Capítulo 10

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Despertó entumido de frio y con una resaca como pocas, descubriéndose así mismo recostado sobre la acera, ahí debía de haber pasado la noche. No hizo intentó por recordar qué había pasado el día anterior siquiera, ya habría tiempo para ello, de momento sólo le preocupaba tomar algo para el dolor de cabeza que le estaba taladrando. Se incorporó y con muy pocas esperanzas buscó dinero en sus bolsillos, temiendo que en su descuidada ebriedad hubiese podido perder el dinero o haber sido saqueado mientras dormía, para su sorpresa todo su dinero estaba intacto, al menos podría volver a casa en un taxi.

Los recuerdos fueron llegando de a poco, básicamente había saboteado la fiesta, sobrio como ahora estaba, sin efectos ni anestesias de ningún tipo, la vergüenza se agalopó sobre él, devorándolo con filosos dientes. Era tanta la pena que no se atrevería a darle la cara a ninguno de sus suegros durante los siguientes 10 años, ni siquiera para pedir disculpas.

Y a Kurogane...

Hay Kurogane, ese tonto y enorme pelinegro... Detiene sus pasos para buscar en uno de sus brazos cierta marca amorotonada, los dedos marcados en su piel eran algo evidente, acarició el moretón sintiendo dolor al rose.

—Yo que te amo tanto y a ti que no te importa lastimarme.

Tristemente se daba cuenta de aquella realidad y no precisamente por el moretón en su brazo, sino por la forma en que el moreno pisaba sus sentimientos, pasando sobre ellos sin siquiera dirigirles la mirada.

El día de ayer, luego de que Kurogane lo sacará por la fuerza de la casa de sus padres habían comenzado, o retomado mejor dicho, aquella guerra que habían dejado pendiente, Kurogane gritaba, Fye gritaba. Kurogane lanzó bombas de reproche, Fye lanzó un misil llenó de ellos. El automóvil del moreno fue su campo de batalla, uno en el que no se levantó ninguna bandera blanca, uno en el que hubo mucha sangre y heridas que ya no volverían a sanar nunca.

Kurogane estaba más que indignado por lo que Fye había hecho en la fiesta, la rabia era tal que cualquier signo de amor existente o habido por el rubio se vio desaparecido, su lengua y sus palabras eran cada vez más hirientes, pero Fye no se quedó atrás, reclamándole abiertamente el hecho de que no le hubiese dicho nada de la fiesta y el que hubiera llevado a su "asistente" quien nada pintaba ahí. Y fue entonces que, entre estos reclamos el rubio tomó conciencia plena de lo que pasaba.

¿Por qué Kurogane llevaba a su amante a conocer a su familia?

Vinieron a su mente los momentos en los que Kurogane y Noa compartían sonrisas y miradas cómplices cuando el menor pareció ser aceptado por la familia del moreno... no necesito más para encajar las piezas.

Nadie lleva a su amante a conocer a su familia... nadie, a menos, claro, que no se tratara de un amante cualquiera.

Noa no era el acompañante momentáneo de su esposo, ni siquiera un simple amante. No. Noa era su reemplazo.

No era un problema de pareja, o una crisis pasajera como lo había querido creer, era algo más grave que eso; era el principio del final de su matrimonio.

Kurogane iba a dejarlo.

Kurogane lo estaba cambiando por otro.

Kurogane ya no lo amaba.

Ya no lo.... amaba.

Fue tal el shock que apenas si pudo balbucearle al moreno que detuviera el auto, tuvo que volver a repetirlo para ser escuchado por sobre los gritos del moreno quien, al verlo pálido y repentinamente callado detuvo el auto, creyendo que el rubio bajaría a vomitar debido a la gran cantidad de alcohol que había consumido. Pero Fye no salió del auto para vomitar sino para correr, correr lo más rápido y lejos posible de él.

Me dedique a perderteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora