× Treinta y tres ×

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—¿Mmh?

—V-vale. Está bien— Finalmente, Miguel accedió, sabía en dónde se estaba metiendo, ¿verdad?.

Juan sonrió algo débil, esto jamás sería olvidado...

[...]

Unas amplias manos contornearon la cintura del albino, logrando apegarlo completamente al otro.

Miguel sentía como el calor en la habitación aumentaba, y como el ambiente, paulatinamente, se volvía algo pesado.

—Sólo quiero que seas tú mismo, ¿va?— Susurró Juan con una suave y grave voz en el oído del mayor, y una pequeña sonrisa en sus labios.

El de menor estatura se sentía cada vez más nervioso, sentía el aliento del otro chico en su cuello, susurrando palabras que no lograba distinguir.

Con la piel de gallina, levantó el rostro de Juan y, rápidamente, unió los labios de ambos. El menor hizo aún más presión en su cintura, buscando más contacto del que ya tenían.

El beso había comenzado suave y delicado, pero con el paso de los segundos se estaba candente y necesitado, y la temperatura entre los dos cuerpos aumentaba.

Juan decidió sentarse en el borde de la cama, llevándose sobre su regazo a un Miguel encendido. Las piernas de Miguel rodearon el cuerpo del otro, y sus brazos su cuello, mientras sentía una sensación hormigueante en la parte baja de su vientre.

Juan envolvió el labio inferior de Miguel con los suyos, y se desplazó hacia su barbilla. Dejó allí algunos calientes besos y continuó su recorrido hacia el tentador cuello del albino.

Miguel permanecía con los ojos cerrados, encontrándose con una leve incomodidad en su pantalón, cada vez más caluroso, poniéndose cachondo.

Sintió unos húmedos labios que le acariciaban la piel, unos dientes que la encerraban cuidadosamente, y un dedo pulgar que le acariciaba suavemente la nuca. Pero percibió, segundos más tarde, cómo su cuello era succionado en algunas zonas y no dudó en que quedarían, allí, unas rojizas marcas más tarde.

Juan sonrió al escuchar que la respiración de su chico se aceleraba levemente. La mano que estaba en el cuello del otro fue dirigida hacia la cintura de este, y, subiendo con una de ellas levemente su camiseta, con la otra, acarició la piel de su espalda, que a su paso se erizaba por la frialdad de sus manos.

Instantes más tarde, Miguel tenía su torso expuesto a Juan, y un frío caluroso que lo invadió al su camiseta ser retirada.

El moreno comenzó a explorar el tronco del mayor, envolviendo los costados entre sus manos, y acariciando algunas zonas.

No tardó en darse cuenta de algo, y es que lo hizo cuando en una de sus caricias Miguel soltó un pequeño jadeo, y sintió una dureza bajo su palma.

Sonrió algo perverso, y repitió su acción; la respiración de Miguel se volvió a acerlerar. Pero fue aún más rápida cuando acercó su boca y dejó una pequeña lamida, como un gato. Luego otra, otra y otra y otra. Miguel mordía su labio.

Y no frenó, su boca envolvía uno de los pezones de Miguel, estimulándolo y logrando que el albino necesite desabrochar el botón de su propio pantalón, ya le incomodaba.

Luego de unos momentos, la lengua de Juan recorrió su pecho, clavícula, cuello y yugular para llegar a su oreja. Jugueteó con su lóbulo y con una voz excitada susurró:

—Será algo rápido—. Por último, lamió por detrás de la oreja de Miguel.

El moreno tomó los extremos de su prenda superior y la retiró de su cuerpo, quedando en igual de condiciones que el otro. Miguel no pudo evitar morder su labio, necesitaba acción ya.

La mano de Juan se acercó a la parte baja de la pelvis de Miguel, quien la siguió con su mirada, pero no pudo evitar dirigirla hacia la intimidad de Juan, la cual provocaba un gran bulto en su pantalón, y también una gran calentura en el mayor. El rostro de Miguel demostraba necesidad, estaba excitado.

El menor se percató y, con intento de disimulo, desabrochó el botón de la prenda y bajó la cremallera, dejando algo libertad a su miembro.

A la mente de Miguel vinieron imágenes sucias, que si él mismo brindándole una mamada, masturbándole, follando, pero sin duda quería tener esa monstruosidad en su boca. Quería tocarla, lamerla, chuparla y morderla, ser la razón del placer de Juan.

Instintivamente su mano se apoyó sobre su propio miembro, pero fue interrumpido por un Juan seductor y atrevido.

—Ts, ts, déjame a mí— Susurró algo bajito, pero de forma perfecta.

La mano de Miguel se apartó de allí y fue reemplazada por la de Juan, la cual bajó la cremallera y envolvió el bulto que se encontraba dentro del bóxer con su mano.

Comenzó masajeándolo, apretando suavemente e intercalando sus dedos para hacerlo. Miguel respondió con algunos gruñidos, sentía que su excitación aumentaba, si era posible.

El ambiente era pesado y caluroso. La habitación se consumía en dos chicos calientes como agua hirviendo, los gruñidos de uno de ellos y la habilidad manual del otro.

Nunca en su vida nadie había tocado tan bien a Miguel. Sentía que podría correrse solamente de ver esa gran mano morena sobre su polla. O, en este caso, casi sobre su polla.

Sediento de contacto, Juan asaltó los labios del otro, devorándolo cual galleta. Su mano seguía ocupada ahí abajo, realizando su trabajo con efectividad, cada vez con mayor intensidad.

Miguel gruñía en los labios de Juan, en cualquier momento podía venirse. Pero no quería, ¿Por qué? Porque entonces culminaría el momento.

Aunque no pudo resistir mucho más, Juan percibió cómo la ropa interior de Miguel se humedecía y soltaba un ronco gemido al sentir la presión que el moreno ejercía allí. Se había mojado sin necesidad de una paja.

La hábil mano de Juan abandonó el pantalón de Miguel y, con un beso sucio y caliente, finalizaron el momento.

Juan bajó a Miguel de su regazo, lo dejó sobre la cama, y se paró con un detalle bien presente, tenía una gran erección que sobresalía por la abertura de su jean.

—¿Qué harás con eso?— Miguel relamió sus labios, observando primero el paquete del otro y luego sus ojos.

Juan se limitó a guiñarle un ojo y abandonó la habitación.

Y Miguel se encontró aún algo caliente en su habitación, recostado en su colchón, con el bóxer empapado y su pantalón mayormente seco en aquella zona.

Por su mente pasó un fugaz recuerdo, o mejor dicho dos: Los besos con su primo.

Cruzados - Rompiendo el Zarcronno || Zarcronno & más ShippsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora