Con esa mendiga de la avenida poblé toda la ciudad. Con todas las mendigas de las ciudades, de los arrozales, de las pistas que bordean el Siam, de las orillas del Mekong, poblé a la que me dio miedo. Vino de todas partes. Siempre llegó a Calcuta, de donde quiera que viniera. Siempre durmió a la sombra de los manzanos caneleros del patio del recreo. Mi madre siempre estuvo a su lado, para curarle el pie roído por los gusanos, cubierto de moscas.
A su lado, la niña de la historia. La lleva a lo largo de dos kilómetros. Ya no quiere saber nada de ella, le da, vamos, toma. Basta niños. Ningún niño. Todos muertos o tirados, eso forma una masa al final de la vida. Esa que duerme bajo los manzanos caneleros aún no esta muerta. Es la que viviría durante mas años. Morirá en el interior de la casa, vestida de encajes. Será llorada.
Está en los declives de los arrozales que bordean la pista, grita y ríe a voz en cuello. Tiene una risa dorada, capaz de despertar a los muertos, de despertar a cualquiera que preste oídos a la rusa de los niños. Permanece delante del bungalow durante días y días, en el bungalow hay blancos, lo recuerda, dan de comer a los mendigos. Después, una vez, bien, se despierta al amanecer y empieza a caminar, un día se va, a saber por qué, tuerce hacia la montaña, atraviesa la selva y sigue los caminos que corren a lo largo de las crestas de la cordillera de Siam. A fuerza de ver, quizá de ver el cielo amarillo y verde del otro lado de la planicie, pasa. Empieza a descender hacia el mar, hasta el final. Desciende las pendientes de la selva con su largo paso seco. Atraviesa, atraviesa. Son las selvas pestilentes. Las regiones más cálidas. No hay viento salubre del mar. Hay el estrépito estancado de los mosquitos, los niños muertos, la lluvia diaria. Y luego ahí están los deltas. Son los deltas más grandes de la tierra. Son de limo negro. Están hacia Chittagong. Ha dejado las pistas, las selvas, las rutas del té, los soles rojos, ve ante sí las bocas de los deltas. Coge la dirección del torbellino del mundo, la siempre remota, envolvente, del Este. Un día está frente al mar. Grita, ríe con contenida y milagrosa risa de pájaro. Debido a la risa, en Chittagong encuentra un junco que la cruza, los pescadores acceden a llevarla, atraviesa acompañada el golfo de Bengala.
Empieza, enseguida se la empieza a ver cerca de los vertederos de basuras, en las afueras de Calcuta.
Y luego se pierde. Y luego se la vuelve a encontrar. Está detrás de la embajada de Francia de esta misma ciudad. Duerme en un parque, saciada de un alimento infinito.
Allí está, durante la noche. Después, al amanecer, en el Ganges. El humor alegre y burlón, siempre. Ya no se va. Aquí come, duerme, la noche es tranquila, se queda ahí en el parque de las adelfas.
Un día voy, paso por allí. Tengo diecisiete años. En el barrio inglés, los parques de la embajada, sopla el monzón, los tenis están desiertos. A lo largo del Ganges, los leprosos se ríen.
Hacemos escala en Calcuta. Una avería del paquebote de línea. Visitamos la ciudad, para pasar el tiempo. Volvemos a partir al día siguiente, por la noche.Quince años y medio. El asunto se sabe rápidamente en el puesto de Sadec. Tan sólo esa vestimenta implica ya la deshonra. La madre no tiene sentido de nada, ni el de la manera de educar a una niña. La pobre. No crea, eses sombrero no es inocente, ni tampoco el carmín de labios, todo eso significa algo, no es inocente, tiene un significado, es para atraer las miradas, el dinero. Los hermanos, unos golfos. Dicen que es un chino, el hijo de un millonario, la quinta del Mekong, de azulejos azules. En lugar de sentirse honrado, ni siquiera él la quiere para sus hijos. Familia de golfos blancos.
La llaman la Dama, procede de Savankhet. Su marido, destinado a Vinhlong. No se la ha visto en Vinhlong durante un año. A causa de ese joven, administrador adjunto en Savannakhet. No pueden seguir amándose. Entonces él se pega un tiro y se mata. La historia llega hasta el nuevo puesto de Vinhlong. Una bala en el corazón, el día de su partida en Savannakhet con desde a Vinhlong. En la plaza del puesto, a pleno sol. La mujer le había dicho que debían terminar, por sus niñas y por su marido destinado a Vinhlong.
Eso sucede en el barrio de mala fama de Cholen, cada tarde. Cada tarde esa pequeña viciosa va a hacerse acariciar el cuerpo por su sucio chino millonario. Va también al instituto donde van las niñas blancas, las pequeñas deportistas blancas que aprenden crowl en la piscina del Club Deportivo. Un día les ordenarán que no dijeran la palabra a la hija de la directora de Sadec.
Durante el recreo, mira hacia la calle, sola, apoyada en el poste del patio. No dice nada de esto su madre. Sigue llegando a clase en la limusina negra del chino de Cholen. La ven irse. No habrá ninguna excepción. Ninguna volverá a dirigirle la palabra. Tal aislamiento provoca el recuerdo de la dama de Vinhlong. Acababa, en aquel momento, de cumplir treinta y ocho años. Y, entonces, diez la niña. Y luego, ahora, cuando recuerda, dieciséis años.
La dama esta en la terraza de su habitación, contempla las avenidas que corren a lo largo del Mekong, la veo al regresar del catecismo con mi hermano pequeño. La habitación esta en el centro de un gran palacio de terrazas cubiertas, el palacio está en el centro del parque de las adelfas y de las palmeras. Una misma diferencia separa a la dama y a la niña del sombrero de ala plana del resto de la gente del puesto. Así como las dos contemplan las largas avenidas de los ríos, así son los dos. Las dos aisladas. Solas, reinas. Su desgracia es evidente. Abocadas las dos a la difamación debido a la naturaleza del cuerpo que poseen, acariciando por los amantes, besado por sus bocas, entregadas a la infamia del goce hasta morir, dicen, hasta morir de ese amor misterioso de los amantes sin amor. De eso es de lo que se trata, de esas ganas de morir. Eso emana de ellas, de sus habitaciones, esa muerte tan poderosa que la ciudad entera está al corriente, los puestos de la selva, las capitales de provincias, las recepciones, los bailes lentos de las administraciones generales.
La dama acaba precisamente de reemprender esas recepciones oficiales, cree que se acabó, que el joven de Savannakhet ha entrado en el olvido. Así pues la dama ha reemprendido esas veladas que considera a propósito para que la gente pueda verse de vez en cuando y para, también de vez en cuando, salir de la espantosa soledad en la que se hallan los puestos de la selva perdidos en las extensiones cuadriláteras de arroz, del miedo, de la locura, de las fiebres, del olvido.
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El Amante
RomanceNarración autobiográfica de marguerite duras. En la que se expresa la intensidad del deseo en una historia de amor entre una adolescente de 15 años y un rico comerciante chino de 26. Historia ganadora del prestigioso premio goncourt. Noviembre de...