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Julie se sentó en el suelo. Miró hacia abajo, y varias lágrimas se deslizaban sobre sus mejillas. Recordar todo en un instante era mucho para ella.

De repente, una pequeña sombra se materializó frente a ella. Poco a poco, fue tomando una forma humana peculiar, la de un niño sentado, justo enfrente de Julie.

Ésta se quedó pasmada, con el corazón desbocado. Sentía su cuerpo temblar.

La sombra apenas se veía, así que Julie trataba de mirar más allá para percibir alguna característica de su hijo. Sin embargo, la imágen era muy difusa.

De repente, unas pequeñas manos pertenecientes a la sombra aparecieron frente a ella, y tomaron las suyas.

Julie emitió un sonido de agonía. Eran manos de un niño de 5 o 6 años, suaves y perfectas. Con dedos largos al igual que los de ella.
Las pequeñas manos comenzaron a acariciarla, y Julie cerró los ojos. Trató de visualizar un rostro, un rostro parecido al de ella, de un niño de cabello muy negro y ojos avellana.
Con solo sentir las manos sabía que era el niño más perfecto del mundo.

Todos los males del mundo se habían alejado con tan solo sentir el contacto de su semillita.
El dolor de haber abortado, el arrepentimiento, e incluso el rencor que tenía hacia sus padres por haberse divorciado cuando ella era pequeña, todo había sido aliviado.

-Te quiero mamá, aunque tú nunca lo hayas hecho- susurró su hijo, alejando poco a poco las manos.

Julie esbozó una pequeña sonrisa de alivio.

-Tienes que enseñarme tu rostro, no lo olvides.

-Y tú debes continuar con tu historia.

Mamá de mentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora