Introducción-p.2

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El parque del pueblo no era un lugar muy concurrido, pero sí el recinto favorito de Prim, quien disfrutaba plenamente del lugar, los animales en él y el hecho de que no sea tan ruidoso.

Disfrutaba sentada en una banca, mientras oía música y observaba a unos niños jugar, alegres.

Al concurrir las horas, el lugar quedó casi vacío, salvo por una pandilla de adolescentes.

Se reían, pero a diferencia de los niños no lo hacían dulcemente, era una risa molesta, agria.

Prim apagó su música, ya era momento de irse, la paz que le proporcionaba el lugar ya estaba empezando a extinguirse. Observó por última vez a la pandilla, y al notar lo que hacían, fue directamente hacia ellos.

Éstos se encontraban picando con ramas a un perro, que al parecer, se hallaba en mal estado, muy mal estado.

—¡¿Pero qué creen que hacen?!—Les gritó, ella no era de reaccionar así, pero estas cosas la sacaban de sus casillas.

—¿Y tú qué te metes enana?—Escupió uno de ellos con cierta sorna y superioridad.

—Me meto lo que quiero.—Estaba temblando de la rabia—¿Qué tiene de divertido molestarlo? ¿NO VEN QUE ESTÁ MAL? ¿LES GUSTARÍA QUE YO LOS PIQUE MIENTRAS ESTÉN AGONIZANDO?—Lagrimas de rabia amenazaban con salir de sus ojos, pero no se lo permitió, no en frente de esos idiotas.

Los chicos se lo tomaron a gracia, y uno de ellos, mientras la miraba fijamente, pateó al pobre animal, retándola—. ¿Qué vas a hacer? Si apenas con esos veinte kilos puedes sostener tu propio cuerpo...—Rió amargamente.

La vista de Prim se desvió hasta la pierna de éste, en la que se notaba un pequeño corte, seguramente producto de su torpeza. Se lanzó sobre él y con sus poderes incontenibles, agravó el corte, extendiéndolo, profunda y dolorosamente. El chico gritó de dolor y la empujó lo más fuerte que pudo, a la vez que miraba desesperadamente a los demás en busca de ayuda.

—¡¿Qué carajos, viejo?!—Murmuró el que parecía ser el líder—. ¡Llevémoslo a un hospital!

Finalmente, se fueron, dejando a la joven algo adolorida por el golpe que obtuvo al caer.

—¿Qué acabo de hacer? ¿Y si descubren que...?—No terminó de formularse la pregunta, ya que su vista se desvió al animal—. Tranquilo, chiquito...—Le susurró, a la vez que posaba una de sus manos en el animalito y, poco a poco, lo iba sanando.

El problema era que Prim aún no tenía total control de su poder, por lo cual, al curar a los demás se debilitaba a ella misma en una pequeña parte. No le importó, le conseguiría un hogar.

—No volveré a tener problemas de autocontrol... Si mamá está en lo cierto, ese instituto me ayudará a mejorar mis capacidades...—Pensó en voz alta.

—Pensó en voz alta

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