Atraccion Intensa

22: Lo siento

No podrás apartar la mirada de mí.
No podrás volver a pensar… he venido para llevarme tu alma.

—Es parte de un encantamiento Wichi —le explicó acariciándole la mejilla—.
Es un embrujo para atraer a la persona amada en el que pienso siempre que nos miramos.

Rosana sintió que se le saltaban las lágrimas.

—Te quiero, Julián Rossini.

—Yo también te quiero —contestó Julián sabiendo que al día siguiente le iba a tener que decir que ése no era su nombre.

A la mañana siguiente, Rosana se despertó y se encontró con que Julián la estaba observando.

—Hola, bella durmiente —le dijo apartándole un mechón de pelo de la cara.

Rosana miró el reloj.

—Todavía es Temprano —dijo consciente de que tenían un par de horas por delante para quedarse en la cama.

Lorenzo se despertaría tarde pues había estado jugando en la fiesta con su amigo Jorge y debía de estar agotado.

—¿Te apetece un café y una tostada con jamón? —le preguntó Julián.

—Sí, pero ya lo hago yo porque tengo que ir practicando para cuando vuelva a trabajar —contestó Rosana levantándose y yendo a la cocina.

Una vez allí, preparó una cafetera de café fuerte y unas tostadas bien crujientes. Ya sabía que así era como le gustaban a Julián. Ya había tomado carrerilla, así que aprovechó para preparar huevos revueltos y adornó la bandeja con unas ramas de perejil y virutas de naranja.

—Eso tiene una pinta estupenda —comentó Julián cuando volvió a la
habitación.

—Me apetecía preparar algo especial —contestó Rosana.

Lo cierto era que le gustaba cocinar para él y verlo todas las mañanas en
calzoncillos a su lado.

Le dio una taza de café, Julián lo probó y lo dejó en la mesilla. A continuación, se puso la servilleta en el regazo y probó los huevos revueltos. Rosana lo imitó y,cuando se disponía a tomarse el jamón, se dio cuenta de que estaba comiendo más que Julián.

Distraída, se tocó el guardapelo que Julian le había regalado y que tenía
intención de llevar todos los días de su vida al lado del corazón.

—Tenemos que hablar —le dijo él.

—¿De qué?

—De nosotros, de mí, de nuestro futuro —contestó Julián dejando el plato en la mesilla.

Rosana lo miró a los ojos y, cuando él apartó la mirada, supo que era algo grave.

—Lo siento, Rosana.

—¿Por qué? —preguntó ella asustada.
¿Habría cambiado de opinión? ¿Habría decidido que amarla era demasiado
complicado y que su relación era demasiado seria?

—Por todo.

—No me hagas esto, Julián.

—Para empezar, no me llamo Julian
Rossini y no nací el cinco de noviembre. Me llamo Facundo Soler  y nací el dos de septiembre —le explicó—. He sido ladrón porque se me dan muy bien los ordenadores y era miembro de la Familia de la mafia, una que opera en Bahia.

Rosana lo miró confundida.

—¿Estás de broma?

—Ojalá.

Incapaz de creerlo, tomó su billetera, algo que jamás había hecho antes, y sacó su carné de conducir y su carné de identidad.

—Julián Rossini—leyó—. ¿Son falsos?

—No, es la nueva identidad que me ha dado el Gobierno.

—¿Eres espía o algo así?

—No, estoy en el programa de protección de testigos, Rosana, y ni siquiera debería estar contándote esto.

Rosana sintió que el pánico se apoderaba de ella.

—¿Has testificado en contra de alguien?
Julián asintió.

—¿De quién? ¿De la mafia de Bahía? Eso no existe.

—Sí, sí existe y, si me encuentran, me matarán.

—¿Y estás aquí? ¿En mi casa? ¿Con mi hermano? —le dijo con lágrimas en los ojos.

Le costaba pensar con claridad y el aire no le llegaba a los pulmones.

—¿Lorenzo está en peligro? ¿Lo secuestrarán para llegar hasta ti? —le preguntó.

Y sin esperar su respuesta, corrió a la habitación de su hermano. Cuando abrió la puerta, lo vio durmiendo apaciblemente y se tranquilizó.

—No le harán nada —le aseguró Julián, que la había seguido—. Y a ti, tampoco.

Rosana cerró la puerta de la habitación, se giró hacia él y lo miró a los ojos.

—¿Pero a ti te siguen buscando?

—Sí.

—¿Para matarte?

—Sí.

Rosana sintió que las rodillas le flaqueaban y que el corazón se le rompía.