1. Ella

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¿Cómo se supone que me acercaría a ella si lo que ella más deseaba era alejarse de mí?

Ella es inteligente, un poco sarcástica, lee mucho, cambia el peinado todos los días, no se maquilla...

Y yo ¿qué se supone que soy además del idiota del salón?

― ¡Junten sus pupitres! ¡No! ¡NO, ASÍ NO!

Me reí de la histeria del pobre profesor de Geografía. Su clase era un chiste, no sabía imponer respeto, y quien no sabe imponerse, pierde.

Cada quien armó los grupos como le dio la gana. Me volteé junto a Lele para hacer una mesa con nuestros pupitres y los de Michel y Enmanuel. Como siempre, rescatamos a Claudio de tener que hacer la actividad solo. Después de todo, él y Enmanuel se encargarían de escribir, dado que los demás teníamos principio de Parkinson o algo... escribíamos como el culo.

Ella quedó con el trío de chamas ruidosas del salón y su mejor amiga.

Contrastaban demasiado.

Violeta acomodó su mesa y su silla ruidosamente, alrededor había pocos grupos con hombres, pero ninguno se ofreció a ayudarla. Al hacer el ademán de levantarme, ella ya terminaba de acomodarlo con tosquedad junto al de las demás... Que sí se habían ayudado entre sí para armar el área de trabajo, donde excluyeron el pupitre de ella con la excusa de no tener espacio.

Bajé las cejas al notarlo.

― Uber, anota lo que Stefano está diciendo.

― Ah, sí.

Garabateé las instrucciones del profesor de cualquier modo. ¿Por qué no las anotaba en el pizarrón y ya está? Pudo haberlo hecho el mismo Claudio, que no lo pidió, sino que más bien lo ordenó.

Le di el cuaderno a Michel y volteé otra vez a la izquierda.

Violeta se había amarrado el cabello en una cola pequeña, lo tenía corto y se movía graciosamente cada vez que alzaba la cabeza para ver a su amiga Tania mientras escribía. Se volteó y me sorprendí al sentirme descubierto, pero ella no me dedicó ningún gesto, apenas habrá bajado un poco la ceja, evitando que el cruce de miradas no durase más de medio segundo. Dolió, pero... No es para menos... no es que yo haya sido un caballero, precisamente.

Apoyó la rodilla en la silla para alzarse y explicarles algo a sus demás compañeras, y pude notarla mejor. Ese día no usaba suéter -¡ni siquiera amarrado a la cintura!-, y pude apreciar sus brazos sin pulceras, su cuello delgado, su camisa metida pulcramente bajo la falda, y el pedazo de culo que tenía.

La falda caía sobre los muslos bien formados, había un par de lunares y una marca pequeñita rosada, en forma de lo que parecía un corazón, justo donde empezaba la falda. Me comenzaba a imaginar qué había debajo cuando Lele me dio un manotazo en el hombro. Le sonreí

― ¿No estabas en coordinación, Lele?

― Ya me dejaron salir –dijo, sentándose a mi lado y preguntando qué tenía que hacer en la actividad.

Después de acordar qué haría cada uno no hubo momentos de voltearme a seguirla viendo, pero sí noté algo. Violeta se estiraba porque quedó detrás de su grupo, y no dentro de él.

Tania, la morena puta que era su mejor amiga era quien la ignoraba menos. Las demás –un trío de chillonas llamadas Vanessa, Diana y Fabiola, que se hacían llamar las Chicas Supervanidosas- conversaban y proponían sobre cómo adornar el trabajo en vez de como hacerlo, en primer lugar.

Apreté los puños en un momento donde se rieron tan fuerte que medio salón volteó a mirarlas. Stefano les pidió silencio, pero no se callaron de inmediato. Ojalá les hubiera lanzado una silla a las chicas superputas, un apodo acuñado por su servidor que se usaba para describir a las tres cuando no estaban escuchando.

Pero Violeta no se quejaba. Trabajaba en silencio con sus auriculares puestos. ¿No hacía nada cuando se aprovechaban de ella? ¿Y por qué sí se defendió cuando...? El recuerdo hizo que se me pusieran rojas las orejas.

― ¿Qué tienes, Uber?

Conté resumidamente lo que la mejor amiga de Violeta y las superputas le habían hecho. Lele se estiró para mirarlas, y apretó los labios sin decir nada. Michel se inclinó hacia atrás en su silla con los brazos cruzados mientras masticaba un caramelo, y alzó la ceja, mirándome, buscándole lo divertido a la situación. Pero la bajó al ver que no era mi intención burlarme.

Enmanuel no dejó su trabajo por chismear, y Claudio tampoco, pero me miraba.

― Bah, no seas hipócrita.

― ¿Qué?

― No es como si ustedes fueran mis mejores amigos, y aun así... -dijo a la defensiva, señalando la mesa y el trabajo con las manos. Y continuó escribiendo.

― No exageres –me defendió Lele-, una cosa es que no seamos unos luceros, pero te ayudamos.

― Es verdad. Es un poco exagerado, marico.

― ¿Y qué haces mirando a Violeta? –me sentí sonrojar, y fingí interés en la caligrafía de molde de Claudio.

― Tiene buen culo.

― ¿Ella? –voltearon a ver, pero era tarde, ya estaba sentada trabajando, y no apreciaron la misma vista que yo, aunque por algún motivo eso me dio alivio.

― ¿Y qué si hace el trabajo por ellas? Yo les cobraría.

― No creo que ella sea de ésas.

― ¿Y por qué te pones así?

Tuve que amenazarlos con partirles la cabeza si se les ocurría bromear sobre eso. Claudio no se pudo contener un bufido de risa. Lo miré.

― ¿Tu qué?

― No tendrías chance con ella ni en un milenio.

Era verdad. No lo tenía.

Volví a sentir las orejas rojas, recordando el incidente de la semana anterior. Habíamos bromeado sobre lo fácil que sería hacer el sesenta y nueve de pie, y con qué chica sería más fácil. Había sido totalmente merecedor de aquella humillación. Tal vez eso es lo que hizo que no me molestara con ella.

Pero no tenía sentido que por eso ahora Violeta comenzara a llamarme la atención.

Y yo no llamaría la de ella, total... soy el idiota del salón. 

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Comentario; 16 de diciembre de 2017: Muchas gracias por haber leído, espero lo hayas disfrutado.

5 de julio 2017: Este capítulo ha sido editado. Si quieres ver la versión anterior de toda esta novela contáctame directamente por mi perfil. Gracias :)

Madurez voluntaria (o algo así trágico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora