Capítulo 16

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Tras largos minutos, e incluso me arriesgaría a decir, unas pocas horas, todavía no he conseguido mantener una posición por más de veinte segundos.

Tras este breve pero eterno periodo de tiempo, me he quedado sin recursos.

Sigo danzando por el pasillo sin parar, sin saber que hacer.

Al principio, me había resignado a esperar, inquieta, a que alguien viniese a por mí. Mi paciencia se agotó rápidamente, como era de esperar, y mi cabeza ya divagaba pensando posibles alternativas.

Había tomado la decisión de salir de allí a cualquier precio; juraría que se han olvidado de mí.

Intenté abrir todas las puertas de las aulas que comunican a este pasillo, mas no conseguí nada: todas están bajo llave. Eso no hizo más que aumentar mi desesperación: tal era su nivel, que había estado dispuesta a descolgarme por una ventana de un segundo piso.

Había observado todos y cada uno de los detalles del pasillo, buscando cualquier pequeño indicio que me ayudase a abrir las puertas o que me diese otra opción de huida.

Pero nada.

Vuelvo a acercarme a la puerta por la cual salió Joel la última vez que lo alcanzó mi mirada, mas esta vez, ni si quiera intento empujarla: no va a servir para nada.

Oteo a través del cristal que se haya en la parte superior, intentando percibir algún movimiento; hay algo que me dice que no estoy sola.

Retrocedo sobre mis pasos, volviendo a recorrer el pasillo nuevamente.

Rememoro las palabras de Joel una vez más y sigo sin entender nada.

Una parte de mí dice que confíe en él; debo confiar en que lo de la alarma ha sido una farsa –a demás de que, si no fuese cierto, las llamas ya habrían deborado el edificio hasta los cimientos –, debo confiar en que alguien vendrá a buscarme.

La voz de Cloe se abre paso en mi memoria de forma imprecisa: «¡Pero él esta arriba! ¡Siguen peleando!».

Entonces, es verdad: sí que hay alguien implicado en todo esto. Alguien que, según entendí, se estaba peleando. Alguien que, al parecer, Joel y Cloe conocen.

Reprimo un suspiro con resignación y camino hacia la zona en la cual se encuentran las taquillas. Me acerco a la columna izquierda y localizo la mía.

De todos los pasillos del instituto, han tenido que dejarme aquí. Sonrío, amarga.

Introduzco la combinación de cuatro dígitos con ayuda de la ruleta y la puerta metálica cede. Aun a sabiendas de que no hay nada interesante en su interior, hago inventario: un estuche de repuesto, cuadernos y libros de biología, matemáticas y química. Mas hay algo que capta mi atención: una rosa blanca se encuentra sobre ellos.

Sonrío de forma inconsciente cuando Marcos aparece en mi memoria; siempre tan detallista. Cojo la flor entre mis dedos y no puedo evitar preguntarme si estará bien.

Mis dedos rozan los pétalos níveos de forma sutil, aunque percibiendo su textura en su totalidad: suaves.

Un recuerdo alojado en mi mente se hace nítido: ese mismo tacto en un lugar distinto, con una flor distinta: también una rosa, mas esta es negra.

Negra, como la que llevaba Acher en el bolsillo de su chaleco.

Cierro la taquilla de golpe, provocando que el estruendo metálico se propague por el espacio, y me dejo caer al suelo con la espalda apoyada en la fría superficie.

De pronto me siento abrumada; toda la confusión, todas las preguntas que retumban en mi cabeza, se ciernen sobre mí como una abalancha.

Cierro los ojos e intento evadirme de esta situación tan extraña en la que me encuentro, sumiéndome plácidamente en silencio que me rodea.

Eternamente [Libro Primero] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora