Capítulo 27

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Andrea

Cuando estoy con él una hoja es una estrella y cualquier canción el mejor de los poemas —canto mientras lo veo bajarse los pantalones.

—¿Te importa si ando desnudo? —pregunta—. Total, no nos ve nadie.

Vuelve a ser fin de semana, y tal como lo prometió, me trajo una vez más al lago. Aunque el trayecto admito fue un tanto caótico.

—Pasemos por un chocolate a McDonald's —empecé a rogar. Eran las siete de la mañana, él había pasado por mí a las seis y desayunamos en mi casa. Pero siempre hay espacio para un postrecito.

—No. Hemos comido demasiadas cosas con azúcar estos últimos días —Se negó señor «ahora comamos sano»—. Pasemos por algo de fruta.

Fruta.

—Bien —No dije que no—, compra para ti la fruta y yo me tomo el chocolate.

—No —repitió, autoritario—. Fruta para los dos.

Vi mi ventana. Pese a ser sábado nos encontrábamos instalados en el tráfico de las afueras de la ciudad. Y no, yo no iba a pasar una hora AHÍ sin una dosis de azúcar.

—Cara de oso bebé —dije, volviendo a mirarlo y saqué mi labio inferior para hacer un mohín—. Anda Oliver, no puedes decirle que no a un oso bebé —Él continuó serio—. ¿Y qué tal un gatito bebé? —Me giré un poco más hacia él y abrí mucho mis ojos al mismo tiempo que ladeé mi cabeza hacia un lado—. ¿Le vas a decir que no a un gatito bebé, Oliver? Mira al gatito.

—No.

Diablos.

—¿Y a un pececito bebé? —negocié esta vez y apreté mis labios en lo que también hice batir mis pestañas—. Es un pececito bebé, Oliver.

—Puedo manejar altos niveles de chantaje.

Maldita Karin.

—¿Aún si se tratara de un conejito bebé? —Estaba decidida a ganar. Por lo que puse mis manos sobre mi cabeza imitando orejas—. Mira al conejito bebé, Oliver. Míralo. Él quiere chocolate.

Siguió luciendo indiferente.

—Mira sus dientitos... Sus ojitos hambrientos. Pobre conejo.

—No.

Maldición.

Bajé mis brazos, me enderecé en mi asiento, miré de nuevo mi ventana y casi me rindo, casi, hasta que recordé:

—Vaquita marina bebé —Lo miré de nuevo manteniendo alto mi ánimo—. No le puedes decir que no a la vaquita marina bebé, Oliver, ella está en extinción. Mira a la vaquita. Mírala —Tiré de la manga de su camisa, torcí mis ojos y coloqué mis manos alrededor de mi cuello—. Me extingo, Oliver. Me extingo —Mi voz sonó más aguda—. Ayuda... Muero.

—No va a funcionar.

AÚN.

Sin dejar de verlo saqué el móvil dentro de mi bolsillo, lo desbloqueé y abrí Google para buscar Listado de animales. Luego lo coloqué sobre el tablero de la camioneta y se lo señalé.

—Mira todos los que hay, puedo hacer esto hasta que lleguemos —amenacé pero él no se inmutó. Yo continué con lo mío—. ¿Con qué seguimos? A ver. Ah sí —Sonreí de oreja a oreja buscando—. Ranita bebé —decidí—. No le puedes decir que no a una ranita bebé, Oliver —Lo miré—. Mira a la ranita... Mira cómo abre sus ojitos y saca su lengüita. Aww Mírala.

La buena reputación de Oliver Odom ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora