12. Cupidos

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Lele y Michel se reían como un par de estúpidos.

― ¿Qué pasa?

― ¿A mí? Nada.

― Ah vaina... Ta bien, pues. Drogos.

― Es mejor que eso, creo –dijo Enmanuel, desviando el tema con otra cosa a la que no presté atención.

Me volteé al ver a otra persona entrar al salón, era Violeta, cacé su mirada... Espera... Alzó la suya y le saludé casualmente -¿o demasiado entusiasmado?- sin mover demasiado la mano, y regresé a ver a Enmanuel, que se reía.

― ¿Tú qué?

― Les dije que valdría la pena.

― ¿Qué cosa?

Comenzaba a impacientarme y me desviaron el tema de nuevo. No les logré sacar nada... La conversación del partido del día anterior era necesaria también, claro. Luego no hubo tiempo de preguntar. La clase de matemáticas estaba difícil, y era el último repaso antes del segundo examen. Había que entender algo.

Luego tuvimos clase de inglés. A mí no me costaba tanto, así que me quedé mirando a regañadientes el cuaderno de matemáticas. Quería idearme una chuleta, algo que pudiera sacar en el examen, y estaba demasiado ocupado en ver qué tan pequeño podía escribir. Comenzaron a escucharse algunos quejidos generales en el salón, pero no me importaba, estaba logrando que la palabra 'ecuaciones' fuera minúscula y legible, entonces...

― ... Ríos con Bolívar. Uribe con Avellaneda. Marcciani con...

Pero el salón se había llenado de murmullos con mi apellido. Nuestros apellidos. Alcé la mirada, tenso y sin saber qué hacer. Giré la cabeza hacia Violeta, que veía hacia mí. Aguantamos la mirada unos segundos.

‹‹Bueno, toca ¿no? ¿Qué más vamos a hacer? Intentaré no ser un estorbo. Lo siento.››

Me hubiera gustado decirle eso, pero esa clase era de las pocas que sobrevivía sin cambios de puesto. Teníamos todo el salón separándonos... Y mirándonos a cada uno, ya que estamos.

Tania le susurró algo a Violeta, quien se rió, y conversaron un poco, obviamente de mí...

Apreté los dientes y hasta que no bajamos al recreo y no nos matamos para entrar en la cola de la cantina, no se me había pasado la molestia.

Nos sentamos en las gradas hacia la cancha de fútbol, ya que lloviznaba. Las canchas de básquet que siempre usábamos en el recreo no tenían techo. Dado que el fútbol era el deporte popular por excelencia de otros chamos –casualmente todos estúpidos-, ellos tenían un espacio mejor acondicionado. Y Michel no dejaba de quejarse que le tocase con Oriana, su exnovia.

― No quiero trabajar con esa puta.

― Pues atente a las consecuencias, Miche.

― ¿De qué cosa?

Se quedaron muy callados con mi pregunta, casualmente engulleron al mismo tiempo de sus desayunos. Yo estaba comenzando mi cuarto cachito.

― ¿Entonces fuiste a casa de Avellaneda?

― Sí, ayer... Te lo dije como dos veces, Lele.

― ¿Qué tal?

― Conocí a su papá.

― Mierda. ¿Entonces?

― Entonces que si la llego a joder, estoy muerto. El tipo es una mole.

―Ah pues ¿Arrugaste? –dijo él, dándome de su jugo de naranja.

― No...

― ¿Cuándo le dices? –Michel me miró curioso y muy interesado por la respuesta. Bajé las cejas.

― No sé... Pero tampoco voy a llegar de la noche a la mañana a... No sé. A confesarme o... ‹‹Aunque ya lo hiciste, solo que sabes que fue tan estúpido que no se los dirás››-Pensé- O algo.

― ¿Por qué no?

― Qué pregunta, Michel...

― Ah pues ¿Qué tiene?

― ¡Violeta! –Fingí estar hablando con ella, ensanchando una sonrisa irónica- Ya que ya no te hago la vida miserable sé mi novia ¿sí?–Sonreí exageradamente al terminar de hablar, y quité la mueca de inmediato– Por lo que sé, me odia.

― Pero cálmate, Uberín...

― No creo, vale... no se veía aterrorizada de trabajar contigo.

― Sí, supongo... Lo bueno es que iré pronto a su casa para trabajar.

― Ja, trabajar...

No importó que les dijera que se callasen, seguían riéndose como un montón de idiotas. Me impacientaba que no me dijeran por qué... pero ya me enteraría ¿no?

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Editado el 6 de julio de 2018

Madurez voluntaria (o algo así trágico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora