El comienzo

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Desde pequeño fue así.

Nunca entendí el por qué, o de donde venía, si algún día se iría, o si se quedaría siempre conmigo.

Nunca entendí la necesidad que tenía de contar. Todo el tiempo.

Recuerdo el primer día que lo hice.

Tenía siete años aproximadamente, estaba viendo la televisión, Bob esponja salía en escena.

Sus dos ojos, las dos pupilas, la nariz, una boca, los dos dientes blancos y unos cuantos de agujeros hacían que mi mente se volviera loca. Siempre intentaba contar todos los agujeros que tenía en su pequeño cuerpo amarillo, pero no me daba tiempo.

Era tan frustrante.

Al principio era algo inocente, algo que me entretenía y no me perturbaba, hasta que se convirtió en una obsesión.

No podía parar.

Cada vez que le veía lo hacía, y luego con las caras de las personas. Más tarde con los pasos que daba y por último por cualquier cosa que pudiera contar.

Hasta llegar a un número que me satisfaciera, normalmente el 3, el 7 o el 10.

Nunca entendía el por qué.

Pero si entendía el por qué no debía saberlo nadie.

Un. Dos. Tres.

Tres pasos desde la televisión al sofá con los pies rectos y descalzos.

Un. Dos.

Dos cojines en el sofá.

Shhh. No. Ese número así no. Hora, esa es las horas. No los cojines. No.

El conjunto cuenta como tres.

Tres. Si. Tres.

No.

¿A quién intentas engañar? Son dos cojines. Dos. No puede ser.

Notaba como algo dentro de mí crecía, notaba la ansiedad por algo que no podía controlar.

¿Por qué no había tres cojines en vez de dos? Me querían volver loco.

Era eso.

De repente levanté la cabeza y como un rayo de esperanza, recordé que en la habitación de mi hermana había un cojín más. Ese que ella usaba como apoyo.

Sonreí.

Apenas tenía siete años pero tenía la misma sonrisa.

Un. Tres. Siete.

Siete pasos desde el sofá a las escaleras, con los pies rectos y descalzos.

Subí las escaleras contándolas y llegué a la habitación de Lena.

Ésta se encontraba sentada en las sábanas blancas iguales a las mías, sostenía algo en sus manos, supe diferenciar que se trataba de un libro de tapas rojizas y algo rotas.

—¿Qué quieres? —Preguntó mi hermana sin despegar la vista de las páginas escritas. Creí ver el título de esa obra.

Todo tipo de trastornos de la mente humana.

¿Qué hacía leyendo ese libro?

—Solo venía a... —Comencé a hablar pero no me dejó terminar. —Estoy leyendo. —Me hizo callar.

Asentí sin importarme lo más mínimo lo que hiciera y me acerqué. El cojín se encontraba apoyado entre la pared y la espalda de Lena. Alargué mi mano, intentando que ella no lo notara y fingí interesarme en ella.

—¿De qué trata? —Dije señalando el libro.

—¿Tú que crees? —Rodó los ojos. El título era bastante obvio. —Mira sales tú.

La miré con el ceño fruncido y dirigí la mirada a donde su dedo apuntaba.

Esquizofrénico.

—Ya veremos quién es esa. —Contesté más para mí que para ella. Lena sonrió y me dió la espalda, quedando el cojín al descubierto. Lo cogí rápidamente y corrí hacia la salida. Corrí tan rápido que no me di cuenta de los pasos, y justo a mitad de la escalera paré de correr y miré atrás. Mi cerebro colapsó.

¿Debía hacer el mismo recorrido y contar los pasos? ¿O podía no hacerlo?

Era una estupidez hacerlo, no pasaría nada.

Bajé otro escalón, aún con el pensamiento en mi cabeza.

Hazlo. Hazlo. Contar. Un. Dos. Tres. Rectos. Descalzos. Pies. Hazlo.

Volví a mirar atrás, y lentamente volví a la habitación de Lena. Ésta me miró interrogativamente y con cara de pocos amigos, cara que yo hice caso omiso.

—¿Qué quieres otra vez? —Preguntó con cierto tono. Una rápida excusa vino a mi mente.

—Me debes una cosa. —Sonreí. Ella se hacía la rebelde, pero en el fondo sabía que la controlaba.

—¿Qué? —Dijo con preocupación. Podía ver su sudor caer por su pálida frente. —Hoy no...

—Está bien. —Levanté los brazos en signo de paz. —Solo por hoy, hermanita.

Y sonreí.

Me acerqué a ella y toqué su mejilla con mi mano derecha, pasé mis dedos lentamente por su pequeña cara de porcelana. Era una muñeca. Le vi tragar saliva.

—Me voy. —Anuncié para dar la media vuelta y comenzar a contar los pasos desde su cama a la puerta.

—Pero... —Lena comenzó a hablar, pero yo ya había salido casi corriendo de allí. Bajé por las escaleras y llegué donde hacía unos minutos me encontraba. En el salón.

El sofá marrón oscuro, con dos cojines, ahora se veía mucho mejor, con tres cojines.

Sonreí porque por fin mis voces se habían callado.

Un. Tres. Siete.

Ella no lo había notado.

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Ayer dije que iba a subir capítulo pero tenía cero inspiración:(( lo siento

Jdisks este es el principio, puede que no entiendan el por qué pero es importante.

--Wxnder Xx

Senseless #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora