31. Regalos

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Vi el reloj

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Vi el reloj. Las 4:50. Esperé un poco después de enviar el mensaje. No me respondió. Comencé a ponerme nervioso.

‹‹Relájate, seguro está bajando››.

Me apoyé en la reja, mirando hacia dentro del edificio, y al cabo de un minuto vi a dos chamos más jóvenes que yo saliendo del área del ascensor. Me miraron de manera muy seria, y ambos hicieron un corto saludo con la cabeza. Yo les respondí igual, sin entender... y Vio salió tras ellos. Vi el reloj. Siete minutos para las cinco.

Violeta salió por la puerta del edificio a abrirme, mientras los chicos se iban por otra parte.

Fue como si me hubieran apagado el cerebro.

Caminó hacia mí con un vestido color vino de mangas pequeñas y tenis blancos. Sabía que sería un recuerdo que tendría siempre.

Me acordé de cerrar la boca.

Algo me saltó violentamente en el estómago y me enderecé mientras me abría la puerta.

― Hola, Uber.

Me besó en la mejilla. Me aclaré la garganta.

― Te... ves muy bonita.

No podía quitarle la mirada de encima. Desvió la mirada con una mínima sonrisa.

― Se dice gracias.

― Ay, cállate.

Ella también tenía algo en las manos, un suéter, y una bolsa pequeña.

Algo de brisa sopló, pero como no quería que se pusiera ese odioso suéter le sugerí ir dentro.

― ¿Y esos chamos?

― Ah, son mis primos. Mi tío está de visita.

En el recibidor del edificio había un pino, natural y muy decorado. El más bonito que había visto. Caminamos hacia un jardín cerca del parque del edificio y en el camino había un nacimiento con figuras que me llegaban hasta la rodilla.

Pero nada me impresionaba tanto como Vio.

Nos sentamos en un banco de piedra que daba al jardín, y de fondo se escuchaba a sus primos jugar en el parque.

― ¿Por eso te vestiste así? –se rió, incómoda. Creo.

― No. Mi hermana me regaló este vestido por navidad y... quería que lo usara.

― Ah, tu hermana.

― Pero si tú no la conoces.

― Sales con ella en las fotos de Facebook.

― ¿Ves mis fotos de...?

Le tendí la bolsa sin más. Sentía que la cara me traicionaba. Pero la de ella era genial. Le brillaron los ojos un instante, y sonreía.

Madurez voluntaria (o algo así trágico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora