Cuando llegamos al castillo, Wylden me presentó a las dos criadas que estarían trabajándome y enseguida me llevaron al salón de baños. Todo esto, después de pelear y discutir por unos extensos minutos en los que como quiera me quitaron todas mi armas, incluyendo mis dos espadas.
Estaba furiosa.
Al conocerme, las dos mujeres me miraron horrorizadas. Sus ojos parecían dos bolas blancas sumamente fáciles de extraer con una cuchilla por lo desorbitados que estaban. Trataron de disimularlo, pero no podían entender cómo una Lady lucía como yo lo hacía; mugrienta, herida, sumamente apestosa y con sangre que no era suya por todo el cuerpo.
Me atrevía a inferir, que ambas eran esclavas criadas desde muy bebés por nórticos. De esas que no recordaban su vida fuera de los muros, que solo habían sido adiestradas para embellecer las mujeres de la Ciudad.
Una vez terminé de bañarme, las dos criadas me colocaron una bata de seda blanca, me dirigieron a otro cuarto y comenzaron a hacer su trabajo. Dejaron que me bañara sola, pero solo era para quitarme la mugre y sangre, porque según ellas, parecía que no me había lavado en toda la vida. Así que me dijeron, que luego de esa limpieza superficial, ellas me darían un baño más profundo.
Sentí que me colocaron un tipo de resina caliente en mis dos piernas. Estaba acostada en una especie de mesa en la que ellas iban a despojarme de todo vello, o lo que sea que ellas dijeron. No sabía.
—¿Qué es eso?—Pregunté con mucha curiosidad.
—Esto, querida, es...—Mondra frunció sus cejas muy concentrada, mientras me colocaba una tela ligera encima de la resina. Era una mujer baja y regordeta, muy charlatana y alegre. Por eso, su silencio, fue poco aceptado de mi parte—solo dolerá un poco—. Me dirigió la mirada y sonrió—a la de tres.
Escuché que contó y...
¡Ras!
—Pero, ¿Qué hacen?—Exclamé adolorida. Sentí como si me hubiera quemado por el sol durante un mes sin tomar sombra en esa área de mi pierna.
—Duele un poquito, pero es para remover el vello—contestó Vytar con una leve sonrisa. Ella en cambio, era más callada, de piel olivácea y mucho más alta y esbelta que Mondra—lo siento, pero ya falta poco, ¿Sí?
—¡De ninguna manera!—grité aterrada—¡No volverán a untarme esa maldición!—Comencé a intentar bajarme de la cama, pero sentí una mano detenerme y una risa divertida.
En otro momento, ese simple movimiento hubiera terminado con la mujer en el piso y con una muñeca rota, pero estaba tan afectada, que mis ojos escocían por el dolor.
—Tienes docenas de cicatrices en todo el cuerpo. Aún así, ¿Te aterras por un dolorcito minúsculo?—Mondra me miró expectante, alzando sus impecables cejas sin que la sonrisa abandonara su rostro.
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La dama de la noche
Action> En un mundo donde la monarquía es la ley, Atalía tendrá que sobrevivir. Su pueblo y gente han sido asesinados por las garras de la corona. Por una decisión de vida o muerte se ve huyendo hacia Surex donde tendrá cobijo. Pero, ¿Por qué ir a Surex...