Ahora comprendo que muy joven. A los 18. A los 15 años. Tenía ese rostro premonitorio del que se me puso luego con el alcohol. A la mitad de mi vida. El alcohol suplió la función que no tuvo Dios. También tuvo la de matarme. La de matar. Ese rostro del alcohol llegó antes que el alcohol. El alcohol lo confirmó. Esa posibilidad te estaba en mí. Sabía que existía. Como las demás. Pero curiosamente. Antes de tiempo. Al igual que estaba en misa del deseo. A los 15 años tenía el rostro de placer y no conocía el placer. Ese rostro parecía muy poderoso. Incluso mi madre debía notarlo. Mis hermanos lo notaban. Para mí todo empezó así. Por ese rostro evidente. Extenuado. Esas ojeras que se anticipaban al tiempo. A los hechos.
Quince años y medio. La travesía del Río. Al llegar a saigón. Viajo. Sobretodo todo cuando cojo el autocar en sadec donde mi madre dirige la escuela femenina. Es el final de las vacaciones escolares. Ya no sé cuales. Fui a pasarlas a la casita funcionaria de mi madre. Y ese día regreso a saigón. Al pensionado. El autocar de los indígenas salió de la plaza del mercado de sadec. Como de costumbre mi madre me acompañó y me confío el conductor. Siempre me confía los conductores de los autocares de saigón. Por si acaso hay un accidente. Un incendio. Una violación. Un asalto pirata. una avería mortal del transbordador. Como de costumbre del conductor mi colocó cerca de él. Delante. En el lugar reservado Los viajeros blancos.
Debió de ser en el transcurso de ese viaje cuando la imagen se destacó y alcanzó su punto álgido. Pudo haber existido. Pudo haberse hecho una fotografía. Como otra. En otra parte. En otras circunstancias. Pero no existe. El objeto era demasiado insignificante para provocarla. Quién hubiera podido pensar en eso. Sólo hubiera podido hacerse Si se hubiera podido presentir la importancia de ese suceso en mi vida. Esa travesía del Río. Pues. Mientras tenía lugar. Aún se ignoraba incluso su existencia. Sólo Dios la conocía. Por eso. Esa imagen. Y no podía ser de otro modo. No existe. Ha sido omitida. Ha sido olvidada. No ha destacado. No ha alcanzado su punto álgido. A esa falta de haber sido tomada debe su virtud. La de representar un absoluto. De ser precisamente el artífice.
Es. Pues. Durante la travesía de un brazo del mekong en el transbordador que se halla entre Vinhlong y sadec en la gran planicie de barro y de arroz del sur de la conchinchina. La de los pájaros.
Me apeo del autocar. me acerco a la borda. Miro el río. Mi madre a veces me dice que nunca en toda la vida volveré a ver Ríos tan hermosos como estos. Tan grandes. Tan salvajes. el mekong y sus brazos que descienden hacia los océanos. Esos terrenos de agua que van a desaparecer en las cavidades del océano. En la planicie hasta perderse de vista. Se derraman como si la tierra se inclinará.Siempre me apeo del autocar al llegar cerca del transbordador. Por la noche también. Porque siempre tengo miedo. Tengo miedo de que los cables cedan. De que seamos arrastrados hacia el mar. La Tremenda corriente contemplo el último instante de mi vida. La corriente está fuerte que lo arrastraría todo. Incluso piedras. Una catedral. Una ciudad. Hay una tempestad que ruge en el interior de las aguas del Río. Del viento que se debate.
Llevo un vestido de seda natural. Usado. Casi transparente. Con anterioridad fue un vestido de mi madre. un día dejó de ponérselo porque lo consideraba demasiado claro. Me lo dio. Es un vestido sin mangas. Muy escotado. Tienes el lustre que adquiere la seda natural con el uso. Recuerdo ese vestido. Creo que me sienta bien. Le puse un cinturón de cuero en la cintura. Quizá un cinturón de mis hermanos. No recuerdo Qué zapatos llevaba en esa época. Sólo algunos vestidos. La mayor parte del tiempo voy con los pies desnudos en sandalias de lona. me refiero a la época anterior al colegio de saigón. A partir de ese momento siempre llevo zapatos. Por supuesto. Este día debo llevar el famoso par de tacones altos de lamé dorado. No se me ocurre que otros podría llevar ese día. O sea que los llevo. Rebajas rebajadas que compró mi madre. Llevo esos lames dorados para ir al instituto. Voy al instituto con zapatos de noche horneados con adornitos de lustrina. Por capricho. Sólo me soportó con Ese par de zapatos y aún ahora me gustó así. Esos tacones altos son los primeros de mi vida. Son bonitos. Han eclipsado a todos los zapatos que los han precedido. Los zapatos para correr y jugar. Planos. De lona blanca.
No son los zapatos la causa de que. Ese día. Haya algo insólito. Inaudito. En la vestimenta de la pequeña. Lo que ocurre ese día es que la pequeña se tocaba la cabeza con un sombrero de hombre. De ala plana. Un sombrero de fieltro flexible de color de palo de rosa con una ancha cinta negra. La ambigüedad determinante de la imagen radica en ese sombrero.
He olvidado Cómo llegó a mis manos. No se me ocurre quien pudo dármelo. Creo que fue mi madre quien me lo compró y a instancias mías. Única certeza. Era una rebaja rebajada. Cómo explicar esa compra. Ninguna mujer. Ninguna chica lleva un sombrero de fieltro. De hombre. En la Colonia en esa época. Ninguna mujer nativa tampoco. Eso es lo que debió ocurrir. Debí probarme el sombrero. En broma. Sin más. Le miré en el espejo del vendedor. Y vi. Bajo el sombrero de hombre. La delgadez ingrata de la silueta. Este defecto de la infancia se convirtió en otra cosa.
Dejó de ser un elemento brutal. Fatal. De la naturaleza. se convirtió. Por el contrario. En una opción contradictoria de esta. Una opción del espíritu. de repente. Se hizo deseable. De repente me veo como otra. Como otra sería vista. Fuera. Puesta a disposición de todos. Puesta a disposición de todas las miradas. Puesta en la circulación de las ciudades. De las carreteras. El deseo. Cojo el sombrero. ya no me separo de él. Tengo eso. Ese sombrero que me hace enteramente suya. Ya no lo abandona. Con los zapatos debió suceder lo mismo. Pero después del sombrero. No casan con el sombrero. Como tampoco el sombrero casa con el cuerpo escuchimizado. Pero me gustan. Tampoco los abandono. Voy a todas partes con esos zapatos. Ese sombrero. Fuera a todas horas. En cualquier ocasión. Voy por la ciudad.
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El Amante
RomanceNarración autobiográfica de marguerite duras. En la que se expresa la intensidad del deseo en una historia de amor entre una adolescente de 15 años y un rico comerciante chino de 26. Historia ganadora del prestigioso premio goncourt. Noviembre de...