Capítulo 4

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Oliver

Desde el primer día me ha intimidado e irritado este lugar, pienso mientras abro la puerta. Dentro esperan Candy, Sergei, Iggy y otros que no reconozco a pesar de que me los han presentado muchas veces. Estoy en la sala de juntas de la televisora.

Faltan Karin y Stuart, deduzco al echar un vistazo rápido a todo.

—Pasa adelante, Oliver, siéntate donde quieras —me invita Sergei. Agito mi mano hacia él y demás para evitar saludarlos de forma individual y ocupo uno de los tres asientos libres. No me gusta convivir con estas personas sin Karin, pero me pidió esperarla aquí. Ella y Stuart están en una reunión privada con el presidente del canal. 

—Luces pensativo, Oliver —comenta Candy, tratando de sonar casual. Su comentario también es una interrogante. Cada uno de los presentes me ve con duda.

—Es cansancio —aseguro.

—No nos extenderemos demasiado —promete ella, sonriéndome. En cambio yo no puedo ocultar que no la soporto. Ni a ella ni a nadie en este lugar.

Maldito lugar.

En lo que espero observo con desinterés todo. Stuart estrenó esta sala hace dos semanas, se lo asignaron por ser el productor y anfitrión del programa de televisión más exitoso. Incluso superamos en audiencia a los noticieros, cosa que hace que estos tipos me miren como si fuera el amor de su vida, o bien, una inagotable fuente de ingresos. Aunque ahora dudo que reconozcan la diferencia entre una cosa y la otra.

Respingo, intento esconder un bostezo y me acomodo mejor en mi silla cuando advierto que Stuart y Karin entran.

—Oliver, ya estás aquí —me saluda él con incomoda efusividad, ocupa la silla principal en la mesa y Karin una a mi lado.

—Hay noticias, cari —dice ella, acercándose a mi oreja para susurrar—, excelentes noticias.

Pese a todo, yo no oculto mi molesta, cosa que incomoda a Karin y a todos en general. Así es, el chico bueno no está de buen humor.

—¿Alguien ya le ofreció café o jugo a Oliver? —pregunta Stuart, yendo él mismo a llamar a su secretaria para que nos sirva bebidas. Cuando regresa continúa mirándome como si fuera su hijo pródigo y no alguien que lo quiere matar—. Te noto estresado —dice, casi en burla o yo lo siento como una burla.

Saco de mi bolsillo mi móvil, lo enciendo y le muestro mis innumerables notificaciones.

—Me están felicitando por mi compromiso —explico, serio—. ¿Por qué no les contestas tú, Stuart? Tú sabes de este mucho más que yo.

El tipo no deja de sonreír. —Oliver... —dice, acomodándose mejor en su asiento.

—Lo hicieron en vivo porque saben que de otra forma no hubiera aceptado —interrumpo, dirigiéndome a todos.

Todo esto es ridículo. 

—No te opusiste en ningún momento —me recuerda Stuart.

Suelto una risa seca. —Para no joder públicamente a mi novia que, por cierto, maldita sea mi suerte, se prestó para todo.

—¡Oliver! —dice Karin, a modo de regaño.

—¿Qué pasa, cari? —devuelvo—. ¿Por qué no pueden escuchar mi molestia los demás? Esta relación ya no es de dos —le recuerdo—, es de tres, cuatro, cinco, seis... ¿Cuántos conforman el equipo de producción de El Chef de Oro, Stuart? ¿Nueve? ¿Diez?

—Muchos más, Oliver —dice él, sin perder la calma.

—Y agreguemos a la gente que ve el programa.

La buena reputación de Oliver Odom ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora