Capítulo 5

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Feliz lectura y gracias a todas aquellas hermosas que me dan su apoyo leyendo la historia y realizando comentarios acerca de ella 💙💙💙

Encontrar la habitación que los ángeles le habían asignado a cada uno fue increíblemente una tarea mucho más fácil de lo que pensaron que seria. El pasillo en el que les indicaron que podrían encontrarlas era increíblemente largo, con puertas a cada extremo que al igual que el corredor parecían no terminar nunca, pero que en cuanto eran tocadas por alguno de ellos se abrían de inmediato como si estas reconocieran a quien le pertenecían.
Cuando Lizbeth encontró la suya, la primera al lado izquierdo del corredor, los únicos que aún estaban en el pasillo con ella eran Janet y Sebastián. Intento dedicarles una sonrisa antes de entrar pero solamente esté último fue quien se la respondió.
Por dentro, su habitación era una réplica exacta de la que había tenido antes en su pequeño departamento, un cuarto simple, sin ventanas, pintado totalmente de color blanco, con una cama de madera en el centro, una sola lámpara en el techo, la pila de los libros que había amado desde su infancia en una esquina, un espejo de cuerpo entero y una cómoda que después de inspeccionar algunos de los cajones, comprobó, contenía toda su ropa.
Miro a su alrededor una vez más, aquel espacio era sin duda lo más cercano a la vida que en un abrir y cerrar de ojos parecía habérsele escapado de las manos, entonces ¿Por qué no lograba deshacerse de ese sentimiento de extrañeza que le recorría el cuerpo entero?
Cerro los ojos con fuerza, de pronto fue consiente del gran esfuerzo que estaba realizando por no comenzar a llorar y sin pensárselo más se dejó caer de espaldas  sobre la cama intentando sentirse un poco reconfortada pero al hacerlo, la vista que obtuvo de absolutamente toda la habitación le hizo sentirse mucho peor. Todo resultaba tan familiar que dolía, el recuerdo de su vida perdida estaba impregnado en cada centímetro de ese lugar, de modo que por un momento incluso se preguntó si las de los demás también serían como las que tenían en casa.
Su respiración comenzó a agitarse y fue finalmente en ese momento, rodeada de soledad e impotencia, que sin más remedio se permitió llorar y lo hizo hasta que en algún punto de la noche el sueño la tomo entre sus brazos y la condujo hasta su reino, susurrándole mientras tanto imágenes tan claras como el agua del chico que había conocido hace tan solo unos momentos, Aaron, encadenado al suelo de una habitación de la que por más que lo intento no consiguió ver más detalles, estaba sin camisa y tenía cortes que adornaban su espalda y su rostro, con un hilillo de sangre bajándole por una de las comisuras del labio, odio y dolor presentes en su mirada pero todo aquello sin hacerlo lucir  en lo absoluto menos hermoso si no con la auténtica belleza de un animal salvaje que se resiste a ser domesticado.

El sonido de la puerta de la habitación abriéndose la devolvió al mundo real de golpe. La luz seguía encendida y ella aún tenía la ropa puesta, ni siquiera recordaba haberse quedado dormida y tampoco haberse dado cuenta de cuan verdaderamente cansada estaba hasta ese momento, cuando tuvo que luchar por mantener sus ojos abiertos al tratar de averiguar quién era su visitante.
— ¿Mariela?— Preguntó, reconociendo a través de su nublada vista la delgada figura con cabello castaño y mirada inocente de la chica.
—Perdona, sé que no debí haber entrado así pero no podía dormir, no soporto estar allí yo… ¿Crees que podría quedarme?
—Por supuesto— Accedió, levantándose para tomar el edredón y meterse debajo de él, sin molestarse en cambiarse de ropa antes por algo un poco más cómodo, dejando el espacio suficiente para que su acompañante fuera capaz de unírsele.
—Tu habitación es bonita—  Susurró Mariela, acomodándose junto a Lizbeth.
—Gracias, es igual a la que tenía antes.
—A mí me gustaría saberlo, ni siquiera sé si tenía una antes de todo esto— Soltó, con una voz sorprendentemente inexpresiva en vez del tono de tristeza que Lizbeth se había esperado en cuanto la escucho comenzar la oración.
«Prácticamente no recuerdo nada de mi vida» Había sido una de las primeras frases que le escucho decir cuando se conocieron.
— ¿Realmente no tienes memoria verdad?— Preguntó Lizbeth.
—No, mientras intentaba dormir creí que los recuerdos volvían pero son solo fragmentos, música, luces, gente bailando, dolor y eso es todo, cuando intente pensar en cómo fue mi vida antes no encontré nada, mi mente se quedó en blanco, ni siquiera recuerdo el lugar de donde vengo— Le respondió ella, con la mirada perdida en algún punto de la habitación como si aquel momento se encontrara repitiéndose en su mente una y otra vez — ¿Tú crees que sea capaz de recuperar mis recuerdos algún día?
—Yo… — Dudo un momento, cayendo finalmente en cuenta de lo que su respuesta podría significar para la muchacha. Por alguna razón que no alcanzaba a comprender Mariela confiaba en ella, lo suficiente como para estar allí justo en ese momento y contarle lo que le había contado. Pensó por un momento en la manera en que le había permitido acercársele cuando la había encontrado sentada contra una de las paredes de la sala de las estatuas, con el cuerpo temblándole y demasiado asustada para ponerse en pie, sin embargo a ella le había permitido que le ayudara a hacerlo y se había relajado bajo su toque mientras le decía que todo estaría bien. Le creyó entonces y estaba segura de que sin importar lo que le dijera lo haría también en ese momento. No podía mentirle pero una parte de sí le gritaba con todas sus fuerzas que no podía hacerla perder la poca esperanza que aún le quedara — Creo que quizás todo esto tendrá un poco de más sentido mañana, los ángeles prometieron explicarnos todo lo que quisiéramos saber así que tal vez podríamos encontrar alguna respuesta.
— ¿Confías en ellos?—  La imagen de los ocho ángeles apareciendo frente a ellos le vino a la mente, su voz solemne y la manera en que Chayna parecía mirarlos como si estar ante ellos fuera lo mejor que le hubiera podido pasar en la vida. Su simple presencia había bastado para hacerla sentir segura, olvidar el dolor y pensar que podía ser posible que todo lo que le estaba pasando tuviera una explicación. Pero luego la imagen del chico al que habían encadenado sin razón aparente remplazo todo lo anterior, los escucho decir que más tarde decidirían que hacer con él y Lizbeth no tenía ninguna duda de que así lo habían hecho. Sabía que tendría que sentir miedo pero por extraño que sonara no conseguía hacerlo.
—Si— Respondió ella, pero su voz pareció quebrarse justo al terminar la frase.
—De acuerdo, descansa Liz — Dijo Mariela y a pesar de que la habitación estaba totalmente a obscuras debido a que las luces se habían apagado por sí solas en algún momento de la conversación, Lizbeth casi pudo asegurar que estaba sonriendo, eso hasta que al poco tiempo sintió como su respiración comenzaba a volverse lenta y regular, una clara indicación de que comenzaba a dormir profundamente. Ella intento seguir su ejemplo pero a pesar de lo cansada que estaba se vio a si misma incapaz de volver a conciliar el sueño hasta después de un buen rato. Aun cuando los ángeles les habían aconsejado que no pensaran en ello, en su mente el montón de palabras que les habían dicho continuaban repitiéndose una y otra vez.
Ángeles, pelea, ejército, Santuario, orientador, condenas.
Y finalmente aquella que más importaba por la cual habían sido llamados por ellos más de una vez.
Elegidos.

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