Dime que todo está bien, que me quieres igual que ayer

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—¡Él es tu hijo, Bucky! —Grito Leah al teléfono, caminando hacia la puerta principal. Los niños estaban tomando una siesta y no quería despertarlos—. Ambos son tus hijos. No puedes seguir apartándolos. Eso no es justo para ellos.

—No tengo tiempo esta semana. Tengo una misión —su voz era plana.

—Eso lo entiendo, pero tú te preparas para estas cosas extensivamente. Sabías que ibas a estar ocupado ¿y esperaste hasta la noche anterior para decirme?

—Ellos la adelantaron —su voz aun no contenía ninguna emoción.

—Pronto van a dejar de querer pasar tiempo contigo. No me llores cuando eso suceda. Tú mismo te lo habrás ganado —Leah termino la llamada. Él tenía agallas para actuar de esa manera.


Era temprano, demasiado temprano para la opinión de Leah, cuando su teléfono comenzó a sonar. El tono de llamada era ruidoso en su callada habitación. Llenaba el espacio, haciendo eco. Ella esperaba que no despertara a Steve. El único sonido anterior era el de la respiración de Steve haciendo ritmo con la de ella. Se sentía más que correcto despertase junto a él. Él la había ayudado a calmarse después de su cercano ataque de pánico de la noche anterior. Fue solo porque había pensado en la manera en Bucky iba a reaccionar, en lo mal que todo iría. Eso era en parte culpa de Leah. Ella podía ver cómo le había dado a Bucky un centello de esperanza al aceptar hablar con él sobre su relación, y acostarse con Steve se lo había arrebatado de las manos.

Agradecidamente, a Steve no parecía importarle ser una fuerza consoladora para Leah. Le daba algún tipo de satisfacción. Él lo disfrutaba. Él la sostuvo y le dijo que iba a estar ahí para ella sin importar que: sin importar como reaccionara Bucky, sin importar lo que él pudiera hacer en sus momentos de furia o tristeza. Él le reaseguro a Leah que ella no era algo de una sola noche para él y que iba a estar alrededor de ella por un tiempo. Leah se había sentido bien al escuchar eso.

Leah beso el bíceps de Steve antes de apartar su brazo para alcanzar su teléfono, el cual se encontraba en la mesita de noche. Ella pestañeo un par de veces, su visión aún estaba borrosa.

—¿Hola? —Leah gruño mientras halaba la fina sabana sobre su pecho. Por alguna razón, a pesar de que Steve dormía sonoramente junto a ella y que había tenido sexo con él toda la noche, se sentía cohibida.

—Buenos días —era su mamá.

—Hola, mamá —Leah sonrió, sentándose un poco pero manteniendo la sabana sobre su pecho.

—No me digas que apenas te estas levantando —ella bromeo—. Estos pequeñines han estado despiertos durante una hora más o menos.

—Sí, sabes que se despiertan temprano —Leah rio con suavidad—. Y, bueno, me costó dormir anoche —Leah sonrió para sí misma mientras sus ojos encontraban a Steve.

—Puedo quedarme con los niños un poco más. Te dejare ducharte y relajarte un poco más.

—Realmente apreciaría eso, mamá —la mirada de Leah viajo al reloj analógico en la mesita de noche: 7:32 a.m. no era lo más temprano que se había despertado últimamente pero tampoco era lo más tarde—. Te llamare cuando esté lista para que los traigas.

—Por supuesto. Hablamos luego —ella colgó y Leah pasó una mano por su cabello. Se inclinó hacia abajo y beso la mejilla de Steve, luego su mandíbula y su oreja.

Steve dejo salir un bajo gruñido cansado. Era mucho más que sexi. Él se estiro y la sabana dejo ver suficiente de su estómago —y un poco más abajo— para avivar los pensamientos lujuriosos de él y la noche anterior.

Un amor de muerte natural |Bucky Barnes/Steve RogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora