Capítulo 7

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Sentada en el pequeño parque del pueblo con Edelweiss a mi lado miraba hacia la libreta que tenía frente a mí.

Vicente con la señora Carmen habían venido al punto de la mañana a buscarme y me habían ordenado hacer una lista con todas las cosas que quería para la Fiesta de San Martin.

Repito, no es que no me guste, en realidad me encanta, pero también me encanta que sean otros los que la preparen.

Intentaba recordar que era lo imprescindible, pero después de dos años de no haber ido, había empezado a olvidar cosas.

Música y comida, era lo único que se me ocurría.

De repente frente a mí vi pasar a varios amigos de mi tía y sin dudarlo les hice una seña para que se acercaran.

Con su ayuda todo fue mucho más fácil y a la hora de la comida ya había acabado la lista y se la había dado a la señora Carmen, que me había mirado con una pizca de orgullo en sus ojos. Sé que fue por verme involucrada e intentando que todo estuviese bien.


Al entrar por la puerta de casa, lo primero que vi fue la cara de mi tía. Estaba esperándome en el recibidor con una seriedad poco normal en ella, porque no sé si lo he dicho, pero es la mujer más alegre que he conocido nunca, pocas veces se enfada o se pone triste.

—Ha llamado —dijo nada más que cerré la puerta.

—¿Quién?

—Manu, quería hablar contigo. No me habías dicho que seguías con él.

—¿Qué yo que? Eso no es cierto —negué.

—Pues explícaselo tú a Enzo porque ha sido él quien ha cogido la llamada. Que ya me explicarás porque llama a mi casa.

—Mierda, tita, no tengo ni idea, pero te prometo que yo no estoy con él.

—Pues ve a decírselo, corre. Por cierto, está cabreado —afirmó mirando al techo como si fuese algo normal en Enzo —. Y antes de que digas nada, decírselo será bueno para nuestro plan de conquista —soltó con una risilla traviesa.

—Eres peligrosa —dije abrazándola.

La dejé allí y me dirigí al único lugar donde podría estar.

En esa época del año y a esas horas hacía un calor infernal en la calle, y yo estaba teniendo que ir a buscar al hombre de mis sueños en vez de poder estar junto al ventilador.

Por el camino pensé en la cara de traviesa que pone la tía cuando hace alguna de las suyas, que suele ser casi siempre. Me encanta verla así, con tanta vitalidad y no sé qué haré el día que ya no esté.

Mirando alrededor vi que no había nadie y con cuidado de no clavarme ninguna espina me metí entre unos zarzales. Y ahí sentado en una piedra estaba Enzo, jugaba con el móvil entre sus manos ignorándome completamente. Y sí, sé que me ignoraba porque era imposible que no me hubiese oído quejarme de tener que pasar entre los zarzales.

Me acerqué poco a poco y cuando faltaban dos metros para llegar hasta él me paré. Lo mejor era poner una distancia mínima para poder hablar.

Vale lo reconozco, Enzo cuando quiere asusta y no me apetecía tener que aguantar su mal humor estando bien pegados.

—No sé qué te habrá dicho, pero no estoy con él.

Podría haberme callado, al fin y al cabo, yo no tenía por qué darle explicaciones a nadie y menos a él que tenía novia, pero si quería que lo nuestro funcionase debía ser sincera desde el principio. Sin contar con el plan tan genial que la tía y yo habíamos creado, por supuesto.

¿Quieres casarte conmigo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora