Capítulo 22

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—Esto se está saliendo de control —suspira mamá al mirar alejarse a la última novia que trajo un ramo para Julia.

—No pensé que se corriera la voz —admito sintiéndome un poco culpable—. Pero es publicidad, ¿no? —Hay que reconocerlo—. Tres de cada cinco novias que traen un ramo entran a la tienda; y todas, espero, nos recomendarán.

Esto tiene que ser positivo.

Además, respaldando lo dicho, está el hecho de que a poco menos de dos semanas de instalarnos aquí ya tenemos en agenda la organización de tres bodas. Eso significa mucho.

Tenemos convenios con hoteles —dice mamá a una clienta, empujando así otro trato. ¡Bien! Julia atrae a la gente y nosotras cerramos tratos.

—¿En qué planeta vive ahora? —Me pregunta la abuela viendo a tía Su caminar por la tienda con teléfono en mano. Ahora solo viste la cazadora de cuero rojo y los lentes de sol a juego.

—No quieres saberlo —mascullo esperando que lo del otro día termine pronto.

—¿Debería preocuparme? —Mi abuela frunce su entrecejo.

—¿Serviría de algo preocuparse? —Le hago ver porque es la verdad, a tía Su nunca la ha detenido nada.

—Sinceramente no.

—Así es. Let it be.

Entre las dos cambiamos de lugar un mostrador que está estorbando el paso. Es sábado 13 de febrero. A partir de mañana empieza nuestra mejor temporada del año. Paradójicamente, nada más he tenido compañía dos San Valentine y ambos fueron un fiasco, así que no estoy particularmente emocionada. Pero si me gusta ver parejas comprometerse, sobre todo a la abuela que parece escuchar una caja registradora cada que pasa.

—Muuu —muge tía Su de pronto y la miro hacer un gesto en dirección a la puerta. Me giro para ver qué...

No puede ser.

Día 5 sin tener noticias de Oliver. Hasta hoy. Karin está entrando a la tienda.

Viste asombrosamente bien. Es imposible no notar eso primero. Su actitud es la de cualquier otro cliente que nos visita por primera vez: mitad timidez, mitad curiosidad. Observa cada cosa sin intentar llamar la atención, lo que me desconcierta.

—¿Es en serio? —exclamo volviéndome por completo hacia ella que inmediatamente mira sobre su hombro como si se preguntara si es a quien me dirijo.

¡Por favor!

—¿Qué cosa? —pregunta al «darse cuenta» de que en efecto es a ella, aunque sin mostrar ningún tipo de emoción.

¡Oh, vamos!

—Tú aquí —Le hago ver, acortando distancias. Después cruzo mis brazos sobre mi pecho—. Hace varios días que no hablamos.

—Lo sé.

Al menos no finge no saber de quién hablo.

—Entonces adiós —La despido, señalando con un ademán la puerta.

—¿Por qué? —dice con una sorpresa teatral. En verdad me está irritando.

¿Por qué? Já. Pero me echo a reír al darme cuenta de qué pasa.

—Claro —Asiento—. Vienes a que organicemos tu boda.

Eso es caer bajo.

—¿A eso vengo? —pregunta, dudosa, deteniéndose un momento en mamá, pero no le saluda. Mamá tampoco dice algo.

La buena reputación de Oliver Odom ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora