12: Como todo un ladron profesional

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El domingo por la mañana, Rosana, Julián y Lorenzo estaban en la cocina y Rosana estaba luchando con su hermano porque no se quería poner crema para ir a pasar el día con Julián en el Rancho.

—Si no te pones la crema, no vas —sentenció su hermana.

—Huele mal —protestó el niño.

—Me da igual. Vas a estar al sol y ya sabes que tienes que tener cuidado —
insistió Rosana dándole crema en la cara.

—Esto es una estupidez —dijo Lorenzo arrugando la nariz—. Huele a niña.

—No es una estupidez —intervino Julián—.Ya sabes que el sol es peligroso, que te puedes poner enfermo.

—Yo, no.

—A tu hermana la tienen que operar, Lorenzo, y tú eres igual de rubio y de
blanco que ella. Además, esta crema no huele tan mal —añadió oliéndola.

—Pues póntela tú —lo desafió Lorenzo.

—Muy bien —contestó colocandose crema en la cara y en los brazos.

Rosana lo miró encantada mientras hablaba con sinceridad a su hermano.

Habían transcurrido dos días desde la maravillosa noche que habían pasado juntos, dos días en los que se habían dado besos a escondidas y habían arañado el horario de trabajo para verse un rato.
Lorenzo sospechaba algo, pero Rosana no le había confirmado nada pues se
avergonzaba de acostarse con un hombre sin estar casada con él.

Por fin, al ver a su ídolo ponerse la crema, el niño accedió a ponérsela él también.

—Pero me la pongo yo —advirtió.

—Muy bien y ahora sube a tu habitación a ponerte las botas —le dijo
Rosana cuando hubo terminado.

Una vez a solas, Julián tapó la crema y se quedó mirando a Rosana.

—Está confuso.

—Lo sé —contestó Rosana mirando a su alrededor.

Aquélla no era la cocina de la casa en la que había crecido porque aquella casa la había vendido tras la muerte de sus padres. Demasiados recuerdos dolorosos…

—No entiende lo que pasa.

—Tú también pareces algo confusa —dijo Julián acercándose a ella.

—Estoy bien, algo alterada, supongo.

—Sólo quedan cinco días para que te operen.

Rosana se tomó un mechón de pelo entre los dedos y comenzó a retorcerlo.

—¿Vas a estar allí? —le preguntó por fin.

—¿Quieres que esté? —dijo el mirándola a los ojos.

«Sí», pensó Rosana.

Lo cierto era que quería que la llevara al hospital, que se quedara con ella, que la protegiera.

—No debería importar, no debería necesitarte —contestó.

—Pero nos necesitamos, Rosana.

—¿De verdad? ¿Para algo más aparte del sexo? —preguntó nerviosa.

—No lo sé —sonrió Julián—. Sólo lo hemos hecho una vez.

—Dos —lo corrigió ella dándole un puñetazo en el brazo y riendo—. Te iba a dejar entrar en mi habitación esta noche, pero…

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