Me despierto jadeando entre un revoltijo de sábanas.
Instintivamente, llevo mis manos a la camiseta del pijama, comprobando que estaba en perfecto estado, al igual que la carne que recubre mis costillas.
Dejo caer mi cuerpo de nuevo sobre el colchón e intento controlar los latidos desenfrenados de mi corazón.
Otra pesadilla.
Inspiro profundamente antes de levantarme y calzarme mis zapatillas, dispuesta a avanzar hasta el armario y cambiarme. Me ahogo entre estas cuatro paredes.
Me visto con un chándal y una sudadera abrigosa, cojo las llaves de casa y bajo a la planta inferior. Todo está en silencio y por las ventanas solo se filtran unos hilillos de luz producidos por las farolas. Todavía es de noches. Miro el reloj.
4:28.
Cierro la puerta de casa con cuidado, intentando no hacer ruido, y echo a andar calle abajo.
Mis pies se alternan uno tras otro mientras escucho el sonido de mis pisadas, acompasadas contra el asfalto. Camino unas manzanas abajo de mi casa hasta llegar a un parque, que, tal y como había imaginado, está desierto.
Recorro el lugar donde solía jugar de pequeña, en silencio, analizando cada uno de los juegos. Nada ha cambiado; el tobogán sigue teniendo el segundo escalón estropeado, por lo que tienes que pisar directamente en el tercero; al balancín le falta un agarre en el asiento derecho, uno de los columpios sigue descolgado de una cadena y, el muro de hacer escalada, está plagado de grafitis.
Tomo asiento en uno de los bancos donde mi madre solía sentarse para vigilarme y me llevo las manos a la cabeza. Intento organizar mis pensamientos, en vano, pues no saco nada en claro. Llevo semanas teniendo pesadillas que me impiden dormir pero, ¿qué narices puedo hacer? No puedo controlarlas; yo no decido cuando tenerlas y cuando no.
Respiro hondo una, dos, tres veces, intentando buscar una solución. El no dormir agota mi energía y no voy a poder seguir así mucho más tiempo.
Me levanto del banco, nerviosa.
De pronto, tengo en mi cuerpo más energía de la que desearía. Necesito moverme; necesito descargar mi frustración en alguna parte. Golpeo con el pié la piedra que tengo más cerca, la cual sale disparada unos metros en adelante.
Inconscientemente ,mis pasos me guían hacía una arboleda donde solía perderme cuando era niña, cuando necesitaba huir del mundo.
Apoyo mi espalda contra un árbol. Mi nivel de frustración rebasa su límite, lo que provoca que golpee con el puño el árbol que tengo más cerca. Acción de la que me arrepiento de inmediato; los nudillos de mi mano derecha comienzan a sangrar instantáneamente.
Me dirijo a toda velocidad al lugar donde ya sé con certeza que encontraré una fuente. Meto la mano bajó el chorro de agua helada y el quemazón cesa unos segundos después. Tras asegurarme de que mis nudillos no seguirán sangrando, retrocedo sobre mis pasos,pasando por los lugares por donde he estado hace unos minutos, de vuelta a casa.
Alzo la vista hacia el cielo y tal como esperaba, ni siquiera está amaneciendo. Decido dar un rodeo y desviarme por una calle alternativa. Paso por la puerta enrejada de Rose's, el bar que solemos frecuentar por las tardes; recorro las calles principales intentando no pensar en nada, pero es imposible. Me siento en las escaleras de la terraza de un local cualquiera y dejo que los minutos pasen ante mis ojos.
Mi mirada está perdida en el área de descanso que tengo enfrente hasta que escucho un estruendo. Más que un estruendo, se asemeja más al ruido que hace alguien cuando se da un cabezazo contra una farola.
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Eternamente [Libro Primero] ©
Fantasy«Has tenido respuestas ante tí todo este tiempo y tu miedo te ha impedido verlas». Todos los derechos reservados.