa  y  me  lo  olvido  por cualquier lado.

Me  levanté  y  pasando  con  cuidado  por delante  del  señor Vicente, me  dirigí al  exterior de  la casa. 

No  reconocí  el número  y  menos la voz.

—¿Hola?

—¿Eres  Celia?

—Sí.

—No sabía  muy  bien  a  quién  llamar  y  me  han comentado  que  tú podrías  ayudarme.


En cuanto  colgué  volví con  todos que  se levantaron  rápidamente  al  verme.  En mi  cara se  debía  ver  todo  lo  que  yo  no  podía expresar con  palabras.  La conversación  que  había tenido  me  había dejado  vagando  entre  la preocupación  y  la furia.

—Enzo, ¿puedes  acercarme  a un  lugar?

Esta  vez no  se  trataba  de  ningún  plan  o  de querer  pasar  tiempo  con  él, se  trataba de  que sola no  podría  hacerlo  y  necesitaba ayuda.

—Claro  —contestó  levantándose  y adentrándose  en  la  casa para coger  las llaves.  

Si  algo  me  ha  gustado  siempre  de  él  es  su confianza en  mí, haciendo  lo  necesario  sin siquiera preguntar seguro  de  que  es  lo correcto.

—Tía, ¿puedo  pedirte  un  favor  muy  grande?


Su  mano  sujetaba  la  mía  sobre  mis  piernas, conducía  por  la  carretera  como  si  lo  hubiese hecho  toda  la  vida  y  es  que  es  así.  Por  aquí puedes  conocer  a  los  extranjeros  solo  por  la inseguridad  con  la  que  conducen  entre  tanta curva.  

Lo  miré  de  refilón  mientras  él,  con  los  ojos fijos  en  la  carretera,  fruncía  el  ceño  cabreado. Cuando  hace  eso  hay  que  dejarlo  a  su  aire, sobre  todo  si  no  quieres  una  mala contestación,  así  que  no  me  molesté  en  decir nada, aunque  tampoco  sabría  qué  decir.  

Giró  hacia  la  derecha  metiéndose  por  un camino  de  tierra  bastante  estrecho.  Si  no  lo conoces  es  muy  fácil  que  te  lo  saltes  porque pasa totalmente  desapercibido.  

Nos costó  unos diez  minutos atravesarlo, pero al final  vimos  una  caravana  aparcada  en una  pequeña  explanada.  Aparcamos  al  lado  y con  un  portazo  Enzo  se  bajó.  Suspiré  y  le seguí.

Estaba  nerviosa,  preocupada  y  con  unas inmensas  ganas  de  llorar,  tenía  un  miedo terrible de  ver  lo  que  me  esperaba allí.  

Una  mujer  algo  mayor,  salió  de  detrás  de  la caravana  y  nos  saludó  con  dos  besos.  Se notaba  que  en  su  juventud  había  sido  guapa, todavía  lo  era,  aunque  el  paso  del  tiempo  se mostraba  en su rostro.

—Soy Laura,  encantada.

—Enzo,  ella  es  Celia  —nos  presentó  él mientras  me  acercaba  agarrándome  por  la cintura.

Sonreí  a  la  mujer  y  esperé  a  que  hablase  de nuevo,  de  todas  formas,  tampoco  sabía  qué decirle,  <<gracias>>  no  sería suficiente.

¿Quieres casarte conmigo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora