~ Siete ~

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Clarisse llegó a mi casa por la mañana y se quedó conmigo el resto del día. Mamá no sabía nada de lo que había pasado, y así debía de ser, no quería alterarla, ni quería que me reprendiera por tal acto de irresponsabilidad.

No quería acercarme al mar nunca más, ¡no quería verlo en fotos siquiera! Había quedado dañada, no tenía ni la menor idea de como seguía con vida. No quise volver a mencionar a la mujer del mar, porque ¿qué caso tenía? Me iban a seguir tachando de loca, y lo iba a evitar, no quería que la gente pensara que había perdido todos mis tornillos en el agua.

Y pensé, en ese momento, que alejarme de todos iba a ser lo mejor, porque estaba realmente harta de las burlas y groserías de Monique, estaba harta de ver a Ashton con ella, estaba harta de que me tuvieran catalogada como la chica indefensa y estaba aún más harta de que en verdad lo fuera. Jamás podría competir con Monique, prefería alejarme de todos ellos, alejarme del puerto, quedarme en el pueblo, en tierra firme, sin tanta gente en trajes de baño siendo perfectos con sus tablas de surf, me iba a quedar con los pies bien firmes en la tierra desde ese día.

-¿Vamos a la biblioteca?- preguntó Clarisse de repente sentada en la alfombra de mi habitación con las piernas cruzadas.

Me reí y le lancé un cojín, el cual esquivó riendo.

-¿Biblioteca? ¿Quién eres y qué hiciste con Clarisse?

-Sólo quiero sacarte de aquí un momento- gimoteó dándole palmadas a la colcha de mi cama. Suspiré.

-Está bien, vamos-, dije sin muchos ánimos y ella soltó un chillido de emoción.

Volqué los ojos sonriendo y bajando de la cama.

Ambas salimos de casa rumbo a la biblioteca del pueblo, la cuál hacía un tiempo no frecuentaba, y si no la frecuentaba yo, mucho menos Clarisse. Era medio día y el sol estaba en su punto más alto, pero considerábamos irnos por dónde había sombra.

Al llegar a la biblioteca el aire acondicionado me cayó de maravilla, había llegado casi deshidratandome, algo así como un camello a medio desierto.

-Hola-. Nos sonrió en saludo una chica morena con lentes quién cargaba una pila de libros en sus brazos.

-Hola-. Le respondimos al unísono.

La muchacha dejó los libros sobre una mesa de madera que yacía a un lado de nosotras y se acomodó sus gafas con una pequeña sonrisa.

-¿Buscan algún libro en especial?- preguntó con amabilidad. Supuse que trabajaba allí.

Clarisse y yo nos miramos dubitativas y luego negamos con la cabeza. Ni siquiera estaba segura de que mi amiga supiera lo que era un libro. La chica nos dedicó una sonrisa dulce.

-De acuerdo, estaré por aquí si necesitan algo.

-Gracias- fue todo cuanto dije.

Ella se marchó de allí y me balanceé sobre mis talones. Me viré hacía Clarisse preguntándole con la mirada que hacíamos realmente en la biblioteca. No pareció captar.

-¿Y bien?- Inquerí alzando las cejas.

-¿Y bien qué?- Me preguntó arrugando la nariz. Volqué los ojos.

-¿Para qué querías venir? ¿Qué libro quieres leer?

Sopesó su respuesta. Miró nerviosa hacía todos lados. Realmente no entendía, se estaba comportando algo extraña.

-Clarisse...- le advertí.

-¡Ay okay!- exclamó de repente alzando los brazos en el aire, -¡sólo quería sacarte de tu casa!

Todas las personas que se encontraban leyendo voltearon a vernos, y llevándose un dedo índice a sus labios nos hicieron un sonido para que nos callásemos.

-¿Por qué?- le pregunté en un susurro.

-Luke...,Luke me pidió que te trajera.

Y entonces sentí como si estuviese ahogándome nuevamente, pero de una manera peor. Ésta vez con mayor profundidad. Luke era todo lindo conmigo, se había preocupado por mi cuándo sólo mamá, Melody y Clarisse lo hacían, me había tratado como nadie lo había hecho y me seguía. Yo seguía aferrada a mi tonta idea de que estaba enamorada de Ashton, aunque tal vez, sólo tal vez, me sentía atraída por él.

Era apuesto, sí, y cuándo lo miraba todo en mi revoloteaba, cada vez que lo veía con Monique se me hacía un nudo en el estómago, y, bueno, Ashton era un gran chico, de eso no había duda alguna, pero él nunca me había tratado como Luke. Realmente él nunca me había tratado, salvo emabarazosas veces en que nos topábamos, como el día en la cafetería de mamá, el día en que casi muero -por intentar quedar bien con él- y otras veces en la escuela. Pero jamás había entablado una conversación formal con él. ¡No sabía siquiera su color favorito!

Abrí y cerré mi boca como un pez, pero no sabía que decir.

-Dijo que quería verte-, continuó mi amiga, arrancándose el esmalte de las uñas.

Asentí, sin convicción alguna, porque me parecía algo sumamente imposible. Pero algo en mí se encendió, literal, como una luciérnaga; ¿yo le gustaba a Luke?

Eso fue lo primero que pensé, nunca dije que la luciérnaga que había llegado hacía mí era inteligente.

Y así fue como todo el panel central de mi cuerpo comenzó a sufrir una fuerte turbulencia, inmediatamente los nervios corrieron hasta llegar a mí, y al llegar se posicionaron en mis manos porque no paraban de sudar y temblar. Tragué saliva porque sentía la garganta más seca que los mensajes que Clarisse me mandaba por WhatsApp.

-Iré a buscar un libro-. Dije intentanto librarme del caos que se había ocasionado en mí.

Huí cual cobarde hacía los pasillos con los altos estantes llenos de libros, me troné los dedos repetitivas veces hasta que ya no tronaron más. A lo mejor estaba siendo paranoica, y él quería verme porque somos amigos, eso era lo que él y yo éramos.

Un libro cayó del estante más alto, sonó al impactar contra el suelo; hice una mueca de confusión y caminé hasta él para recogerlo. Me puse en cuclillas cuando estuve frente a él, me llené de curiosidad al leer el título de éste: Sirenas, realidad...¿o mito? Le ponía con letras grandes y blancas. Ladeé la cabeza y lo tomé entre mis manos.

Pero que nombre tan más estúpido para un libro, pensé, es obvio que es un mito, no debería haber ninguna duda al respecto. Desde pequeña siempre me pareció absurda la idea de la existencia de hermosas mujeres mitad humano, mitad pez. Como lo ponía Disney con su película La Sirenita, las películas de Barbie, y un sinfín de relatos ficticios que entretenían a las niñas de mi edad, menos a mí.

Me puse en pié y coloqué el libro en el primer espacio libre que encontré en el estante frente a mí. Negué con la cabeza por semejante libro mientras puse los ojos en blanco y seguí caminando.

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