Como una gacela

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A la mañana siguiente me dieron de alta y con un poco de esperanza espere a que mis padres estuvieran ahí, esperando por mí. Sin embargo, cuando no llegaron luego de una hora de haberlos estado esperando no me sentí tan devastada como creerás, una parte de mí ya lo sabía y lo esperaba, así que agarre mis cosas y me levante de mi asiento lista para retirarme, no lo quería así que en contra de esa fuerza que me había hecho levantarme volví a tomar mi anterior posición y espere, trate de convencerme de que ellos aun no se habían enterado y por eso aun no habían acudido por mí, mire hacia la ventanilla de información y la enfermera ahí sentada me miro con simpatía, dejando la cobardía de lado me puse de pie y me acerque a ella.

–     Disculpe, ¿sabe si ya avisaron a mis padres que me dieron el alta?- la mire impaciente mientras ella buscaba en su computadora.

–     ¿Alejandra Macci?- asiento y hago un ruido con la garganta para confirmarle–, si, tus padres fueron avisados hace unas dos horas.

Suspiro con pesadez y ella lo nota, me despido agradeciéndole y dándole una sonrisa corta.

Así que, tomando aquellas fuerzas de las que no sabía que era propietaria me marche de ese lugar, mirando la punta de mis pies mientras caminaba ya que por alguna razón no me sentía muy segura de poder sostener mi cabeza mirando hacia delante y con orgullo como te dicen que debes hacer tus padres cuando eres pequeño ‘… levanta los pies, no los arrastres…, mira hacia arriba o tropezaras...’.Pero mis ánimos estaban tan derretidos como un helado al sol en pleno verano. Mi camino a casa fueron más de dos horas ya que la distancia no era corta, mi presupuesto era nulo y mi velocidad como la de una tortuga.

Al llegar a la puerta de mi casa no sabía ciertamente que hacer, era como si no perteneciera ahí, nervios y ansia revoloteando en mi estomago. Luego de una respiración tome el valor para tocar la puerta, tenía miedo era noche ya que no había tenido precaución al momento de caminar y revisar la hora, mi celular había muerto hacia una hora, para colmo mi calle es una de esas donde el servicio de electricidad siempre falla y los faros solo están encendidos hasta las 10 de la noche y según veía ninguno estaba encendido por lo que era más tarde aun, comencé a tiritar, no por frio sino por miedo, siempre han dicho que mi colonia es poco segura y hay muchos locos alcoholizados nunca lo había creído y de protección a esta hora jamás la había necesitado ya que por lo general no salgo hasta muy tarde. El estruendoso sonido de una puerta sonando frente a mi me hizo salir de mis cavilaciones con un pequeño salto, y ahí estaba él con sus ojos llenos de furia y sus dedos apretados en un puño. No recuerdo haber sentido tanto miedo en mi vida, excepto aquella vez que perdí el dinero que era para la cuota de la escuela y la reacción de mi padre era casi la misma a la de ahora, solo tenía 8 años y mi cuerpo temblaba tal y como lo hace en este momento ya no por los borrachos de la calle ahora por el monstruo que tenia a dos pasos de mi; mis ojos, inundados como aquella vez y mis manos abrazadas dándose consuelo la una a la otra.

–     ¡¿Qué esperas?!- grita exasperado, haciéndome estremecer-. Créeme que no te meteré agarradita de la mano.

Lo miro, con miedo. Como cuando era una niña y sabía que en cuanto pasara a su lado me tomaría fuertemente del brazo y golpearía mis pompis hasta que enrojecieran, pero igual sabía que en algún momento tendría que pasar, porque con mucha astucia me cerraba todo camino y no había otra opción.

Con precaución pase por su lado cautelosa como una gacela tratando de escapar del león que visualizo. Pero como casi siempre la gacela cae en la garras del león, así es como sentí mi espalda ser azotada contra la pared para luego recibir el primer zarpazo en mi rostro, haciendo que las  bombas de agua resguardadas salgan a borbotones creando un pequeño rio que muere en mi barbilla. Trato de gritar pero recuerdo la enfermedad de mamá y lo tarde que es, así que me muerdo el labio tan fuerte como el golpe que voy recibiendo

Con precaución pase por su lado cautelosa como una gacela tratando de escapar del león que visualizo. Pero como casi siempre la gacela cae en la garras del león, así es como sentí mi espalda ser azotada contra la pared para luego recibir el primer zarpazo en mi rostro, haciendo que las  bombas de agua resguardadas salgan a borbotones creando un pequeño rio que muere en mi barbilla. Trato de gritar pero recuerdo la enfermedad de mamá y lo tarde que es, así que me muerdo el labio tan fuerte como el golpe que voy recibiendo. El león se aleja luego de ver que su presa está muerta, solo un poco para evitar que otro se acerque a robarla, la vigila luego la come. Mi padre no me golpea tan fuerte como un león para hacer que muera, sin embargo se que tendré unos buenos moretones por la mañana en todo mi cuerpo. Cuando se ve agotado me deja caer al suelo y se aleja, tú pensaras que por fin a término esto pero no, mi padre suele atacar física y emocionalmente, siempre.

–     ¿En que estabas pensando?- me ladra furioso. Más no respondo.- ¡contesta, por Dios! ¡ah! Es que, ¿la niña quería que fuéramos por ella al hospital?- dice irónico- , ¿acaso no piensas?, tu madre está enferma no podemos estar al pendiente de ti, pero siempre piensas solo en ti, como si no existiera otra persona y ¡no! así no son las cosas. Tu madre siempre ha dicho que tu nunca lograras hacer algo en la vida, yo siempre la corregía y le decía que no era cierto, tenia esperanza en ti, no veía lo equivocado que estaba, así que escúchame bien– él se pone en cuclillas para que sus ojos queden a la misma altura de los míos sin mucha distancia de por medio– escúchame bien Alejandra Macci, nunca, nunca, nunca – me deletrea las palabras y una por una trato de digerirlas y evitar que me hagan mucho daño–, nunca podrás hacer nada en la vida.

Me escupe las palabras y se marcha como si nada hubiera ocurrido, lo veo sacar un pañuelo y limpiarse las manos antes de girar y desaparecer de mi vista.

Esto no hace más que recordarme cuando hace unos años le comente a mi madre           que quizás sería elegida como jefa de grupo en mi salón, ella me miro y me dijo:

–     No, tú no puedes serlo, eres muy inmadura para poder serlo, así que no puedes.

Me hizo sentir mal, yo realmente quería serlo pero mi madre tenía razón, así que al día siguiente le dije a la maestra que no quería se la jefa de grupo me pregunto el por qué, sin embargo en vez de decir la verdad por la vergüenza que eso me traería, le mentí y dije que no quería.

Poco convencional.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora