Capítulo 8

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Cuando confiaste en mí para ser tu representante me sentí halagada. No podía creer que depositaras tanta confianza en mí y desde entonces cada día trato de hacerlo lo mejor que puedo. Porque puedo, Oliver, de verdad puedo... Lo que intento decir es que ingenuamente asumí que con eso insinuabas que quieres estar conmigo, digamos, siempre. Por favor no te rías... —añadió, temiendo algo que no sucedería— creí que, bueno, que... —Sus ojos se nublaron antes de decir lo último— que tú mismo ibas a pedírmelo.

Imaginé que tú mismo ibas a pedírmelo pronto...

Termino de beber lo que queda de Coca-Cola en la lata y la dejo caer para no desconcentrarme.

¿Cómo lo hacen?

¿Cómo logran las mujeres que, en una discusión, cuando piensas que eres tú el de la razón, de pronto todo cambie y ellas sean la afectada?

Debe ser algo biológico.

—¡Volví a ganar! —celebra Boris, levantando sus brazos en señal de victoria. Es la séptima vez que me gana con Beethoven virus. Es la canción o soy yo.

Estamos sobre una máquina Pump it Up, esas que te muestran dónde ir colocando los pies mientras haces el ridículo intentando "bailar" de forma sincronizada.

Me inclino y coloco mis manos sobre mis rodillas, estoy muerto, no puedo más y Boris ya está buscando otra canción para continuar torturándome.

—Y esa es de las más fáciles —advierte. Niego con la cabeza, me yergo de nuevo, lo empujo y él hace lo mismo en lo que el nuevo baile comienza.

—Es en la cocina donde tienes que ganarme —le recuerdo, saliendo de la máquina de juego y sentándome a un lado. Necesito al menos cinco minutos.

—Deja que nos toque preparar mi especialidad —amenaza, sentándose junto a mí y lo vuelvo a empujar. Fue buena idea elegirlo como roomie.

Karin enloqueció...

Al terminar la grabación ayer, cansado de soportar indirectas, me acerqué al único compañero que siempre me caído bien ahí. Boris Durán. Me armé de valor y pregunté directamente si también tiene problemas conmigo y, para mi sorpresa, respondió que no; que en ese momento lo único que le preocupaba era que su novio lo echó del apartamento que comparten.

Sí, novio.

Por eso es que Karin enloqueció.

Teme que levantemos rumores. En cualquier caso, a mí..., no me importa. Ya me critican lo suficiente.

—Pretextos —le hago ver.

—Con que yo baile mejor que tú me conformo.

—Yo tengo dos pies izquierdos.

—Pretextos —devuelve Boris y echo a reír.

Sacudo mi cabeza, me levanto y hago mi camino hasta el minibar.

—Necesito más Coca-Cola, ¿tú qué quieres?

Seven.

—Por eso nos llevamos bien, Boris —digo, abriendo la nevera para buscar dentro—. Tú no tocas mis Coca-colas.

—¿Karin qué bebe?

Justo cuando intentaba no pensar en ella...

—Prefiere el té frío —suspiro, escogiendo también algo para comer— y tampoco se mete con mis Coca-colas, así que estamos bien en eso.

La buena reputación de Oliver Odom ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora