Capítulo 5

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—Bienvenida a El Cisne, le ofrecemos cotizaciones para bodas, quince años, despedidas de soltera, convivios navideños, lo que usted quiera. Pase, nos ajustamos a presupuestos —indica tía Su, recibiendo a otra clienta—. Le buscamos dónde casarse, el vestido, la tarta y si le hace falta el novio, a ese también se lo empaquetamos en caja o celofán.

—¿En serio? —pregunta la señora, poniendo a prueba a mi tía.

—Claro —asiente tía Su, ajustando con aparente indiferencia el cuello de su camisa—, tenemos convenio con una empresa que se dedica a las citas a ciegas. ¿Ha escuchado hablar de La pecera?

—Oh... Pero no —La señora se ruboriza—, yo... me estoy separando, vengo a cotizar una fiesta para mi hija.

—¿Se va a divorciar?

El pecado capital de tía Su es la curiosidad.

—Ssss-si .

—También tenemos convenio con una excelente firma de abogados —explica.

—Ya... cuento con uno —La señora empieza a observar con ansiedad la salida.

—Oh. Bueno, no importa, el caso es que si necesita ayuda con eso aquí también tenemos la experiencia. Todas, excepto mi sobrina Andrea, somos divorciadas.

—¿Y organizan bodas?

Precisamente por eso somos la mejor opción —explica mi tía, colocando una mano en la espalda de la señora para que camine junto a ella dentro de la tienda—. Sabemos qué hacer para no echar a perder todo. También damos consejería matrimonial, —Señala a la pareja que atiende mamá—. ¿Ve a esa pareja que está curioseando un muestrario de invitaciones? —La clienta asiente—. Con solo saber qué tipo de boda tendrán puedo adivinar cuánto tiempo durarán casados.

La señora ajusta de mejor manera los lentes que trae puestos. —¿Está hablándome en serio?

Tía Su asiente y le silba a mamá.

—¿Qué temática eligieron ellos, Eve? —pregunta, señalando el muestrario.

—Boda en la playa —responde mamá sin dejar de sonreír a la pareja.

—¿Ve? —inquiere tía Su, volviéndose otra vez hacia la clienta—. La van a dejar por la niñera.

Niego con la cabeza y continúo acomodando mi agenda de trabajo. Estaré en El Cisne de martes a domingo de nueve a tres y a las cinco abriré mi academia. Sí, ese parece un buen plan.

Escucho sonar la campanita que anuncia la llegada de un nuevo cliente y como mamá, la abuela y tía Su están ocupadas, reparo en que me toca a mí atender. Se trata de una chica joven.

—Bienvenida a El Cisne.

—Me encanta el vestido que tiene ese maniquí —señala de entrada.

—¿Julia?

—¿Tiene nombre? —A ella le da risa escucharlo.

Sin un ápice de vergüenza asiento y la guío hasta nuestra chica estrella.

—Ella tiene una historia.

—¿El maniquí?

Al llegar al escaparate giro a Julia para que la clienta la vea.

—Sí —empiezo a contar, adoptando un aire cómplice—. Su nombre es Julia y hace muchos años, cuenta mi abuela, mandó a confeccionar el que consideró el vestido de novia perfecto, el problema fue... —Observo el rostro triste de Julia y suspiro— que el novio perfecto nunca llegó y a ella, la espera, la transformó en este maniquí.

La buena reputación de Oliver Odom ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora