Seguíamos todos hablando cuando mi móvil comenzó a sonar. Desde que había llegado lo tenía bastante abandonado, siempre me pasa, es llegar a casa y me lo olvido por cualquier lado.
Me levanté y pasando con cuidado por delante del señor Vicente, me dirigí al exterior de la casa.
No reconocí el número y menos la voz.
—¿Hola?
—¿Eres Celia?
—Sí.
—No sabía muy bien a quién llamar y me han comentado que tú podrías ayudarme.
En cuanto colgué volví con todos que se levantaron rápidamente al verme. En mi cara se debía ver todo lo que yo no podía expresar con palabras. La conversación que había tenido me había dejado vagando entre la preocupación y la furia.
—Enzo, ¿puedes acercarme a un lugar?
Esta vez no se trataba de ningún plan o de querer pasar tiempo con él, se trataba de que sola no podría hacerlo y necesitaba ayuda.
—Claro —contestó levantándose y adentrándose en la casa para coger las llaves.
Si algo me ha gustado siempre de él es su confianza en mí, haciendo lo necesario sin siquiera preguntar seguro de que es lo correcto.
—Tía, ¿puedo pedirte un favor muy grande?
Su mano sujetaba la mía sobre mis piernas, conducía por la carretera como si lo hubiese hecho toda la vida y es que es así. Por aquí puedes conocer a los extranjeros solo por la inseguridad con la que conducen entre tanta curva.
Lo miré de refilón mientras él, con los ojos fijos en la carretera, fruncía el ceño cabreado. Cuando hace eso hay que dejarlo a su aire, sobre todo si no quieres una mala contestación, así que no me molesté en decir nada, aunque tampoco sabría qué decir.
Giró hacia la derecha metiéndose por un camino de tierra bastante estrecho. Si no lo conoces es muy fácil que te lo saltes porque pasa totalmente desapercibido.
Nos costó unos diez minutos atravesarlo, pero al final vimos una caravana aparcada en una pequeña explanada. Aparcamos al lado y con un portazo Enzo se bajó. Suspiré y le seguí.
Estaba nerviosa, preocupada y con unas inmensas ganas de llorar, tenía un miedo terrible de ver lo que me esperaba allí.
Una mujer algo mayor, salió de detrás de la caravana y nos saludó con dos besos. Se notaba que en su juventud había sido guapa, todavía lo era, aunque el paso del tiempo se mostraba en su rostro.
—Soy Laura, encantada.
—Enzo, ella es Celia —nos presentó él mientras me acercaba agarrándome por la cintura.
Sonreí a la mujer y esperé a que hablase de nuevo, de todas formas, tampoco sabía qué decirle, <<gracias>> no sería suficiente.
ESTÁS LEYENDO
¿Quieres casarte conmigo?
Roman d'amourHay historias destinadas a ser, la nuestra era una de ellas. Me llamo Celia y desde niña sabía que Enzo sería el hombre de mi vida. El tiempo se encarga de situar cada cosa en su lugar y nosotros eramos uno más en ese juego donde, aunque lo negásem...