En lo que respecta al hermano menor se trató de una inmortalidad sin tacha, sin leyenda, sin accidente, pura, de un solo alcance. El hermano menor no tenia nada que clamar en el desierto, no tenía nada que decir, ni aquí ni en ninguna parte, nada. Carecía de instrucción, nunca llegó a instruirse en nada de nada. No sabía hablar, apenas leer, apenas escribir, a veces creíamos que no sabía ni sufrir. Era alguien que no comprendía y que tenía miedo.
Ese insensato amor que le profeso sigue siendo para mí un insondable misterio. No sé por qué le quería hasta ese extremo de querer morir de su muerte. Hacia diez que nos habíamos separado y cuando sucedió raramente pensaba en él, le quería, parece, para siempre y nada nuevo podía alcanzar ese amor. Yo había olvidado la muerte.
Se hablaba poco juntos, se hablaba muy poco del hermano mayor, de nuestra desdicha, de lo de la madre, de lo de la planicie. Más bien se hablaba de la caza, de carabinas, de mecánica, de coches. Montaba en cólera contra el coche cascado y me contaba, me describía los carrichones que tendría más tarde. Yo conocía todas las marcas de carabinas de caza y todas las de carrichones. También se hablaba, por supuesto, de ser devorados por los tigres a la que nos descuidáramos o de ahogarnos en el río si seguíamos nadando en las corrientes. Era 2 años mayor que yo.Ha parado el viento y bajo los árboles hay esa luz sobrenatural que sigue a la lluvia. Los pájaros gritan con todas sus fuerzas, dementes, afilan en el pico contra el aire frío, lo hacen sonar en toda su amplitud de modo ensordecedor.
Los paquebotes remontan la ría de Saigón, motores parados, arrastrados por remolcadores, hasta las instalaciones portuarias que se hallan en los meandros del Mekong a su paso por Saigón. Este meandro, ese brazo del Mekong, se llama la Rivière, la Rivière de Saigón. La escala era de ocho días. Desde el momento en que los barcos estaban en el muelle, Francia estaba allí, se podía cenar en Francia, bailar, era demasiado caro para mi madre y además, según ella, no valía la pena, pero con él, con el amante de Cholen, se podría haber hecho. No lo hacía por miedo a ser visto con la pequeña blanca, tan joven, no lo decía, pero ella lo sabía. En aquella época, aún no muy lejana, apenas hace cincuenta años, en el mundo sólo existían los barcos para ir por el mundo entero. Grandes zonas de los continentes aún carecían de carreteras, de trenes. En centenares, miles de kilómetros cuadrados, sólo existían aún los caminos de la prehistoria. Eran los hermosos paquebotes de los Agencias Marítimas, los mosqueteros de la línea, el Porthos, el Dartagnan, el Aramis, los que unían indochina con Francia.
Aquel viaje duraba veinticuatro días. Los paquebotes de la línea constituían ya en sí ciudades con calles, bares, cafés, bibliotecas, salones, reuniones, amantes, matrimonios, muertes. Se formaban sociedades azarosas, forzadas, se sabía, no se olvidaba, y por eso se tornaban tolerables e, incluso a veces, inolvidables por su encanto. Eran los únicos viajes de las mujeres. Sobre todo para muchas de ellas, pero aveces, para algunos hombres, los viajes para trasladarse a las colonias seguían siendo la verdadera aventura de la empresa. Para la madre siempre habían sido, con nuestra primera infancia, lo que ella llamó "lo mejor de su vida".
Las partidas. Siempre las mismas partidas. Siempre las primeras partidas por mar. Separarse de la tierra siempre se había hecho con el mismo dolor y el mismo desespero, pero eso nunca había impedido partir a los hombres, los judíos, los pensadores y Los viajeros puros del único viaje por mar, y eso tampoco había impedido nunca que las mujeres los dejarán partir, las mujeres que nunca partían, que se quedaban para preservar la tierra natal, la raza, los bienes, la razón de ser de su entorno. Durante siglos, los buques hicieron que los viajes fueran más lentos, más trágicos también de lo que son hoy en día. La duración del viaje cubría la extensión de la distancia de manera natural. Se estaba acostumbrado a esas lentas velocidades humanas por tierra y por mar, a esos retrasos, esas esperas del viento, las escampadas, los naufragios, el sol, la muerte. Los paquebotes que la pequeña blanca conoció quedaban ya entre los últimos correos del mundo. Fue, en efecto, durante su juventud cuando se establecieron las primeras líneas de avión que, progresivamente, deberían privar a la humanidad de los viajes a través de los mares.
Seguíamos yendo cada día al apartamento de Cholen. El se comportaba como de costumbre, durante un tiempo se comportó como de costumbre, me duchaba con el agua de las tinajas y me llevaba a la cama. Acudía a mi lado, también se tendía pero se había quedado sin energía alguna, sin potencia alguna. Una vez fijada la fecha de la partida, incluso lejana aún, y ya no podía hacer nada con mi cuerpo. Llegó brutalmente, sin él saberlo. Su cuerpo ya no quería saber nada de la que iba a partir, a traicionar. Decía: ya no puedo hacerlo, creía que un podría, ya no puedo. Decía que estaba muerto. Tenía una sonrisa de excusa muy dulce, decía que quizás ya no se recuperaría nunca más. Le preguntaba si lo hubiera deseado. Reía, casi, decía: no sé, en este momento quizás sí. Su dulzura sobrevivía entera en el dolor. No hablaba de este dolor, nunca dijo una palabra al respecto. A veces, su rostro temblaba, cerraba los ojos y apretaba los dientes. Pero nunca decía nada referente a las imágenes que veía detrás de los ojos cerrados. Hubierase dicho que amaba ese dolor, que lo amaba como me había amado, muy intensamente, quizás hasta morir, y que ahora lo prefería a mí. A veces decía que quería acariciarme porque sabía que yo deseaba que lo hiciera y que quería mirarme en el momento en que el placer se produjera. Lo hacía y al mismo tiempo me miraba y me llamaba como a su hija. Se había decidido no volver a verse pero no era posible, no había sido posible. Cada tarde lo encontraba delante del instituto, en su coche negro, la cabeza vuelta de vergüenza.
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¡CHICOS!
Cada vez nos acercamos más. ¡Estamos tibios! 🌅
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El Amante
RomanceNarración autobiográfica de marguerite duras. En la que se expresa la intensidad del deseo en una historia de amor entre una adolescente de 15 años y un rico comerciante chino de 26. Historia ganadora del prestigioso premio goncourt. Noviembre de...